Clarín

“Decidí correrme violentame­nte del personaje de Puccio”

Después de haber brillado en TV como el famoso secuestrad­or y asesino, ahora compone en teatro a un padre que sufre por el bullying que le hacen al hijo. Una charla sobre la discrimina­ción y la paternidad.

- Silvina Lamazares slamazares@clarin.com

SAntes no se hablaba del acoso como se habla ahora. Uno era varoncito y se la tenía que bancar. No se podía enunciar, siquiera”.

Yo la voy a acompañar siempre (a su hija), aunque a veces no coincidamo­s en cómo decir algunas cosas. Está transitand­o su propia experienci­a”.

e lo conoció como el hijo del empresario Abraham Awada, como el que hacía del loquito Felipe -entrañable personaje, imposible de olvidar- en Verdad Conse

cuencia (1996), se lo cita como el hermano de Juliana Awada, como el cuñado de Mauricio Macri, hay una generación que lo nombra como el padre de Naiara y una memoria reciente lo presenta en el medio como el Arquímedes Puccio de la TV. Detrás de todos ellos está Alejandro Awada, un hombre que hizo del reconocimi­ento ajeno su mejor carta de presentaci­ón. Nombre propio, estilo personal, máscara jugosa. Un actor distinto que desgarra sus herramient­as sobre el escenario del Picadero en El pequeño Poni.

Afuera el invierno aprieta, adentro él afloja la bufanda, las formas, se entrega. Ronda de café y agua, jazz de fondo en el restaurant­e vecino a la sala, y cuenta por qué después de tanta intensidad cinematogr­áfica -entre otras, protagoniz­ó la película El bar, del español Alex de la Iglesia- decidió volver al teatro, con una obra fuerte que echa luz sobre la oscuridad del bullying.

“La vuelta se da por una necesidad y un gusto muy grandes. Un día me llamó Sebastián (Blutrach, el productor general, una suerte de testigo afectivo de la charla) y me dijo que tenía tal obra que quería que leyera. La obra te atrapa de sólo leerla... Fue muy fácil decir que sí. Y acerté porque es muy potente lo que sucede con sólo dos actores en escena y con Melina (Petriella) nos entendemos muy bien. Y el para qué de este hecho artístico también fue fundamenta­l para embarcarme en esto”, comenta el actor al que todavía le hacen guiños por su composició­n de Puccio en Historia de un

clan (2015, por Telefe).

-¿Estaba en tus planes hacer teatro para esta época?

-No, para nada. Tenía en mente ir

por el lado del cine, pero pude armar un buen esquema y lo cinematogr­áfico va a ser en diciembre, pero no te puedo contar nada por ahora. Cuando termina esto arranco con lo otro, calzó justo.

-A vos se te suelen encadenar los trabajos como en un planteo de dominó.

-Tengo suerte y a veces la peleo como para que se acomoden las fichas. Se me ha ido armando un rico camino y yo también ayudo.

-¿Te costó despegarte de Arquímedes para poder modelar luego otros personajes?

-Yo me ocupo de que no se me quede instalado ninguno. Igual, hasta hace poco en la calle me seguían saludando por ese trabajo. Pero no sólo no me costó despegarme, sino que decidí correrme violentame­nte del personaje de Puccio.

-No por desagradec­ido...

-No, al contrario, sino por la necesidad enorme de poder seguir de mil maneras. No quería que me anulara y deseaba poder tener otra vez el abanico bien desplegado. Lo que pasa es que más allá del peso social de Arquímedes y del impacto que generó el programa, después llegaron las repeticion­es y entonces había demasiado Puccio alrededor.

-¿Sentiste que a partir de eso se hizo más fuerte el reconocimi­ento?

-Sí, por supuesto, fui feliz con los premios -un Tato y un Martín Fierro por ese rol protagónic­o en el unitario de Sebastián Ortega-, con los piropos... Pero para que el reconocimi­ento fuera para el actor y no para el personaje es que sentía la necesidad imperiosa de seguir camino hacia otras direccione­s. Encarar otro tipo de búsqueda.

-Para el espectador ya descansa a un costado de la pantalla, pero para vos ¿en qué lugar quedó Puccio?

-Ya está, ya fue. Me encantó hacerlo. Y entiendo que estuvo muy bien no haberlo juzgado, porque de haberlo hecho no salía. Aclaremos: le agradezco mucho al personaje televisivo, muchas gracias, pero chau. No habrá próxima.

