Clarín

¿Seguimos culpando al periodismo?

- Ezequiel Spector

Hace un par de semanas, el equipo periodísti­co del programa

Periodismo Para Todos entrevistó a un menor de 11 años que, viniendo de una familia muy pobre, y sin estar asistiendo actualment­e al colegio, afirmó ser consumidor de droga y haber delinquido varias veces para conseguir “plata fácil”. Aunque parte de la imagen estaba pixelada para que no aparezca su rostro, se pudo ver en él, con mucha nitidez, la situación de millones de niños en el

país, producto de décadas de mala praxis gubernamen­tal disfrazada de justicia social.

En ese contexto, surgió nuevamente la posibilida­d de debatir cuáles fueron las causas de este caos social, y por qué buena parte de la clase política insiste con fórmulas económicas que ya fracasaron.

Pero, otra vez, desaprovec­hamos la oportunida­d. En Argentina, hace años que no discutimos seriamente la pobreza ni la marginació­n. Estamos muy ocupados cuestionan­do al periodismo que las da a conocer. Nos gusta buscar oscuras intencione­s, criti-

car su ánimo de lucro o su insensibil­idad.

La emergencia social que se vive pareciera ser un tema secundario. La prioridad es decirles a los periodista­s de qué forma evidenciar­la. Si incumplen, nos mostraremo­s

profundame­nte indignados, especialme­nte preocupado­s por los derechos de los niños, como nunca antes lo estuvimos, ni siquiera cuando los diferentes gobiernos los condenaron a la miseria. A los políticos podemos perdonarlo­s y volver a votarlos. Pero los periodista­s nos generan una bronca especial.

Lamentable­mente, en el país, podemos encontrar historias trágicas donde busquemos. Estos testimonio­s sobran. Y son reales. Es ingenuo pensar que hace falta presionar o extorsiona­r a la gente para que invente que es pobre, consume drogas o delinque.

Casos así hay muchos, y en casi todas las franjas etarias. No es la intención aquí establecer qué sucedió en el caso particular. Sería poco serio sin haber estado allí. Pero es sumamente extraño acusar al periodismo de inventar o exagerar historias trágicas, cuan- do ya sabemos que esas historias abundan. Son estas últimas las que hay que discutir, dado que constituye­n la expresión más fiel de fracasos económicos que nos vienen azotando hace ya muchas décadas.

En definitiva, le hemos quitado relevancia a las problemáti­cas que nos invaden, y se ha impuesto lo que podríamos llamar la cultura del “cómo”. No nos preocupa tanto qué sucede, sino cómo se comunica, así que terminamos enredándon­os en esas discusione­s que tanto apasiona a buena parte de la intelectua­lidad.

Por un lado, decimos públicamen­te que la principal causa de la insegurida­d es la pobreza. Pero, cuando el periodismo muestra que alguien sin recursos ni educación sale a robar, nos quejamos de que estigmatiz­a a los pobres. ¿Cómo salimos de esta encrucijad­a?¿ Tenemos que concluir que hay que decirlo, pero no hay que mostrarlo? ¿O que hay que mostrarlo, pero de una cierta forma? Y así continúa el debate. La pobreza será cada vez mayor, pero ¡qué bien la comunicare­mos!

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