Una mujer que disfruta estar más allá del bien y del mal
Dieciséis años tenía cuando escuchó a su abuela decir “ahora que soy viuda y ten
go 60, digo lo que quiero”. Tempranamente consecuente, Elisa Carrió se preguntó para qué esperar hasta entonces y desde su Chaco natal hizo de esa premisa una línea de conducta. Hoy, con aquella edad a cuestas, está más allá del bien y del mal; lo sabe, lo ejerce y lo disfruta. “Yo soy de costa
do”, dirá, soltando una carcajada, mientras busca, coqueta, la mejor pose para las fotos en la vivienda que alquila en Exaltación de la Cruz, a casi 100 kilómetros de Buenos Aires, hasta que en diciembre esté lista la que está construyendo en el mismo predio, y que le permitió cumplir lo que llama su único sueño: tener una casa grande para sus hijos y sus amigos.
Acaba de recorrer 6 mil kilómetros en una semana de campaña y el esfuerzo obliga a preguntar por su salud. “Yo le decía al médico ‘me sobra espíritu, pero me falta cuerpo’. Ahora me siento muy bien, porque tomé vitaminas, me hicieron un tratamiento interno, porque yo desde afuera estoy bien. Tengo todo: diabetes, problemas cardíacos, stent, exceso de peso”. No logró dejar de fumar completamente, trata de cuidarse en las comidas (“Hago todo lo que me dicen los médicos, pero por ahí como grasa, obvio. Sé dónde se comen los mejores ravioles, conozco los restaurantes de los pueblos, las fondas, el cinco estrellas”),
hace ejercicio (“tengo todo Sprayette, el Llame ya, el escalador”, explicará en referencia a los aparatos que se venden por teléfono), dejó la bicicleta (“me di un palo y anduve renga”) , y se desengancha a la noche mirando
por cable historias de mujeres asesinas (“Yo me asusto pero miro. Nunca miré televisión, pero al no poder leer... Me cansa mucho.Tengo cuatro de presbicia ya por la diabetes”). “A veces”, será la respuesta cuando se le pregunte por algún novio, para agregar rápidamente que “el amor es una cosa muy intensa y yo soy una persona pública”. El argumento del aislamiento en Exaltación no valdrá: “Todo el mundo llega, las veces que menos gente hay, hay quince a comer”. Hábil declarante, un intento por desbaratar la excusa con un “uno puede hacer que se vacíe”, se topará con un “uno puede eludir las respuestas... Una forma de eludir los compromisos es también que siempre haya mucha gente. Y además decir que uno tiene menopausia y es ya una adulta mayor. Eso me encanta”.
Madre de tres hijos, contará que el otro día Victoria (25,estudiante de dirección de cine) le dijo que había visto una película en la que una persona entregaba su vida por una causa, y ahí había logrado entenderla. Ignacio (23, abogado), dirá ella, siempre lo tuvo más claro: cuando una amiga le preguntó si nunca había cuestionado a su mamá, contestó: “¿Y por qué,
si eso es ella?”. Enrique (43, publicista) vive en México y la hizo abuela. Creyente absoluta en Dios, admitirá que fue muy fuerte la reconversión desde el agnosticismo que profesaba. ¿Volverá a competir alguna vez por la Presidencia? “No, es un capítulo cerrado. Voy a seguir luchando toda la vida por la verdad y la justicia, pero yo ya no dependo de los cargos. Llegué a ser, con mis defectos, con mis virtudes. No acepté que me cambiara la política. En realidad -se ríe- la política me agravó”.