Para Lange y Carranza sigue encendido el fuego olímpico
Desde Europa, donde se entrenan, la pareja de yachting le cuenta a Clarín cómo les cambió la vida el oro de Río 2016
Antes de que interrumpa la voz gallega del GPS que lo traslada desde Salzburgo, Austria hacia Spielberg, Alemania, para ser espectador de una carrera de Moto GP, Santiago Lange dice
desde el otro lado del teléfono: “Lo que me toca vivir es una cosa maravillosa. Proyectos y gente que se me acerca por distintas razones, con buena onda y alegría. Es un cambio. Pero es lindo, porque todos llegan con buena vibra y me hacen reconocimientos todo el tiempo”.
A tres horas de distancia viaja Cecilia Carranza Saroli, que aprovecha el fin de semana libre de su intensa rehabilitación en Salzburgo para conocer Viena. “Estábamos entrenando en Italia antes. Yo me vine para acá por una lesión en la rodilla y en 10 días nos volvemos a encontrar en
Barcelona para meternos en el agua
otra vez”, irrumpe su charla con Clarín desde el otro lado del Atlántico. Viajes, reuniones laborales, entrenamientos en centros profesionales, nuevos proyectos que deciden contar hasta ahí, notas, entrevistas, autógrafos y otras tantas cosas que antes del 16 de agosto de 2016 no pasaban. ¿Cómo le cambió la vida a la pareja olímpica tras un año con la medalla dorada colgada en el pecho, esa que abrazaron entre lagrimas en la inolvidable Bahía de Guanabara? Con su honestidad, brutal y auténtica, la rosarina frena y aclara: “Bueno, no me siento famosa tampoco. No es que voy por la calle y la gente me grita: “¡Eh Ceci, sos grosa!”. Nada de eso”
Postproeza, con o sin flashes alrededor, todo fue nuevo para el gran dúo de Río de Janeiro. Pero Lange por un lado y Carranza por el otro. El delirio vivido en la Marina da Gloria marcó sus vidas de manera diferente.
“Es difícil decir si me imaginaba todo lo que pasó, porque nunca imaginé qué podía pasar si ganábamos el oro. Porque no es esa la razón por la que compito o navego. Me mueven otras cosas y muy lejos está se ser la fama una motivación para el deporte. Simplemente acepto lo que vivo hoy, y lo acepto bien”, admite vigoroso a los 54 años. Nada sorprende de Lange, que junto a Carranza, son valores personificados, y lo saben.
Cecilia Carranza, 30 años, vivó en una montaña rusa del parque de Disney y Universal a la vez. Pero hoy mira para atrás, feliz, y acepta con mucha naturalidad: “Siento una linda responsabilidad porque hoy se nos escucha. Ahora veo con normalidad todo lo que pasó. Cuando uno va atravesando las situaciones es difícil, pero después con perspectiva se ve como parte de un proceso lógico. Es lo lindo que pasó después de la meda- lla: si bien somos los mismos, tenemos como la autoridad de ser escuchados ahora. Tener esa posibilidad de dar charlas, contar nuestra historia y de ser ejemplo para los más chicos es una responsabilidad hermosa que sucede gracias al oro.”
No tardó mucho en concluir que puso en aprietos a su compañera ni bien terminaron los Juegos. Porque la pregunta que debería llegar por decantación para alguien de 55 años, que ganó lo máximo a lo que aspira cualquier deportista, no llega nunca. No hace falta consultarle a Santiago Lange si piensa estar en Tokio 2020. “El nuevo proyecto olímpico empezó en mi cabeza al día siguiente. Yo ya lo sabía. Porque está en mi filosofía ha- cer las cosas que me gustan. Busco las motivaciones adentro de mí. Y hoy vuelvo a sentir lo mismo que sentí cuando volví al olimpismo con Ceci en 2014: el mismo fuego y la misma energía. Esa filosofía me indica que me gusta navegar, competir, entrenar y los desafíos. Este es uno nuevo y por lo tanto tengo que seguir haciendo lo que más me gusta.
Pero para Ceci, la recta no fue nada lineal. “Tan increíble fue el esfuerzo, el sacrificio y la entrega que dio Ceci para conseguir la medalla que era obvio que iba a necesitar más tiempo que yo”, explica, con culpa lejana de padre protector, el viejito, como le dice ella y que despierta la sonrisa de él. “Yo en la campaña olímpica
anterior había decidido que era la última porque quería dedicarme a otras cosas de mi vida personal. Pero cuando uno tiene la llama olímpica prendida es difícil apagarla. Me parece que hay personas que la tenemos prendida para siempre”, resume así el torbellino de sensaciones que la dejaron finalmente, otra vez de cara a un Juego Olímpico, el tercero para ella.
Se hace tarde en la Marina da Gloria. La sensación gratificante de llegar últimos al club después de entrenar es mayor que el calor incesante de Río de Janeiro. Después el viento sopla y se sacuden sus rostros, pero la medalla que cuelga de la cinta, sujeta en la mano, no se inmuta. Ese imagen sigue impresa en sus retinas y hoy los acompaña a un año de la hazaña. La voz de la gallega del GPS interrumpe otra vez y corta el recuerdo. Un nuevo ciclo comienza para la pareja olímpica que no se cansa de desafiar al tiempo.