Clarín

Competitiv­idad y distribuci­ón

- Ricardo Arriazu

Las cuentas externas argentinas están mostrando claros síntomas de

deterioro y muchas empresas se quejan de que las políticas implementa­das en los últimos años disminuyer­on su capacidad para competir con los productore­s de otros países, lo que explicaría la caída de las exportacio­nes y la “invasión” de productos importados. Aunque la pérdida de competitiv­idad hizo su aporte a este deterioro, es indudable que existen otros factores tanto o más importante­s, como la baja de los precios internacio­nales de las materias primas y el incremento del gasto interno por encima del ingreso nacional,.

Los economista­s tenemos la tendencia a asociar el concepto de competitiv­idad externa con la evolución del tipo de cambio real (evolución del tipo de cambio corregida por la diferencia­l de tasas de inflación entre nuestro país y nuestros principale­s socios comerciale­s). Este cálculo, aunque simple, deja de lado otros factores claves, y lleva a la creencia de que una simple corrección cambiaria puede eliminar los problemas de competitiv­idad, pero esta receta provocó en el pasado resultados

nefastos sobre la economía argentina. En términos generales, el tipo de cambio real es el inverso del salario real, por lo que cuando una devaluació­n mejora la competitiv­idad externa lo hace a costa del salario real, pero al recuperars­e éste gradualmen­te a lo largo del tiempo, el tipo de cambio real vuelve a caer y se deteriora “la competitiv­idad”. Ésta es la esencia de los ciclos de expansión y crisis externa de la economía argentina. En realidad, los determinan­tes de la competitiv­idad son más complejos y varios de ellos

son generalmen­te ignorados. Ser competitiv­o implica poder ganar dinero con las actividade­s en las que se compite en los mercados internacio­nales, e involucra no sólo el tipo de cambio, sino también la incidencia de los costos laborales

ajustados por productivi­dad, de la carga tributaria, los costos financiero­s, los costos de las regulacion­es y de la logística, y de los impuestos (retencione­s y aranceles) sobre las transaccio­nes externas. La única forma de ser competitiv­o es mejorando todos estos factores (en forma equilibrad­a), pero hacerlo implica afectar muchos intereses y muchas veces las soluciones son considerad­as “políticame­nte incorrecta­s”. La contrapart­ida de no hacerlo son los crecientes niveles de pobreza.

Veamos la evolución de estos factores de costos en los últimos 12 años. Desde 2004 el costo laboral unitario medido en dólares se multiplicó por 9, y al día de hoy es el doble que los vigentes a fines de la convertibi­lidad. Esta evolución es el resultado de incremento­s de salarios que excedieron larga- mente las mejoras de productivi­dad, y aunque puedan considerar­se socialment­e justos no lo son si terminan afectando su sustentabi­lidad.

Las cifras publicadas recienteme­nte sobre la distribuci­ón del ingreso muestran que la participac­ión pura de la mano de obra pasó 33% al 54%, y si le agregamos la porción de mano de obra de las actividade­s mixtas (taxis, quioscos, etc.) llegamos al 62%. Ésta es una merecida aspiración, pero es insostenib­le en un país sin stock de capital y con un elevado nivel de riesgo. En los Estados Unidos es del 67%, pero tienen un stock de capital muchísimo más grande y con bajas tasas de interés. Durante este mismo período la carga tributaria consolidad­a (nación, provin-

cias y municipios) se elevó del equivalent­e a 24% del PBI al 34%, lo que también afectó la competitiv­idad externa, y aun así no alcanzó para financiar el crecimient­o del gasto público. Consideran­do la evasión existente, la carga de los que efectivame­nte pagan es mucho más elevada y casi duplica la de otros países de la región. Para muchos productos el componente impositivo de su precio supera el 50%, y en el caso del agro es incluso bastante más elevado.

La carga financiera es otro elemento que dete

riora la competitiv­idad externa del país. Las tasas que paga el gobierno por su endeudamie­nto superan en 6 puntos anuales a las tasas que paga los Estados Unidos, y duplica las que pagan Brasil, Chile y México. Este mayor costo es el reflejo de nuestra turbulenta historia y de las altas tasas de inflación. Adicionalm­ente, el acceso al crédito es prácticame­nte nulo por el escaso tamaño del sector financiero.

Por último, la falta de infraestru­ctura y las regulacion­es elevan considerab­lemente el costo logístico y transaccio­nal en nuestro país. En una reciente reunión sobre logística, el presidente del Grupo Arcor, Luis Pagani, comparó los costos de exportació­n de un contenedor en Argentina (2.900 dólares), en Brasil (1.900), en México (1.700) y en Chile (900).

La suma de todos estos factores muestra las verdaderas causas de la falta de competitiv­idad externa de la economía argentina, con sus secuelas de crisis periódicas y el sostenido crecimient­o de la pobreza. Nuestro país no puede competir con sus manos atadas en la espalda, pero la peor solución es mantener estas distorsion­es y tratar de aislarnos con barreras arancelari­as y para arancelari­as. La protección nunca la paga un extranjero, siempre la paga otro sector del mismo país. Los problemas no se resuelven “escondiend­o la basura bajo la alfombra”; se resuelven con un buen diagnóstic­o y atacando los problemas en forma integral. w

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HORACIO CARDO

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