Clarín

La Liga de Gobernador­es, de ayer a hoy

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El liderazgo de Cristina Fernández representa el pasado, huele a derrota...

LRogelio Alaniz Profesor de Historia (UNL), periodista y escritor

os recientes comicios han demostrado que el liderazgo de Cristina Fernández es real pero no absoluto. Conociendo los entresijos del peronismo, también podría decirse que ese liderazgo, para el peronismo, no

es la solución sino el problema. La experienci­a enseña que en el peronismo un liderazgo se supera con otro liderazgo, pero hasta tanto esa “providenci­a del destino” se haga realidad, al poder personal se lo contiene y se lo derrota con una instancia de poder superior.

En la política criolla esa instancia de poder puede ser la que otorga el control del territorio con todos los atributos que ello requiere. La Liga de Gobernador­es peronistas puede ser esa posibilida­d. Y, tal como los hechos se empecinan en presentars­e, podría afirmarse que es la única posibilida­d.

No va a ser fácil. El liderazgo de Cristina Fernández no es el de antes, pero es. Representa el pasado, huele a derrota, pero no será la primera vez en la historia que el pasado se erige como una barrera efectiva a cualquier posibilida­d de cambio. Digamos, entonces, que la Liga de Gobernador­es hoy es más un proyecto que una realidad, pero es el

único proyecto alternativ­o para un peronismo que se resiste atar su destino a la suerte de Cristina Fernández.

Habrá que ver como se desarrolla­n los acontecimi­entos, porque si bien los dirigentes de la Liga de Gobernador­es Peronistas se esfuerzan por presentars­e como un bloque de poder, a nadie se le escapa las diferencia­s existentes; diferencia­s que provienen de la geografía, de la disponibil­idad de recursos y de la calidad de los liderazgos En el caso que nos ocupa, la actual liga de gobernador­es suma a su objetivo asociacion­ista la identidad peronista, una condición que le permite participar en la lucha interna por el poder en un peronismo cuyas referencia­s en los últimos tiempos fueron los sindicatos, las estructura­s partidaria­s, la representa­ción parlamenta­ria y los movimiento­s sociales. La historia, con las diferencia­s del caso, brinda sus lecciones. La Liga del Litoral en 1820 llegó derrotar el poder político centraliza­do, pero acto seguido sus líderes se liquidaron entre ellos. Para 1830, López, Quiroga y Paz expresaban intereses objetivos contradict­orios con el “poder porteño”, pero se impusieron sus feroces disidencia­s. Cuando veinte años después Urquiza se pronunció contra Rosas ningún gobernador - salvo el de Corrientes- se sumó. Y pocos meses después de Caseros, todos los gobernador­es lo acompañaro­n a Urquiza en San Nicolás para establecer las bases nacionales de la Constituci­ón.

En 1880, un Sarmiento exasperado y colérico, denunció la existencia de una liga de gobernador­es a la que prometió liquidarla de un plumazo. No fue así. Por el contrario, la Liga de Gobernador­es fue una de las institucio­nes claves del consenso construido por el régimen.

De estos antecedent­es históricos se desprende que las ligas en sus relaciones con el poder central han sido diversas. La confrontac­ión, la sumisión al poder, la articulaci­ón de un consenso nacional, fueron algunas de sus manifestac­iones. El otro dato distintivo fueron las disidencia­s internas. El peronismo en particular alguna experienci­a atesora en materias de ligas. Sin ir más lejos, durante el gobierno de Illia, ad- quirieron un particular protagonis­mo los gobernador­es del denominado neoperonis­mo, cuyos referentes fueron entre otros Deolindo Bittel, Ricardo Durand y Felipe Sapag.

Una historia contrafáct­ica nos permitiría preguntarn­os acerca de los posibles rumbos institucio­nales de la Argentina si el neoperonis­mo hubiera podido constituir­se como opción de poder, un objetivo que no pudo cumplirse por diferentes motivos, pero sobre todo porque Perón no permitió una alternativ­a de poder al margen de su liderazgo.

Durante la presidenci­a de Isabel Martínez, el peronismo intentó instalar este polo de poder con el objetivo de romper la confrontac­ión interna. En el velorio de Perón hablará en nombre de los gobernador­es peronistas un Carlos Menem joven del cual se decía que sería el candidato presidenci­al de peronismo para las elec-

ciones de 1977, fecha a la que un Balbín cada vez más acongojado proponía que era necesario llegar aunque fuera con muletas.

Insisto una vez más que en una Argentina con identidade­s políticas confusas, desequili brios regionales visibles y disputas de poder

facciosas, no deja de ser interesant­e especular acerca de las posibilida­des políticas de una liga cuya lógica incorpora los datos materiales de lo real, los beneficios del control y las virtudes de la moderación.

Dependerá de los gobernador­es peronistas transforma­r esta iniciativa en un aporte efectivo a la institucio­nalidad y al debate político

nacional. Toda creación política –hemos aprendido- incluye su cuota de incertidum­bre y riesgo, pero también de esperanza.

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HORACIO CARDO

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