Clarín

Trotar en la cinta para ser inmortal

- Héctor Gambini hgambini@clarin.com

Subimos a la cinta, mis 100 kilos y yo. Vamos a trotar un rato a una velocidad que para los runners es la de una tortuga mirando vidrieras, pero para mis pulsacione­s es la de Usain Bolt lanzado y con viento en la espalda.

Lo que ocurre entonces es una proeza física. No de mi físico, que hace rato se retiró de las proezas sin avisarme, sino de la ciencia Física. Es así: cuando ando por los 12 minutos, el tiempo se aletarga. Miro el reloj maldito de la cinta y leo, entre el sudor que me empaña los ojos, 12:49. Ok. Levanto la cabeza y redoblo la voluntad pensando en que volveré a mirar el reloj por lo menos dentro de cuatro minutos.

Me entretengo con los autos que paran en el semáforo de la avenida. Una mujer cruza muy despacio y calculo que quizá no llegue al otro lado antes de que los coches arranquen con el verde. Repaso la formación de San Lorenzo para el próximo partido. Pienso variantes tácticas. Veo en un televisor lejano que Trump está furioso con Corea del Norte y que quizá Fede Bal haya vuelto con Laurita Fernández. Calculo cuánta leña voy a necesitar para el asado del sábado. Listo. Seguro llegué a los 18 minutos. Miro el reloj: 13:32. No lo creo. Repito la operación cuando paso los 15, y los 20. A la media hora trotando en la cinta cada minuto

vale por seis fuera de ella. Pienso entonces que dos años aquí serían 12 reales. Y que Einstein habló del tiempo y del espacio cuando aún no existían los gyms con cintas para correr como ejércitos invasores de conciencia­s.

Mis 100 kilos siguen conmigo cuando bajo de la cinta mágica, pero ya no voy por ellos. Sé que 20 minutos ahí para mí son dos horas. Por eso insisto cada lunes. Para ser inmortal.

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