Clarín

Esos aromas en los que se huele la vida

- Magda Tagtachian mtagtachia­n@clarin.com

Se propuso armar su propia valija de olores, colección personalís­ima, para cuando necesitara un shock de energía y empujones. En los divanes modernos lo llaman aromaterap­ia.

Pero cuando ella era chica, esa ruta de los sentidos no había sido aún bautizada. Se animó a exhumarlos. Tenerlos bien a mano para inspirar en momentos de urgencia y necesidad. En ese arcón acomodó primero el aroma del café recién molido. Y enseguida ubicó el perfume del césped recién cortado. El olor de cuando empieza a llover también ocupa buena parte. Se llama petricor: el ozono que viaja en las gotas de agua y estalla. Magia que se corporiza cuando toca la tierra y exhala. Hace poco descubrió que puede replicar ese aroma mientras riega las plantas. Aunque nieve de sol. Aunque el viento invada. Y ya que estaba, también incluyó las tostadas apenas quemadas; la leña fresca que arde en la chimenea, y el olor de las mañanas desesperad­as.

Los roperos de pared a pared de la casa de la abuela. Estantes con puntillas y un ramo de lavandas entre las enaguas. Un par de zapatos recién lustrados. El hedor del Lord Cheseline azul cristalino y pegajoso, la gomina que usaba su papá. La cera penetrante que revive el parquet. El shampoo de bebé. La crema de manos Hinds que se untaba la abuela.

El olor de su cuarto los domingos en la quinta de Malvinas Argentinas y el tocador antiguo con los broches de Doña María. El olor de la tarta de ciruelas que ella horneaba. La fragancia de la persona amada.

Esencias que alteran corazones si una brisa las destapa. Indicios que revuelcan relojes y deponen las armas.

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