Un futuro signado ahora por la radicalización de ambas partes
Venezuela fue a su elección de la Asamblea Nacional Constituyente. La mayoría de la población indicaba que no está de acuerdo con su realización, pero no fue consultada para ello. Lo decidió autónomamente el gobierno. Los mecanismos de elección de los constituyentes fueron “distintos” a la tradición electoral democrática venezolana y mundial. Y la fuerza opositora se abstuvo y rechazó el evento, denunciándolo como inconstitucional.
Quedó entonces una elección sin participación opositora. Esto deja a la Asamblea Nacional Constituyente en manos de una sola fuerza política: el chavismo, encargada de rees- tructurar el Estado y redactar el nuevo Pacto Social de la Nación, que es su Constitución. Es casi imposible darle legitimidad a un Pacto Social en el que no participa una parte fundamental del país, en este caso su mayoría. No lo sería incluso si fuera la minoría, pues se trata precisamente de un pacto que intenta garantizar la convivencia, la integración y el respeto a la disidencia.
Convocar una Constituyente y anunciar que será usada como arma contra el adversario, para defenestrar instituciones que difieren de los planes y estrategias de la revolución, apresar adversarios políticos, incluyendo líderes, gobernadores, alcaldes y diputados elegidos por el pueblo no es lo que uno podría llamar el camino a un nuevo Pacto Social integrador y democrático.
Sin acuerdos previos relevantes pa- ra resolver este problema, y con una elección nariceada, el país va directo a un drama, que tendrá que ser atendido por acuerdos y negociaciones posteriores, que siempre son más difíciles e impredecibles. Esta cantada la radicalización política y económica post constituyente.
Para el gobierno, lograrla en contra de la oposición y la mayoría de la comunidad internacional moderna es ir a la batalla final del Kamikaze. Puede que tenga SU Constituyente y SU Constitución pero el resto del país y el mundo moderno va a hacer todo lo que esté a su alcance por desconocerla y elevar ad infinitum su costo de aplicación.
Para la oposición, arranca el momento de probar si es verdad que ser mayoría, pero sin armas, ni organización, ni recursos y sin un liderazgo unificado, es suficiente para en- frentar la batida radical de un gobierno dispuesto a todo para preservarse. Y para el pueblo en general y los empresarios e inversionistas, representa la incertidumbre de vivir en un país bloqueado, radicalizado, destruido, empobrecido y sin horizonte claro para la crisis.
El tiempo post Constituyente está amenazado por una crisis política signada por la radicalización de ambas partes. En lo social, por la conflictividad, el empobrecimiento y la emigración; y en lo económico, por el destape del iceberg de la crisis, del cual hoy sólo se ve la puntica.
Aquí estamos pues. En el escenario “perfecto” de quienes creen que no es necesario negociar. Que su fuerza es suficiente para destruir a su adversario. Veremos ahora si los radicales de ambos lados son tan fuertes como dicen.
Mi opinión es que después de todos los errores previos, veremos en lo que sigue un país mucho más débil, primitivo y peligroso, que terminará haciendo después lo que antes hubiera evitado mucho dolor: negociar, pero en peores condiciones.
¿Constituyente? No, más bien Desconstituyente.