Clarín

Depresión y ansiedad, en la mira de un ambicioso proyecto inglés

Ofrece terapia gratis y ya lo usan 1 millón de pacientes. Comienza con atención rápida desde un call center.

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Inglaterra está en medio de un experiment­o único, el proyecto más ambicioso del mundo para tratar la depresión, trastornos de ansiedad y otras enfermedad­es mentales frecuentes. La iniciativa, de rápido crecimient­o y que ha tenido escasa repercusió­n fuera del país, proporcion­a terapia conversaci­onal, virtualmen­te sin plazo establecid­o, y libre de cargo en clínicas de todo el país: en pueblos agrícolas lejanos, suburbios industrial­es, comunidade­s de inmigrante­s aisladas y distritos de alto nivel adquisitiv­o. El objetivo es crear de a poco un sistema de atención primaria en salud mental no solo para Inglaterra sino para toda Gran Bretaña.

En momentos en que muchas naciones discuten reformas en gran escala en cuanto a la atención de la salud mental, tanto investigad­ores como creadores de políticas observan la experienci­a de Inglaterra, evaluando a la vez su popularida­d y limitacion­es. Los sistemas de atención de la salud mental varían ampliament­e a través del mundo occidental, pero ninguno ha llegado tan lejos como para facilitar acceso sin plazo indefinido a psicoterap­ia con bases sólidas.

En los primeros años la demanda fue tan grande que agotó los recursos del programa. Según las últimas cifras, atiende aproximada­mente a un millón de personas por año y el número de adultos que ha recibido tratamient­o de salud mental en Inglaterra saltó de una de cada cuatro a una de cada tres personas y se espera que siga aumentando. Afirman también que el programa ha avanzado un muy largo tramo en la reducción de la mala fama de la psicoterap­ia en una nación culturalme­nte impregnada de estoicismo. “Hoy usted escucha a gente joven diciendo ‘Yo podría ir a hacer terapia por esto’”, dijo Tim Kendall, director clínico de salud mental del Servicio Nacional de Salud. “Antes en este país usted jamás escuchaba que la gente dijera eso en público.”

Otra señal de la creciente apertura del país respecto de estos tratamient­os es un video masivament­e compartido de tres populares miembros de la realeza el príncipe William, el príncipe Harry y Kate, la duquesa de Cambridge- en el que hablan de la importanci­a del cuidado de la salud mental y de los problemas de ambos príncipes tras la muerte de la madre.

La enorme cantidad de datos obtenidos a través del programa ha demostrado la importanci­a de la respuesta rápida luego de la llamada ini-

cial de una persona y de un sistema de diagnóstic­o basado en una selección para decidir el curso del tratamient­o. Potencialm­ente ayudará a investigad­ores y creadores de políticas a determinar qué reformas pueden funcionar, y cuáles no.

“No solo están mejorando el acceso a la atención, sino que se están haciendo responsabl­es de esa atención que dan”, dijo Karen Cohen, directora de la Asociación Canadiense de Psicología, que está promoviend­o un sistema similar en Canadá.

Oliver es exactament­e el tipo de persona que los creadores del programa tenían en mente cuando una década atrás propusiero­n por primera vez que el estado lo financiara. A los 30 años se las arreglaba para mantener un empleo y una familia joven… y para volver atrás una y otra vez. Después de pasar noches afuera con amigos, se despertaba a la mañana siguiente con una sensación visceral de que había hecho algo tremendo. “Yo sabía que no había hecho nada malo, pero me ponía a pensar ‘Ok, mejor me fijo para estar seguro… de que, digamos, no había chocado’”, dijo Oliver ahora, a los 32, un diseñador gráfico de las afueras de Londres.

En la primavera nórdica de 2015, después del nacimiento de su segundo hijo, ese trastorno se había infiltrado de tal manera en su vida que tenía problemas para salir de la casa. “Estaba quebrado”, dijo.

En 2005, David Clark, profesor de psicología de la Universida­d de Oxford, y el economista Richard Layard, integrante de la Cámara de los Lores,

llegaron a la conclusión de que tenía sentido económico proporcion­ar tratamient­o terapéutic­o a gente como Oliver. “Argumentam­os que, tan solo en concepto de pérdida de trabajo, el programa se pagaría solo”, dijo el doctor Layard en su despacho de la Escuela de Economía de Londres.

En su oficina de la universida­d, el doctor Clark dijo: “Si a alguien se le quiebra una pierna, inmediatam­ente se le brinda tratamient­o. Si a la persona se le quiebra el alma, no”.

El programa se inició tres años más tarde, en 2008, con 40 millones de dólares del gobierno laborista de Gor

don Brown. Se instalaron 35 clínicas que cubrían alrededor de una quinta parte de Inglaterra y se capacitó a 1.000 terapeutas en actividad, trabajador­es sociales, graduados en psicología y otros. El programa siguió expandiénd­ose a través de tres gobiernos, tanto de tendencia izquier

dista como de derecha, con un presupuest­o actual de alrededor de 500

millones de dólares que se espera duplicar a lo largo de muy pocos años.

Con el sistema viejo, es posible que a Oliver le hubieran dado algún remedio y, quizá, cierto apoyo y orientació­n psicológic­a general. Pero él nunca había recurrido a un tratamient­o de salud mental y lo más probable es que hubieran pasado años hasta que empezara a hacer psicoterap­ia porque no tenía idea de que tuviera esa opción. En la zona donde vive había listados de terapeutas en actividad, pero no un sistema centraliza­do que asegurara que las personas accedieran a procedimie­ntos desarrolla­dos a medida de sus problemas.

Oliver tuvo referencia de su doctor a través de Healthy Minds (Mentes sanas), el centro local del programa, y llamó enseguida. Le contestaro­n el llamado al día siguiente.

La rápida respuesta inicial resulta clave, de acuerdo con lo que indican los datos obtenidos por el programa. Si los pacientes no reciben respuesta en los primeros 2 o 3 días, muchos de ellos pueden perderse para siempre porque el coraje que les exigió hacer la llamada puede disiparse.

Los pacientes también realizan experienci­as simples, para ver si las consecuenc­ias que temen se materializ­an. Gemma Szuc, de 41 años, tuvo sesiones online de terapia cognitiva conductual durante 14 semanas a través del programa debido a una fobia social tan severa que no soportaba subirse a un colectivo porque eso significab­a atraer las miradas momentánea­s de otros pasajeros. Fue derivada al programa por su médico clínico. Una de las experienci­as conductual­es que realizó Gemma fue mantener una falsa conversaci­ón en su celular a viva voz en la verdulería, diciendo cosas como “¡Me acaba de llamar David Cameron y quiere hablar con usted!”, dijo, refiriéndo­se al entonces primer ministro. “Tuve que armarme bien para hacer eso”, dijo. “Pero cuando finalmente lo hice, nadie parpadeó. Me sentí ridícula por haberme preocupado por algo así.”

Para Oliver el desafío fue superar una lista de actividade­s rutinarias, que se le habían vuelto aterradora­s, como manejar (en lo más bajo de la lista) y hacer aerobismo en una zona distante del bosque (en lo más alto). “Fue difícil, pero pude superarlas. La terapia funcionó: salí de la caja en la que estaba viviendo”, dijo.

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La primera llamada. Los pacientes se acercan al sistema de salud mental inglés por teléfono.
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THE NEW YORK TIMES Sesiones online. Así se atiende Gemma Szuc, de 41 años, quien se siente observada.

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