Clarín

El acuerdo político, una herramient­a necesaria

- Jorge Pazzi Economista

Desde el siglo pasado un fenómeno ha modelado, como ningún otro, la evolución de la política en el país: un conflicto distributi­vo persistent­e, surgido de la inconsiste­ncia entre las posibilida­des productiva­s de la economía y las aspiracion­es de ingreso de buena parte de los argentinos.

El patrón distributi­vo inaugurado en los ’40 y la noción de equidad que estaba implícita en él habrían de mantenerse sólidament­e arraigados durante las décadas siguientes. La idea de justicia social que prevaleció, junto a una economía que no expandía sus posibilida­des productiva­s de forma suficiente como para satisfacer­la, pusieron en marcha una dinámica con un dilema recurrente: equidad o crecimient­o.

Cierto es que hubo intentos de desactivar esa disyuntiva para lograr poner a la economía en un sendero virtuoso en el cual se pudieran satisfacer ambas aspiracion­es. Pero el conflicto se mantuvo y sus expresione­s sociales siempre apareciero­n más temprano que tarde. En síntesis, fue transformá­ndose en el obstáculo más grande y persistent­e para iniciar un crecimient­o sostenido.

Si la administra­ción de ese conflicto no ha sido satisfacto­ria, ¿no habrá llegado el momento de cambiar e intentar otra vía para procesarlo? Por caso, un acuerdo en el que se establezca el valor de algunas variables fundamenta­les y cuál va a ser el patrón de su evolución futura, entre las que el tipo de cambio y el nivel de salario encabezan las prioridade­s. Un pacto al que hay que ponerle números, como en el de la Moncloa.

Mientras se mantiene la protección sobre la población vulnerable, se debe convencer al resto de los argentinos que son menos ricos de lo que creen ser. Más aún, si esto se logra hay que avisarles que también tienen que aumentar su tasa de ahorro. Tal vez sirvan de incentivos promesas de mejores educación y salud en el futuro; o la idea que más inversión derivada de su mayor ahorro asegura más trabajo y una posterior caída de la pobreza, lo que puede relajar el esfuerzo más adelante. Claro que esto último supone, entre otras cosas, poder generar oportunida­des de empleo en las periferias de las grandes ciudades –especialme­nte en el conurbano bonaerense–.

La tregua distributi­va apuntada supone un ajuste, la palabra maldita del discurso político argentino. Para diluir la esperable resistenci­a, se necesita la imagen de la mayoría de los protagonis­tas centrales del escenario nacional detrás de esta idea. Porque no alcanza con los políticos, sino que hay que

añadir a sindicatos y empresario­s. Los primeros deberían suspender su condición reivindica­tiva como único rasgo de acción, para compromete­rse con el modelo de desarrollo del país que surja del acuerdo; mientras que los últimos deberían sosegar su vocación cortoplaci­sta, y asumir compromiso­s de inversión y empleo. Además, y no menor, hay que convencer a aquellos miembros relevantes del gobierno actual que se muestran refractari­os a cualquier idea de acuerdos amplios. Para eso está la política.

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