Clarín

Ricardo Roa

Otra (o una más) del Macri peronista

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inguno esperaba un golpe semejante. Creyeron que podían se

guir jugando a dos puntas. Estar en la misa y en la procesión. Adentro del Gobierno manejando el sistema de obras sociales y afuera del Gobierno convocando movilizaci­ones en contra el Gobierno. Maravillos­o.

Se quedaron pegados al Macri estilo Pro sin darse cuenta que desde el triunfo en las PASO emergió un Macri dispuesto a usar el poder estilo peronista. Como un peronista más. De un saque le bajó a la CGT la pieza más valiosa que tenía dentro del Gobierno: la que controla las obras sociales y las prepagas. No hace falta decir que las obras sociales son el corazón económico del sindicalis­mo.

Y en el mismo saque Macri le bajó al número dos del ministerio de Trabajo. Tampoco hace falta decir que el ministerio de Trabajo es el que regula las organizaci­ones sindicales y los conflictos laborales. Mal negocio a dos puntas porque estaba cantado que la marcha no cambiaría nada pero no estaba cantado que Macri cambiaría y tomaría semejante revancha.

Los patos de la boda fueron el superinten­dente de Salud Scervino y el viceminist­ro de Trabajo Sabor, amigo de los Moyano. Scervino es un técnico muy próximo a Lingeri, el jefe de los trabajador­es de Obras Sanitarias. No bien terminó la concentrac­ión, Lingieri intentó una gestión con Quintana, del Trío Ellos son Yo de Macri y su interlocut­or en el Gobierno. Era demasiado tarde. En el macrismo se sienten traicionad­os por Lingeri y sus dos socios políticos: el estatal Rodríguez y Martínez, de la UOCRA, que habían estado negociando con el ministro Triaca frenar la marcha. Terminaron promoviend­o la marcha y acordando con Schmid y con Moyano, diciendo que era para contener a Moyano. Obvio, Macri no les creyó.

La CGT quiso hacer pasar por buena una carta marcada: dejar la impresión de unidad

donde no hay unidad. Algunos de sus dirigentes ni siquiera fueron. Habían quedado en arrancar juntos desde la sede de Azopardo y a la Trafic hacia Plaza de Mayo le sobró espacio. Debió ser completada con empleados.

Y ya en el acto, otra vez los camioneros agarrándos­e a trompadas y tirándose con lo que tenían a mano. Cruces simbólicas de soldados caídos en Malvinas arrancadas de la plaza, por ejemplo. Está la foto de ellas volando por el aire. Un símbolo. Menos mal que Camioneros estaba para mantener la paz en el acto.

El grotesco llegó al punto de que el locutor avisara a los camioneros que se estaban peleando con otros camioneros. ¿Y si no hubieran sido camioneros? Mejor ni pensarlo.

Sobran anacronism­os sindicales. Desde el palco y a las apuradas, Schmid arrancó nervioso por los silbidos de grupos de izquierda y el temor a que se repitiera el caos de la última concentrac­ión. Para calmarlos prometió un paro y un plan de lucha que no habían sido acordados. No consiguió que se callaran pero consiguió que lo criticaran sus propios sorprendid­os compañeros de la CGT.

¿Cómo se entiende que Schmid, uno de los más duros, haya conseguido días atrás una obra social para su pequeño gremio de Dragado y Balizamien­to? Preguntar al ministro Triaca, que se lo pidió al despedido Scervino.

Tampoco se entiende que Scervino no se hablara con su segundo que ahora será primero y que había puesto Triaca. Y que el mismo Scervino haya motorizado como viceminist­ro de Salud a David Aruachan, que hasta ahora era su coordinado­r. Preguntar al por momentos peronista Macri.

Freiler fue un aviso que la CGT no vio. Siguieron a dos puntas: perdieron con las obras sociales

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Ricardo Roa rroa@clarin.com

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