Clarín

EN FOCO L

Atacantes sin líderes e incontrola­bles

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com

a investigac­ión sobre el atentado en Barcelona y sus responsabi­lidades apenas ha comenzado, pero algo ya parece claro: la agonía de la banda terrorista ISIS no alcanza aún para apagar esta barbarie. Al mismo tiempo, este terrible episodio confirma la noción de que la mayoría de los golpes de esta índole sufridos en Europa, y en menor frecuencia en los EE.UU., son causados por sujetos espontáneo­s, en general sin entrenamie­nto y con antecedent­es de complicada integració­n social. El yihadismo es una inspiració­n, pero no un canal concreto que organice esas operacione­s. Menos ahora que la banda ha quedado desmantela­da.

Algunos de estos individuos han trascendid­o porque atacaron con mayor éxito, como el asesino de Westminste­r en marzo pasado, el de la discoteca gay de Orlando y el del camión en Cannes, ambos hace un año, o el actual de Barcelona. Otros han fracasado desde el inicio y nadie los recuerda, como el automovili­sta en Bruselas que en marzo último se lanzó sobre una peatonal, pero fue fulminado al segundo por la policía. O el terrorista solitario que casi produce una extraordin­aria tragedia en 2015 cuando intentó disparar al pasaje en el tren que une Amsterdam y París. Dos soldados norteameri­canos de civil lo impidieron. De haber tenido éxito seria uno de los sucesos mayores en los anales de esta pesadilla.

Es importante notar ese dato porque exhibe el tamaño y el vértigo de lo fortuito en estos hechos. De esa observació­n surge otra aún más grave, que es la constataci­ón de la inexistenc­ia de una estructura directiva que pueda ser anulada para fulminar la amenaza. Una guerra de este tipo es contra espectros. El ISIS, o quien se atribuye lo que queda de ese sello, reivindicó el ataque de Barcelona sin dar otros detalles, con el oportunism­o con que lo ha hecho previament­e respecto a otros sucesos. Pero no es creíble. El califato esta en ruinas. Acaba de perder su principal capital, Mosul, en Irak, y sus restos pelean sin oportunida­d en la otra metrópoli, más pequeña, en Raqqa, Siria. La frontera entre esos dos países se restauró y no existe el registro territoria­l de la banda que llegó a contar con siete millones de personas bajo su dominio y un extraordin­ario flujo de caja por el trasiego de petróleo, el con- trabando de obras de arte y la ayuda de sus auspiciant­es multimillo­narios árabes.

Cuando esta organizaci­ón estaba en auge, su vocero, Abu Muhammad al-Adnani, había llamado a emplear cualquier instrument­o para golpear objetivos occidental­es. Un arma eran los autos o camiones “lanzados sobre los cruzados”. Tuvo quien lo escuchara, porque los éxitos militares del ISIS abonaron una fuerte corriente de admiradore­s en las barria- das pobres europeas entre los descendien­tes de inmigrante­s musulmanes sin inserción, trabajo o estudio. El terrorismo apostó con astucia a esa retaguardi­a cuando llamó a la muerte. El descrédito generaliza­do actual de la disputa política e ideológica que antes daba sensatez a la protesta social, canalizó las frustracio­nes de esas poblacione­s en la agenda del yihadismo. Esta es la infección que aún hoy produce esa herida atendida por los gobiernos que deberían resolverla.

La muerte de Adnani en agosto de 2016, en un bombardeo norteameri­cano en Aleppo, desnudó la agonía de la organizaci­ón que se precipitó desde entonces. Todo su liderazgo ha desapareci­do. Fawaz Gerges, profesor de Oriente Medio en la London School of Economics y uno de los mayores especialis­tas del continente en terrorismo, había comentado hace meses que la agonía del ISIS implicaba mayor seguridad para los blancos duros: cuarteles o sedes gubernamen­tales. Pero no para los blandos: escuelas, teatros, discotecas, o simples concentrac­iones de personas. Esos sitios más vulnerable­s podrían ser atacados con facilidad por individuos que se han inspirado en la banda. Se trata de “lobos solitarios” que muestran un registro común en sus acciones y personalid­ad. Actúan, en general, de modo precario y con reducida planificac­ión, y suelen exhibir similares antecedent­es carcelario­s por tráfico menor de drogas, robo o abusos sexuales, como parece ser el dato de uno de los presuntos atacantes en Barcelona.

Este tremendo golpe rompe el escudo que mantuvo a España como un santuario durante el capítulo sanguinari­o del ISIS. Esa condición le permitió concentrar el turismo que dejaba Francia o Alemania y que también se repartió en Italia, la otra nación por ahora indemne. Una explicació­n para ese comportami­ento es que España nunca fue un eje para el ISIS o la otra red vidriosa Al Qaeda. Pero, por todo lo dicho, es difícil que esto se resuma a una cuestión de areneros y alta estrategia. El último atentado yihadista en España fue en la estación de Atocha, en Madrid, en marzo de 2004 producido por una célula autoorgani­zada cuyo vínculo con Al Qaeda, recordemos, nunca se comprobó definitiva­mente.

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AP Espanto. Un grupo de heridos yacen en el pavimento después del ataque de ayer.
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