PASIONES ARGENTINAS

Madrid reclama una lupa para verla mejor

Entre un viaje y otro a Madrid, los dos por cuestiones laborales, pasaron cinco años. No cinco años en cualquier momento de la vida. Cinco años montados en la bisagra que va de los 40 a los 50. En ese simple cambio de páginas de calendario, algo se modificó en el modo de abordar esa bellísima ciudad.

No es que los años se hayan hecho sentir en el cuerpo, ni que costara más levantar la vali- ja, ni ninguno de esos lugares comunes por los que, al menos en este último viaje, haya tenido que transitar de prepo. Sí anduve por otro, que, según mis malos cálculos, visitaría mucho más adelante. El punto fue que -recién llegada- apenas desplegué el mapa que había cerrado en 2012 tuve que salir urgentemente de shopping. Ni protector solar -la temperatura marcaba entre 38 y 45 grados, y todavía no había arrancado el verano europeo- ni calzado cómodo: una lupa.

Frente al colorido dibujo de las calles de Madrid no entendía siquiera mis viejas marcaciones con una letra que conozco de memo- ria. Y, a todo esto, con los anteojos puestos. Más de uno de los que esté leyendo esto podrá decir que debo aumentar la graduación de los lentes, cosa que había hecho en medio de esos criminales años que se llevaron parte de mi vista. Pero amén de la magia que pueda hacer el oftalmólogo para que uno de pronto vea algo que no veía tan nítido, hay una cruel realidad que va nublando el panorama (esto dicho más literal que conceptualmente).

Frente a eso, nunca mejor invertidos los 5,20 euros de la lupita, para que nadie te quite las letras de un mapa. Ni la ilusión de que cinco años no es nada.