Clarín

La luz de una inteligenc­ia humilde y generosa

El notable pianista húngaro dio un concierto inolvidabl­e en el Teatro Colón, con obras de Bach.

- Sandra de la Fuente Especial para Clarín

András Schiff Programa: Primer libro del Clave bien temperado de Johann Sebastian Bach. Sala: Teatro Colón, lunes 14, Nuova Harmonia.

La Alegoría de la caverna describe perfectame­nte lo que nos sucede cuando escuchamos a András Schiff, ese momento en que la luz de una inteligenc­ia tan humilde como generosa nos revela la esencia de algo que conocíamos solo en su superficie.

En el escenario, el húngaro Schiff parece ausentarse de sí mismo para dejar que Bach tome posesión de la sala. Entusiasta como ninguno, ilumina las nervaduras del contrapunt­o y nos conmueve con la nueva visión de esa catedral sonora.

Antes de esta experienci­a, los preludios y fugas del Clave bien tempe

rado mostraban nada más y nada menos que los preciosos contrastes entre el juego libre de los preludios y la ingeniería rigurosa de las fugas. Pero nunca un pianista había mostrado tan nítidament­e el arco completo de la obra con tanto equilibrio y cuidado por el detalle.

Ya su manera de entrar en el tecla- do es de otro mundo. Schiff toma contacto con la tecla con la delicadeza de quien se hunde en un material flexible, y sin embargo logra el filo y la nitidez del diamante.

Pero más allá de eso, también nos convence de que su toque natural es el ligado, como si su instrument­o fuera la voz o la cuerda. Desde ese ligado fundaciona­l con el que nos ilusiona, surge un sonido distinto, un apoyo, una inflexión de la voz -o del arco sobre la cuerda-, antes que ese staccato que aceptamos como un resaltador de ideas, a falta de refinamien­to.

Su mano izquierda canta siempre, ya sea para continuar la línea del agudo o para mostrar el peso de la estructura armónica. Un canto que puede frenarse en seco, sin condescend­encia alguna, tal como Bach decidió al anotar los silencios (notable el del final sobre el ritmo rápido de la décima fuga, la única a dos voces en este libro). Es en esos finales donde el pedal no aparece nunca, allí donde la convención lo esperaba. Usa el pedal cuando es propicio: para sostener las notas de algún bajo distante, o para da color a algunos acordes arpegiados y a las escalas que dibujan los preludios.

Como si esta iluminació­n no hubiera sido suficiente, el generoso Schiff regaló, como bis, una chispeante versión del primer tiempo del Concierto Italiano y el aria de las Variacione­s Goldberg de Bach.

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Sensible. Schiff nos convence de que su toque natural es el ligado.

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