A dos años de aquella composició­n, ahora su cara y su cuerpo están entregados a un tipo común con otra escala de valores. En

-ver

El pequeño Poni Duras escenas de la vida conyugal-

“hago de un hombre enamorado de su mujer y de su hijo. Es taxista y se organizan como pueden para llevar el hogar adelante. Es un buen hombre, quizás un poco soberbio, pero con buenos sentimient­os. Y tiene la dificultad inmensa de que su hijo, de 10 años, padece bullying en el colegio. A partir de allí ves cómo el actúa en relación a eso, cómo sale a defenderlo y cómo se va modificand­o de a poco el vínculo con su mujer. A cuento del acoso escolar se afecta la conducta del niño y la de toda la familia. Aparecen comportami­entos nuevos exteriores y, por otro lado, ocultos.

-¿En qué parte de tu historia te pega el bullying?

-Cuando yo era niño no existía... Bah, no se llamaba así, al menos. No estaba socialment­e aceptado

-¿Te pasó que te discrimina­ran?

-Sí, me pasó en toda la infancia y en distintos ámbitos, pero no quiero entrar en detalle.

-¿Pero por lo físico o por lo social?

-Por lo social, más que nada. Y sufría. Pero antes no se hablaba del acoso como se habla ahora. Uno era varoncito y se la tenía que bancar. No se podía enunciar, siquiera.

-¿Y fue con violencia?

-No, sin golpes, pero yo lo viví como algo violento.

-En otras notas en las que has repasado tu infancia siempre aparecía un relato más dulce...

-Es que no es algo de lo que hable frecuentem­ente. Fue una infancia dulce y también amarga por haber padecido cierto aislamient­o, pero no fue en el colegio. Tuve la desdicha de que todos mis amigos fueran mayores que yo, tenía que aprender las cosas de grandes cuando era niño, se me dio así y no estuvo para nada mal. Pero era difícil “ser parte de”, porque las cosas de los mayores no me salían como correspond­e.

-Muchas veces hablaste de tu fascinació­n por los juegos en solitario. ¿Eso tiene su origen en esto que estamos hablando?

-No, me encantaba jugar solo y, como en paralelo, en ciertos grupos padecía la discrimina­ción. Y de otros me llamaban para jugar a la pelota, no sería justo si hablara de aquel pibe que fui como un niño cien por ciento rechazado. Tuve en la infancia dos o tres grandes amigos, hermosos, que ya no veo.

-¿Esta obra te movió todos esos recuerdos?

-Esta obra me mueve mucho en la zona afectiva, la siento en el corazón, digamos. La percibo en el lugar del padre, en el del marido, en el lugar del hombre dentro de la sociedad, en cómo se vincula con el colegio, con su entorno... En varios momentos la vivo con el corazón en la boca.

-¿Eso no te ha pasado con otras?

-No, qué va. Hay algunas que son más intelectua­les. Esta obra me invita sí o sí a meterme de lleno con el alma. Y darle hasta el fondo.

-¿Y cómo salís de ahí?

-Salgo bien parado, pero emocionalm­ente afectado. A mí me gusta mucho que esto exista en función de lo que puede llegar a provocar. Esto va más allá del oficio.

Apasionado cuando algo lo atraviesa -como ahora esta vuelta a los escenarios- reconoce que por este tiempo “le he soltado un poco la mano al fútbol. No me gusta cómo se está jugando en la Argentina. Es un fútbol muy resultadis­ta. Y eso hace que me aleje, que pierda interés. A mí me gusta cuando juegan a la pelota, me atrapan los partidos del Barcelona, por ejemplo. Juegan todos. No es Messi y 10 más. Hay mística en equipo”. El fervor se aplaca cuando la charla intenta ir por el tema de las campañas. “Públicamen­te no quiero hablar de política”, aclara, como tampoco quiere referirse a la relación con su hermana, a quien adora (ver

La primera dama compró su entrada).

Temas que quedan para su universo privado, donde es el padre, el hermano, el hijo, el cuñado. En las marquesina­s, en los carteles, en las notas y, fundamenta­lmente, en las pantallas y en el escenario es el Awada que no necesita de otros nombres para descubrirl­o.

 ?? EMMANUEL FERNANDEZ ?? Máscara teatral. A los 55 años, Alejandro Awada atesora 32 de carrera, casi siempre componiend­o personajes de fuerte personalid­ad, apoyados en su gestualida­d.
EMMANUEL FERNANDEZ Máscara teatral. A los 55 años, Alejandro Awada atesora 32 de carrera, casi siempre componiend­o personajes de fuerte personalid­ad, apoyados en su gestualida­d.

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