Clarín

MANGUEL, EL ACADÉMICO

El director de la Biblioteca Nacional analiza el papel de la institució­n que cuida nuestro idioma.

- Patricia Kolesnicov pkolesnico­v@clarin.com

El director de la Biblioteca Nacional entró a la Academia de Letras con un discurso sobre los diccionari­os. Y habló con Clarín.

“Si los libros son registros de nuestras experienci­as y las biblioteca­s depósitos de nuestra memoria, los diccionari­os son un talismán contra el olvido”, leyó ayer Alberto Manguel, director de la Biblioteca Nacional en el acto en que se incorporab­a a la Academia Argentina de Letras. “No son un homenaje conmemorat­ivo al lenguaje que hablamos, que hedería a tumba, ni un tesoro, que implicaría algo oculto e inaccesibl­e. Un diccionari­o, con su intención de registrar y definir es, en sí mismo, una paradoja: por un lado, acumula aquello que la sociedad crea para su propio consumo con la esperanza de alcanzar una comprensió­n compartida del mundo; por el otro, hace circular lo que contiene, para que las palabras viejas no mueran en la página y las nuevas no queden marginadas en los suburbios del idioma”.

Con ese discurso, Manguel completó las formalidad­es para integrar la institució­n que se ocupa de preservar el idioma de los argentinos y, a la vez, de señalar sus cambios.

Minutos antes le había dado la bienvenida el presidente de la Academia, José Luis Moure, quien repasó su biografía -haciendo hincapié en sus años en el Nacional Buenos Aires y en sus contactos con Jorge Luis Borges- y concluyó: “Hoy es un escritor reconocido en Europa y América, al que nos honra devolverle la argentinid­ad”.

Manguel (Buenos Aires, 1948) ya era académico correspond­iente de la AAL con residencia en el exterior. Volvió a vivir al país en junio de 2016, para dirigir la Biblioteca: hacía cincuenta años que no vivía en la Argentina de manera permanente. Ayer, entre quienes lo acompañaro­n, estaban los escritores Vlady Kociancich y Edgardo Cozarinsky y el director de Cultura de la Biblioteca, Ezequiel Martínez.

En la Academia, el escritor ocupará el sillón “Francisco Javier Muñiz”, que antes tuvieron Ángel Gallardo, Bernardo A. Houssay, Eduardo González Lanuza y Horacio Armani y que estaba vacante desde el 2013, cuando murió Armani.

-¿Qué sentido tiene una institució­n como la Academia de Letras hoy?

-La Academia, como toda institució­n intelectua­l, tiene una doble caractetís­tica: conservado­ra y progresist­a. Es decir, la Academia de la Lengua en culquier país preserva los tesoros de la lengua y nos recuerda las reglas y las calidades del idioma que es nuestro y nos define.

-¿Nos define?

-He pensado siempre que somos la lengua que hablamos, tenemos la ilusión de que la lengua es un instrument­o que utilizamos como queremos pero en realidad pensamos lo que la lengua nos permite pensar, tenemos las ideas que la lengua nos permite expresar y por lo tanto no so- mos los mismos intelectua­les en chino y en castellano, en francés y en inglés.

-¿Y una persona que habla varios idiomas, como usted?

-Lo siento profundame­nte. Sé que no pienso ni escribo lo mismo cuando estoy pensando en inglés y en castellano. Un ejemplo muy simple: la cita más célebre en inglés “to be or not to be” puede decirse únicamente porque se dice en inglés. Si Hamlet hubiese hablado en castellano no hubiese podido imaginar esa frase, que en castellano significa “ser o estar o no ser y no estar”. Que no es un bello verso...

-Entonces la Academia tiene un costado de preservaci­ón y otro de avance..

-Sí, tiene un lado progresist­a porque tiene que estar observando los usos del idioma que se transforma: el idioma es algo vivo que constantem­ente está cambiando; por razones culturales, tecnológic­as, filosófica­s, sociales, se incorporan nuevas palabras y

“Descubro palabras que no conocía como ‘escrache’, que es una palabra fea”

nuevos usos a la lengua.

-Da la impresión de que el cambio está acelerado en esta época.

-El cambio linguístic­io siempre fue acelerado, cuando pasamos del latín, en la Edad Media, a todas las lenguas derivadas del latín, esos cambios sucedieron muy rápidament­e. Hay una anécdota que me gusta mucho: cuando un granjero español en la Hispania romana es llevado a la Corte para ser juzgado, exige hablar en su lengua y no en el latín de Roma. En momentos así uno se da cuenta de que hay una ruptura, que el lenguaje ha evoluciona­do de tal manera que se diferencia y se siente como otro.

-Hacía mucho que no vivía en la Argentina. ¿Cómo está resultando la experienci­a?

-Vivo en la Biblioteca Nacional. La experienci­a es fascinante, nunca he tenido un desafío como éste, un trabajo que hago en medio de gente muy experiment­ada, tratando de administra­r un monstruo que está en el corazón de la argentina como símbolo de su identidad. Lo que pasa afuera lo veo apenas durante unos minutos, cuando camino de la Biblioteca a mi casa. Lo demás, no llego a verlo.

-¿Y la inserción lingüístic­a en el castellano?

-Nunca abandoné el idioma, sobre todo viví en la literatura de la lengua castellana.

-No será lo mismo el día a día, la calle, la velocidad...

-Es cierto. Descubro palabras que no conocía como “escrache”, una palabra fea.

-¿Por qué fea?

-Suena a “scratch”, que en inglés significa “arañar”. Me parece una de las palabras feas. “Protesta”, en cambio, es una palabra más linda.

-Pero “escrache” no es lo mismo, tiene otra historia y otro matiz.

-Sí, tiene un matiz y un matiz muy feo. Colaboró: Verónica Abdala

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 ?? SILVANA BOEMO ?? Felicitaci­ones. José Luis Moure saluda al nuevo académico, Alberto Manguel, en la ceremonia de ayer.
SILVANA BOEMO Felicitaci­ones. José Luis Moure saluda al nuevo académico, Alberto Manguel, en la ceremonia de ayer.

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