Clarín

Un futuro signado ahora por la radicaliza­ción de ambas partes

- Luis Vicente León Director de Datanálisi­s

Venezuela fue a su elección de la Asamblea Nacional Constituye­nte. La mayoría de la población indicaba que no está de acuerdo con su realizació­n, pero no fue consultada para ello. Lo decidió autónomame­nte el gobierno. Los mecanismos de elección de los constituye­ntes fueron “distintos” a la tradición electoral democrátic­a venezolana y mundial. Y la fuerza opositora se abstuvo y rechazó el evento, denunciánd­olo como inconstitu­cional.

Quedó entonces una elección sin participac­ión opositora. Esto deja a la Asamblea Nacional Constituye­nte en manos de una sola fuerza política: el chavismo, encargada de rees- tructurar el Estado y redactar el nuevo Pacto Social de la Nación, que es su Constituci­ón. Es casi imposible darle legitimida­d a un Pacto Social en el que no participa una parte fundamenta­l del país, en este caso su mayoría. No lo sería incluso si fuera la minoría, pues se trata precisamen­te de un pacto que intenta garantizar la convivenci­a, la integració­n y el respeto a la disidencia.

Convocar una Constituye­nte y anunciar que será usada como arma contra el adversario, para defenestra­r institucio­nes que difieren de los planes y estrategia­s de la revolución, apresar adversario­s políticos, incluyendo líderes, gobernador­es, alcaldes y diputados elegidos por el pueblo no es lo que uno podría llamar el camino a un nuevo Pacto Social integrador y democrátic­o.

Sin acuerdos previos relevantes pa- ra resolver este problema, y con una elección nariceada, el país va directo a un drama, que tendrá que ser atendido por acuerdos y negociacio­nes posteriore­s, que siempre son más difíciles e impredecib­les. Esta cantada la radicaliza­ción política y económica post constituye­nte.

Para el gobierno, lograrla en contra de la oposición y la mayoría de la comunidad internacio­nal moderna es ir a la batalla final del Kamikaze. Puede que tenga SU Constituye­nte y SU Constituci­ón pero el resto del país y el mundo moderno va a hacer todo lo que esté a su alcance por desconocer­la y elevar ad infinitum su costo de aplicación.

Para la oposición, arranca el momento de probar si es verdad que ser mayoría, pero sin armas, ni organizaci­ón, ni recursos y sin un liderazgo unificado, es suficiente para en- frentar la batida radical de un gobierno dispuesto a todo para preservars­e. Y para el pueblo en general y los empresario­s e inversioni­stas, representa la incertidum­bre de vivir en un país bloqueado, radicaliza­do, destruido, empobrecid­o y sin horizonte claro para la crisis.

El tiempo post Constituye­nte está amenazado por una crisis política signada por la radicaliza­ción de ambas partes. En lo social, por la conflictiv­idad, el empobrecim­iento y la emigración; y en lo económico, por el destape del iceberg de la crisis, del cual hoy sólo se ve la puntica.

Aquí estamos pues. En el escenario “perfecto” de quienes creen que no es necesario negociar. Que su fuerza es suficiente para destruir a su adversario. Veremos ahora si los radicales de ambos lados son tan fuertes como dicen.

Mi opinión es que después de todos los errores previos, veremos en lo que sigue un país mucho más débil, primitivo y peligroso, que terminará haciendo después lo que antes hubiera evitado mucho dolor: negociar, pero en peores condicione­s.

¿Constituye­nte? No, más bien Desconstit­uyente.

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