Un paseo por Recoleta sin guía de turismo
Marta Minujín, la reina del pop, lo cuenta sin vueltas. En 2011 tomaba hasta dieciséis cafés por día. El dueño del entonces bar Le Pont, hoy Bogotá, en Recoleta, le propuso tazas gratis para siempre a cambio de una obra. Y ella pintó
Rostros enfrentados. Son perfiles, hechos con pocos trazos. “Una sola persona que se enfrenta a sí misma, a sus imágenes”, explicó. La pieza sigue en la pared central del negocio. Es una jo- ya, casi secreta, de la Plaza Vicente López -ubicada entre Montevideo, Arenales, Paraná y Juncal- y alrededores. Un espacio donde no quedan huellas del “horno de Britos” para hacer ladrillos ni del matadero de ovejas por el que se lo llamó “el hueco de las cabecitas” hasta el siglo XIX. Y un espacio que, como no es parada ineludible de los circuitos turísticos del turístico Recoleta, se convierte enseguida en una caja de sorpresas.
Por donde hubo pulperías y riñas de gallo, malevos, barriales y sangre, ahora hay una escultura (1916) que representa a Vicente López y Planes, escribiendo, enérgico, la letra del Him- no Nacional. Enfrente, está, por ejemplo, la iglesia Corazón Eucarístico de Jesús (1927). Y aun en esta tarde fría y gris, convoca la naturaleza. Recoleta cobija al gomero más antiguo de Capital, de fin del siglo XVIII, en la esquina del bar La Biela (1850). El ejemplar de Plaza Vicente López, que ya pasó los cien años, también es imponente. Sin embargo, el árbol más curioso es un vecino suyo. El invierno lo peló y dejó más en evidencia que nunca su “cuerpo” de botella. Como explican en el Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño, se trata de un palo borracho de flores blancas, especie que almacena agua en el tronco, por lo que llega a tener una “panza” de hasta dos metros de diámetro. En el norte del país, de donde viene, hay varias leyendas parecidas, que dicen que todas las noches el “padre de los peces” lo llena con peces y agua para que no falte la comida.
Aparte de La Biela, la zona tiene más competencia célebre y cercana: la basílica del Pilar (1732), el arte del Cementerio (1822) o del Centro Cultural (1980), Plaza Francia (diseñada por el gran Carlos Thays para el Centenario) y la avenida Alvear, espejo de “la París latinoamericana” del 1900. Pero cuenta con una ventaja clave: no existen las postales obligadas. Hay que elegirlas, nada menos.