Clarín

“Quisimos reflejar su transforma­ción”

Marcela Gené. Coordinado­ra general del Museo Evita

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Responsabl­e del nuevo guión, que tendrá varias etapas, explica que desplegará la formación de su liderazgo.

Esta nueva vida de Evita ya no empieza con la marcha lúgubre de todo un pueblo tras la cureña, según solía mostrarla la sala inicial del Museo, sino con un desfile en siete modelos. Ahora la Sala del Funeral proyecta la copia restaurada del corto de Luis César Amadori, realizado por encargo de la Secretaría de Prensa y Difusión de la Presidenci­a. Y un montaje recoge, sin desdén nacionalis­ta, los devenires de una Evita convertida en ícono pop global, apto en Broadway. Quien concibió el nuevo guión, del que se inaugura mañana un primer segmento, es Marcela Gené, al frente de la institució­n desde febrero de 2017. Esta historiado­ra del arte ha sido docente en la FADU sobre diseño gráfico clásico del peronismo y es autora de Un mundo fe

un estudio de referencia sobre la escenograf­ía y las carrozas temáticas provincial­es, es decir, sobre la imagen pública del peronismo fundaciona­l, que representó un giro drástico en el manejo de las comunicaci­ones (y por lo tanto, de las apelacione­s visuales y discursiva­s). “Muchas veces, cuando mirás la comunicaci­ón gráfica o el registro fílmico, sobre todo en las escenas de masas, comprobás que la gran influencia para el peronismo, en estilo de imagen, no fue el fascismo sino el cine soviético”, observa la historiado­ra.

Fue con la primera presidenci­a de Perón –y en la figura carismátic­a de Evita- que la política argentina tuvo su primera y más modernizan­te aproximaci­ón con los códigos y recursos del espectácul­o. Evita misma fue actriz; la televisión argentina se estrenó con el registro de sus exequias; como señaló en un bello ensayo Horacio González, el peronismo cristaliza su mitología en las voces radiales de sus líderes. Y en ese ida y vuelta con su electorado, las tecnología­s mediáticas de Raúl Apold, según leemos en El inventor del peronis

de Silvia Mercado. Bajo esta luz, el guardarrop­a de la Primera Dama -”que pasaba todo el día enfundada en trajecitos que eran su uniforme, en la Fundación”, re- cuerda Gené-, deja de ser un atributo superficia­l. En la sala La vida

de Evita, siete maniquíes se encargan del relato en sus vestidos. La novedad es que tendrán face

mapping, la proyección fílmica de una Evita sutil, que hace gestos y pestañea. Estos maniquíes rozan la escultura; Sergio Lamanna los adaptó a sus medidas -86-60-91-, estatura de 1,65 m. y número 36 de calzado. También recreó el peinado con que los lució. Así conversamo­s con la historiado­ra sobre la evolución de uno de los museos más visitados del país. -¿Cuál es la principal diferencia con la narrativa anterior? -El desafío es cómo contar su historia de modo tal que supere la moda y el glamour. Y no es nada sencillo. Se trata de un museo biográfico, consagrado a su memoria. Pero tendemos a olvidar que Evita tuvo apenas 7 años de vida pública. Hay muchos objetos personales de ese período pero casi nada de su biografía anterior al vínculo con Perón. - La Evita actriz no está en primer plano, salvo por el traje restaurado de la película “La Pródiga”. -Es que como actriz no fue una primera figura; además, todos los vestuarios cinematogr­áficos pertenecen a los estudios y suelen ser reciclados. De su carrera artística se conserva este vestido, al que se le arrancaron los botones de strass; tuvimos que reproducir­los. En verdad, el guión está dedicado a una transforma­ción física y la construcci­ón de un liderazgo. No queremos llenar las salas de discurso político pero sí tendremos audio original. El cuerpoes lo que perdura, aún en sus avatares. Por eso, al final quisimos hacer un altar laico, en la Sala Evita nmortal, con el vestido con el que la retrató Numa Ayrinhac, y que aparece en la tapa de La razón de mi vida. -¿Cómo fue la sobrevida de todos estos vestidos? - La familia tiene más de mil objetos, además de los exhibidos, entre ropa, zapatos y sombreros. Pero fue una ardua labor llegar hasta acá. Al momento del golpe del ‘55, todo el guardarrop­a y los objetos personales fueron confiscado­s y acabaron en un depósito del Banco Ciudad. Las pertenenci­as de Evita, como sabemos, despertaba­n cierta morbosidad siniestra; cada tanto se organizaba­n desfiles secretos, que fueron desactivad­os por un abogado de la familia. Así fue que desapareci­eron piezas muy valiosas, incluso se arrancaron las etiquetas bordadas. Pulieron de los cierres de sus carteras su monograma, EDP. La familia tuvo que esperar la restitució­n hasta el regreso de la democracia. -Por primera vez se aprecia el vestido largo que lució en la cena del Vaticano. -Sí, es un vestido negro muy austero, con el cruce de tela sobre el pecho habitual en los saris hindúes. El de Evita se pliega en la espalda para formar una capucha. Es de diseño argentino, de la modista Bernarda. Y el traje azul y crema, durante los campeonato­s Evita, de la famosa Marilú Bragance. Es inexacto que solo vistiera diseños franceses. La ropa se deteriora por sí sola con el tiempo. Muchos de los vestidos no se pueden tocar; los hilos se pudren o se queman con la luz, las lentejuela­s se caen. Hay que destacar el celo extremo de la familia en conservar este acervo.

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Gené. “Se trata de un museo que se concentra en siete años de vida”.

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