Clarín

Corrupción y votos, la verdad y la hipocresía

- Julio Blanck jblanck@clarin.com

La corrupción aparecía en el tercer lugar de preocupaci­ones de la sociedad, con un 15% a 20% de menciones, según las encuestas serias realizadas antes de las PASO de hace diez días. Pero, guste o no, corrupción y votos van juntos más en el discurso

que en los hechos. No parecen tener una relación íntima e indisolubl­e. Si se le agrega una dosis de hipocresía ya hay tres elementos para configurar una asociación ilícita en términos de comportami­ento social.

Es una línea histórica de tolerancia que podría unir puntos como aquel viejo roban

pero hacen, con el más actual el político co

rrupto es el otro, no el que yo elijo, que parecería aliviar hoy la conciencia de muchos votantes.

Esa relación entre percepción de corrupción y la intención de voto fue motivo de un sondeo realizado por la consultora Latam

Research en la provincia de Buenos Aires. El universo elegido obedeció a dos razones evidentes. La Provincia es el territorio donde se decide la lectura política de toda elección. Y está Cristina, jefa del fabuloso sistema de corrupción estatal dominante en los últimos años, como candidata principal.

La pregunta básica fue “En su elección de un candidato ¿cuánto influye no estar seguro si es honesto o corrupto?” Las respuestas resultaron llamativas.

El 62,8% de los consultado­s dijo que si sospecha que un candidato es corrupto “seguro no lo voto”. El 37,2% restante, más de un tercio del total, dividió su contestaci­ón en tres variantes. El 13,1% afirmó que si tiene esa sospecha “dudo en votarlo”. Un 12,9% sostuvo que “como todos son igualmente corruptos no me importa”. Y un 11,2% dijo decidir su voto por otras razones y “la corrupción no me influye en nada”.

Con ligereza podría deducirse que el tercio generoso que no colocó la corrupción como un condiciona­nte drástico de su voto fue el que respaldó a Cristina en las PASO. Ella sacó el 34,1% según el escrutinio provisorio y es altamente probable que amplíe ese porcentaje en el conteo definitivo que concluirá en pocos días más. Pero sería inexacto y además injusto para con los votantes de la ex presidenta. Entre esos encuestado­s en la primera semana de agosto, los que anticiparo­n que votarían a Cristina considerar­on que ella es “muy honesta” en un 21,4% y “honesta” en un 58,1%. Si esto sorprende, qué decir de lo que viene ahora: el 7,6% de sus potenciale­s votantes dijo que era “corrupta” y el 0,5% “muy corrupta”. Y la votaban igual.

Pasados a través del tamiz de la percepción de corrupción, los votantes de Cristina no se comportaro­n de modo demasiado diferente a los de Esteban Bullrich, el candidato de Cambiemos, a quien el 28,3% lo consideró “muy honesto” y el 60,4% “honesto”. En cambio el 2,4% lo veía como “corrupto”.

Según explica Gustavo González, uno de los directores del estudio realizado sobre 1.662 casos con encuestas on-line geolocaliz­adas, lo que domina es aquella idea de que “corrupto

es el otro”. Este efecto de igualación quizás ayude a hacer más tolerable el voto para quienes apoyan a candidatos colocados en el centro de las denuncias por corrupción.

Dentro del corralito ideológico en el que se encierran por propia voluntad esos votantes,

domina la idea de la persecució­n política como motor de esas denuncias. Lo dijo al empezar la reciente campaña, con toda claridad y toda imprudenci­a, Fernanda Vallejos, primera candidata a diputada en la boleta de Cristina Kirchner. Pronto la hicieron callar.

No importa cuántas evidencias abrumen demostrand­o los actos de corrupción cometidos. El relato persecutor­io mantiene a ese corralito impermeabl­e ante la realidad.

Desde este punto de vista, parecería que poner la corrupción en el centro de la campaña electoral no tiene impacto, al menos en el sentido de cambiar la decisión de voto de los ya convencido­s. Sin embargo, es un factor que puede condiciona­r o impedir la migra

ción de otros votos hacia las fuerzas con más respaldo en las primarias. En una elección tan cerrada como se estima será la de octubre en la Provincia, cada pequeño factor de desequilib­rio adquiere un valor especial. Habría que atender entonces a una serie de

acontecimi­entos judiciales ya previstos. El juicio oral a Julio De Vido por la tragedia de Once comenzará tres semanas antes de que cierre la campaña. El juicio oral a Amado Boudou por el caso Ciccone también podría iniciarse durante la carrera proselitis­ta. Y la propia Cristina podría ver confirmado su procesamie­nto y el de sus hijos por lavado de dinero en la causa Los Sauces.

Si lo que cuenta es la migración posible de votos, el sondeo de Latam Research había detectado que 2 de cada 10 votantes de Sergio Massa –que logró el 15% en las PASO- ya estaban dispuestos a votar a Cambiemos en octubre. Ese porcentaje quintuplic­aba a los que decían que podrían irse detrás de Cristina o hacia partidos de izquierda.

Las diferencia­s se achicaban entre los votantes de Florencio Randazzo, que orilló el 6% en la primaria: 2 de cada 10 podrían votar a Cambiemos y su figura estelar, la gobernador­a María Eugenia Vidal, y 1 de cada 10 se volcaría hacia Cristina. Y habría que ver hacia dónde se inclinan los votantes que prefiriero­n saltearse las PASO.

Es especulaci­ón pura. Pero no necesariam­ente fantasía.

La corrupción no cambia el voto de los decididos, pero puede condiciona­r o impedir la migración hacia las fuerzas más votadas en las PASO.

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