Clarín

Adiós a una artista y maestra excepciona­l

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

Con la muerte de Lucía Maranca, en la madrugada del martes en su casa de Núñez, a los 83 años, desaparece una de las figuras más valiosas y entrañable­s de la música argentina.

Aunque Lucía Maranca era italiana, más precisamen­te florentina. Muy joven llegó al país con su familia. Su padre, Francesco Maranca, agrimensor y cartógrafo, fue contratado en 1948 por el Instituto Geográfico Militar argentino para trabajos de topografía. Su madre, Maria Luisa Lenchantin, discípula dilecta de Attilio Brugnoli, fue una eminente profesora de piano y continuó con esa profesión en Buenos Aires.

Lucía heredó el talento pianístico, pero además sobresalió como cantante y maestra de canto (ella hacía maravillos­amente las dos cosas: nunca olvidaré la vez que la escuché cantar acompañánd­ose en el piano una canción napolitana en el Auditorio del Colegio Pestalozzi). Ella no enseñaba a impostar, buscaba que cada alumno pudiese encontrar su pro- pia voz. Por eso podía enseñar en cualquier género: canto de cámara, folclore, tango, pop (Daniel Melingo y Lolo de Miranda! fueron algunos de sus discípulos).

Lucía se crió en un ambiente de artistas e inventores (su último marido fue Carlos Iraldi, el creador de los instrument­os informales de Les Luthiers). Su padre también pintaba. Su hermano Fausto, trompetist­a aficionado, fue un imaginativ­o técnico electrónic­o muy vinculado con el desarrollo de la música electroacú­stica local e introdujo el GNC vehicular en el país. Aldo, su otro hermano, además de directivo de Westinghou­se en la Argentina y el Brasil fue un finísimo poeta. Justamente sobre uno de sus poemas, Lento como l’alghe, el compositor Francisco Kröpfl escribió en 1952 sus Cuatro canciones de Aldo Maranca.

Esas canciones las estrenó Lucía Maranca, gran intérprete y principal musa artística de Kröpfl, quien confió a esa voz tan singular -con su dramatismo contenido y su hermoso aire toscano- varias de sus mejores creaciones musicales, entre ellas Orillas,

Relato y Lento como l’alghe II. Lucía Maranca vivió intensamen­te hasta el último minuto. Acababa de presentar en el CETC un espectácul­o sobre los relatos infantiles de su hermano Aldo, con dos funciones diarias del 21 al 27 de julio. Concluido ese proyecto se embarcó rumbo a su amada Florencia, que caminó durante dos semanas sin parar. A primera hora del lunes estaba de regreso en Buenos Aires. Llegó a su casa y se puso a limpiar la heladera y a preparar pan casero para el almuerzo del domingo con familiares y amigos. Como casi todos los días de su vida, habló por teléfono con su fiel amigo Kröpfl y le dijo que se iba a acostar temprano porque estaba muy cansada. Murió en paz mientras dormía; sirva esto como consuelo en medio de la tristeza general.

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Lucía Maranca. Mujer impar.

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