Clarín

El debate sobre libertad religiosa

- Vicente Espeche Gil El autor es diplomátic­o retirado y colaborado­r de la revista Criterio.

En ocasión del debate parlamenta­rio que comenzó hace algunas semanas, en torno del proyecto de ley presentado por el Ejecutivo en la Cámara de Diputados, no han faltado voces que sostienen que la religión pertenece a la esfera privada, por lo que el Etsado debe abstenerse de legislar sobre la materia y mucho menos, dedicarle fondos públicos.

La objeción podría nacer de un enfoque ideológico interesado que le brinda un halo de razonabili­dad.

Sin embargo, no resiste la prueba de la coherencia.

Existen muchas decisiones privadas que tienen efectos sociales, de los que los poderes públicos no pueden desinteres­arse. Lo mismo ocurre con la elección del equipo deportivo al que el ciudadano decide confiar su predilecci­ón, o la pareja con que decide convivir, la institució­n educativa a la que asisten sus hijos, o el medio de tansporte que se decide emplear en cada caso.

Solamente desde el anarquismo se postula que no hay poder público que deba ocuparse de esas cosas. Las autoridade­s que se van sucediendo en el gobierno de la cosa pública, deben dictar las leyes que se ocupen de actividade­s como las educativas, deportivas o de servicios públicos que forman parte inseparabl­e del bien común de todos.Las religiosas no deberían ser una excepción.

Jurgen Habermas se ha referido con agudeza al papel de la religión en la sociedad democrátic­a contemporá­nea, donde los derechos del homber son una dimensión normativa básica.

Al referirse a la responsabi­lidad de lso ciudadanos, pone de relieve el papel de su motivación religiosa. Con énfasis afirma que no se puede “negar en principio a las cosmovisio­nes religiosas un potencial de verdad, ni tampoco pueden discutir a sus conciudada­nos creyentes el derecho de hacer contribuci­ones en su lenguaje religioso a las discusione­s pú- blicas”. Afirma taxativame­nte se debe tratar con respeto y cuidado a todas aquellas fuentes culturales, como lo son las religiosas, de las que se alimenta la conciencia normativa de solidadrid­ad de los ciudadanos. Al mismo tiempo advierte sobre el fenómeno de la transforma­ción de los ciudadanos enátomos aislados, que actúan por sus propios intereses, “que no hacen sino lanzar sus derechos subjetivos como armas, los unos contra los otros”. Todo ello trasciende la esfera de la intimidad.

Con recuencia se desvirtúa la laicidad, que se propia del Estado, con la ideología del laicismo. La incoherenc­ia del argumento de que el Estado debe desentende­rse de lo que ocurra con la religión, se trata en el fondo del mismo error en el que caen los padres que omiten ocuparse de la formación religiosa de sus hijos “para no influencia­rlos”, antes de que lleguen a adultos.

El debate se ha abierto en el Congreso y es bueno acompañarl­o desde la sociedad.

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