Un salto al vacío que consagra una deriva dictatorial en el país
El régimen de Nicolás Maduro ya tiene su Constituyente. Lo hizo ignorando presiones externas y la movilización permanente de los venezolanos que se alzaron contra ese mecanismo destinado de modo excluyente a perpetuar el modelo chavista. La elección tuvo el resultado previsible en medio de la opacidad sobre su legalidad y la manipulación de todo el proceso. Pero a partir de ahora este gobierno, que hace tiempo dejó de ser un sistema, deviene en una dictadura concreta y clásica con un suprapoder soberano que anula cualquier au- toridad alterna y pone en un eclipse las elecciones que se deben y las que deberían venir.
No es claro, sin embargo, aun con esa concentración de poder, cómo continuará este proceso autoritario. Los analistas locales manejan hipótesis diversas que se irán verificando en las próximas horas. Una de ellas es la que más ha proferido el ex presidente del Parlamento, Diosdado Cabello, el segundo hombre más poderoso del país. Consiste en arrasar con el Legislativo controlado por la oposición, la inmunidad de sus diputados y virtualmente con toda la línea disidente de la cual se ha burlado noche tras noche en su disparatado programa televisivo “Con el Mazo Dando”.
Cabello es un halcón que ha gana- do un espectacular poder, incluso económico, con este experimento que todo lo permite y tiene mucho que perder si se derrumba el andamiaje. El mismo destino que atenaza a muchos de los jerarcas de la nomenclatura chavista y que explica la decisión del régimen de escapar hacia adelante sin medir las consecuencias. El problema es que ahora comenzarán a aparecer los costos de ese comportamiento.
La duda principal es la sustentabilidad de una construcción dictatorial que es lo que acaba de imponerse más allá del relato de presunta legalidad que insisten en inyectarle los jefes del modelo. El país está en un encierro económico terminal, carece de inversiones y la población se encuen- tra abrumada por una crisis económica extraordinaria, condimentos que han volteado no hace mucho ni tan lejos dictaduras de décadas. Un dato sencillo sobre esas oscuridades lo ofrece la cotización del dólar en el mercado paralelo que saltó de 8.500 bolívares por billete el pasado fin de semana a once mil en estas horas. Hoy se espera una nueva disparada dramática de la divisa que, al crecer de ese modo, multiplica inflación y desabastecimiento. Ese movimiento es indicador de la incertidumbre reinante con un poder que no tiene cómo serenar expectativas ni recuperar el esquema de acumulación que le recomponga las alianzas con el empresariado y el mundo financiero.
Para algunos analistas, este encierro puede acabar en la instauración de un sistema de terror, con desaparecidos, muertos y grave represión, que prevenga las rebeliones previsibles que se irán anidando. Pero ése sería el peor escenario también para los halcones que lo impulsan. Sucede que una dictadura dura y no blanda, como en parte ha sido hasta ahora, incrementará el aislamiento del país y las calamidades internas recortando nuevamente la capacidad de maniobra. “La sustentabilidad de cualquier alternativa de este tipo es la clave. No duraría y lo saben”, comenta un analista y empresario textil en charla con este enviado.
Sin un destino claro se soltarían las amarras que sostienen lealtades, como ya ocurrió con la fiscal general Luisa Ortega Díaz. Aquí no hay desafíos ideológicos. Los negocios espurios son el hilván que ha mantenido la estructura armada y los que justifican maniobras como la Constituyente. Gran parte de la jerarquía del régimen tiene familia y bienes holgados por el mundo y no son pocos los que querrían lavarse en las mismas aguas de repentino republicanismo que perfuman ahora a esa funcionaria. Pero un escenario con apertura de alguna negociación hacia afuera es complejo si no existe un cambio en el elenco del modelo. En esa mirada, Maduro podría ser desplazado por otra figura más flexible que no sería Cabello, el gran ganador de ayer.