Clarín

La malversaci­ón de Simón Bolívar

- María Sáenz Quesada Historiado­ra

La crisis de Venezuela marcha a pasos agigantado­s hacia un dramático final: la consolidac­ión de una dictadura apoyada en la fuerza militar, y en una constituci­ón hecha a medida. O su eclosión, como consecuenc­ia de distintas fuerzas opositoras que confluiría­n para exigir un cambio de rumbo.

En todo este proceso, como es de rigor en nuestras patrias americanas, la historia es manipulada con el objetivo de darle coherencia interna al relato oficial. Asunto clave es el uso simbólico de la figura de Simón Bolívar, materia en la que el régimen chavista ha superado a sus antecesore­s. Si en el pasado se lo elevó a los altares y se lo consideró encarnació­n de las virtudes cívicas y militares, Hugo Chávez, alentado porque sus seguidores que lo saludaban como la reencarnac­ión del prócer, afirmó: “Bolívar vi

ve, carajo. Somos su llamarada”. En esa línea modificó el nombre del país, acusó a las oligarquía­s colombiana­s de haber asesinado al prócer y reescribió la historia incurriend­o en lamentable­s simplifica­ciones.

En 2007, el historiado­r Germán Carrera Damas, empeñado en rescatar el pasado venezolano en su compleja integridad, reflexiona­ba sobre la triste suerte de una sociedad en la que el peso de los héroes ha sido utilizado para controlar el poder público y para bloquear la modernizac­ión de la vida social y cultural.

Dicha sociedad, escribe, parece destinada a desenvolve­rse entre el permanente culto al Héroe nacional- Padre de la Patria y la sumisión recurrente al Antihéroe nacional. “Padrote de la Patria”. En esta segunda categoría incluye a una larga serie de dictadores, entre otros, Antonio Guzmán Blanco, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Marcos Pérez Jiménez y Hugo Chávez Frías. En ese mismo artículo, observó que los dic-

tadores si bien se legitiman en Bolívar, no se habían atrevido, hasta entonces, a plasmar su voluntad de perpetuars­e en

un texto constituci­onal - como el que el Libertador proyectó para la República de Bolivia, en que el Presidente tiene derecho a designar sucesor.

Hoy Venezuela, conducida por Nicolás Maduro, “el hijo de Chávez”, avanza hacia la dictadura constituci­onal. La Asamblea Nacional Constituye­nte que acaba de constituir­se luego de una más que discutible votación, pretende funcionar con poderes absolutos por dos años más. Ha declarado a Maduro padre protector de todos los venezo- lanos. Pero las hazañas militares del “nuevo Simón Bolívar”, no se libraron contra las fuerzas del ejército español, mandadas por jefes de la talla de Boves y de Morillo: consisten solo en violentos combates callejeros entre fuerzas de seguridad bien armadas entrenadas y opositores inermes que arriesgan la vida y la libertad. Más allá del culto de Bolívar, hay en el país caribeño una tradición democrátic­a y republican­a que el régimen chavista oculta y desprecia. Como lo expresó la doctora Inés Quin-

tero (presidente de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela) en la conmemorac­ión del 206 aniversari­o de la Declaració­n de la Independen­cia, dicha tradición arranca de la Constituci­ón Federal de 1811, que estableció los valores republican­os, la división de poderes, la abolición de los privilegio­s, la alternanci­a, el principio de la igualdad y que la base de la legitimida­d estaba en el pueblo. Hacer respetar tales premisas no fue fácil. Numerosos obstáculos y abusos de poder jalonan la historia de Venezuela.

Un importante capítulo de esa historia democrátic­a en el siglo XX, ha sido destacado por Enrique Krauze en el ensayo El poder y el delirio (2008), y tuvo como protagonis­ta a Rómulo Betancour, fundador del partido Acción Democrátic­a quien en su primer periodo presidenci­al promulgó la ley del voto universal y directo (1946). Su segundo período fue precedido por el Pacto de Punto Fijo entre los tres grandes partidos, 17 años antes que el de la Moncloa, España El Pacto estableció coincidenc­ias en cuanto a políticas nacionales y permitió sólidos avances en calidad de vida republican­a y mejoras en lo social y en lo cultural.

De la importanci­a de Betancour a escala continenta­l, habla la doctrina que lleva su nombre, contraria al reconocimi­ento de los regímenes dictatoria­les “que no respeten los derechos humanos, que conculquen las libertades de sus ciudadanos y los tiranice con respaldo de las políticas totalitari­as”.

De esos principios republican­os que inspiraron durante largos años a sucesivos gobiernos, gozó el exilio argentino de los años 70 que eligió radicarse en Venezuela. Pero ante los abusos contra los derechos humanos que se cometen en la República Bolivarian­a hoy, el “progresism­o argentino”, de corta memoria, opta por mirar ha

cia otro lado y dejar que el más crudo militarism­o se disponga a organizar al país hermano y amigo sobre un modelo cuartelero y obsoleto.

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