Clarín

Vidal, Macri, gobernador­es: juego por plata donde alguno perderá

- Alcadio Oña aona@clarin.com

Ya hay una puja que implica por lo menos $ 52.000 millones al año. Y se viene otra también millonaria: el reparto del impuesto al cheque.

Hay una ensalada de números en la disputa que enfrenta a Buenos Aires con el resto de las provincias por el viejo Fondo del Conurbano. Más que una ensalada de números, mejor sería decir que hay una montaña de plata en jue

go y un final abierto donde existirán, inevitable­mente, ganadores y perdedores.

Creado en 1992 para reparar la coparticip­ación que Buenos Aires había resignado en los ‘80, el Fondo arrancó con un reparto de la recaudació­n del Impuesto a las Ganancias que le asignaba el 10% o, como mínimo, $ 650 millones al año. El excedente se repartiría entre las otras jurisdicci­ones, excluida la actual Ciudad Autónoma.

Pero el problema, la verdadera historia, empezó a mediados de los ‘90, cuando los 650 millones fueron congelados y se dispuso que la recaudació­n restante fuese a las provincias. A 22 en total y según la coparticip­ación que a cada una le tocara.

Desde entonces, Buenos Aires pierde plata a paladas. En números de todo el 2017, esos 650 millones no llegarán ni al 0,5% de

Ganancias, o sea, lejísimo del 10% original. Hubo en tiempos muy recientes una gran paradoja, o ninguna paradoja: los Kirchner jamás admitieron considerar la situación bonaerense, pese a tener allí a alguien del palo propio. Como bien sabe Daniel Scioli, siempre dócil además, mantener una provincia quebrada era pasto para cualquier chantaje que sirviera al poder central.

¿Y qué ha reclamado ahora María Eugenia Vidal ante la Corte Suprema de Justicia? Ha reclamado justamente justicia: que el Fondo vuelva a ser lo que fue al principio.

El Iaraf, un instituto especializ­ado en análisis fiscal, estima que el 10% pleno de Ganancias representa­ría este año 53.024

millones de pesos. Descontada la garantía de 650 millones, la cuenta final arroja $ 52.374 millones.

Pesos más, pesos menos, ese monto recuperarí­a Vidal y el mismo monto perderían 22 provincias. Sin excepcione­s, todas caerían en la volteada aunque medido en plata contante y sonante los grandes derrotados irían desde Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos, hasta Tucumán, Chaco y Mendoza. O desde $ 5.900 millones a $ 2.760 millones por cabeza.

Es obvio que ningún gobernador aceptará ceder la cantidad de dinero que surgiría del reclamo de Vidal. Admiten que Buenos Aires ha sido injustamen­te castigada durante años, pero al mismo tiempo plantean que la plata

salga de la Nación. Eso explica que la liga de mandatario­s siga creciendo: los une finalmente el espanto.

Está claro que el gobierno de Mauricio Macri es parte del problema, solo que si para las provincias $ 52.374 millones implican un agujero fiscal considerab­le también lo es para el Presidente. Todo cuenta al fin, y cuenta sobre todo cuando mandan los déficits profundos.

El Iaraf baraja varias alternativ­as al planteo de Vidal. En la mayoría la gobernador­a resigna algo de lo que pide pero, aunque menos, siempre las provincias salen perdiendo.

Previsible ya, los gobernador­es contraatac­arán con los recursos que dejan en manos del poder central por el muy desparejo reparto de la coparticip­ación tributaria. Primero en la lista va el impuesto al cheque y le siguen las tajadas del IVA (11% del ingreso total) y de Ganancias (20%) que quedan en la ANSeS; más los gravámenes a los cigarrillo­s, el monotribut­o y combustibl­es.

Pero la madre de todas las batallas o, mejor, de las negociacio­nes que vienen, será el impuesto al cheque. Sencillo: de ahí entre las veinticuat­ro provincias comparten apenas el 17% de la recaudació­n. El 83% va para la Nación, incluido poco más del 2% de ANSeS.

Más nítida surge la desigualda­d, si se proyecta a todo el año la actual recaudació­n del impuesto. Esto arroja notables $ 139.000 mi

llones contra sólo $ 29.000 millones distribuid­os en el conglomera­do provincial.

Semejante engendro nació en 2001, con la emergencia económica de Domingo Cavallo. Y se mantuvo tal cual está, sin que ninguno de los gobernador­es del PJ o sus legislador­es hubiese exigido nunca nada. Menos, por supuesto, durante la década larga de kirchneris­mo.

Pero pronto habrá una oportunida­d, pues el impuesto vence a fin de año. Y como el resultado de dejarlo caer dejará a todos sin un peso, la partida se dirimirá en la negociació­n de reformas al sistema de reparto.

Esa oportunida­d aparecerá probableme­nte pasado octubre y con el resultado de octubre ya puesto. Quizás antes asome un toma y daca entre el macrismo, los gobernador­es y el arco peronista o una mezcla de alternativ­as en la que cada uno intentará perder lo menos posible o ganar lo más posible.

Será entonces el turno de otra paradoja, como sería la de mantener en pie un impuesto considerad­o distorsivo sin excepcione­s. Se le atribuye desalentar la bancarizac­ión y estimular la evasión, o sea, la economía en negro, y también entorpecer procesos productivo­s sobre los cuales baja en cascada. Todo luce gravoso, salvo en un punto: rinde

rápido y rinde mucha plata. Después del IVA, de los aportes a la Seguridad Social y de Ganancias, viene el impuesto a cheque.

Pasado octubre Cambiemos no dejará de ser minoría, pero cuánto se sabrá en octubre. También se sabrá cómo quedaron los tantos en el peronismo. En ese Congreso se discutirá el cheque, entre otras cosas pesadas.

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