Clarín

Finanzas y política social: microcrédi­tos para los más pobres

- Rubén M. Lo Vuolo Director Académico, Centro Interdisci­plinario para el Estudio de Políticas Públicas (Ciepp)

Las finanzas avanzan sobre los sistemas de protección social. Lo hacen con fondos de pensiones, seguros privados de salud, préstamos educativos, etc. Pero también con micro-créditos para los pobres.

El mercado de micro-créditos se expande con variadas promesas: 1) baja los niveles de pobreza por ingresos; 2) promueve el espíritu “emprendedo­r” de los carenciado­s; 3) alimenta la autoestima y el esfuerzo personal de los deudores; 4) elimina los mercados informales de crédito; 5) cuando se dirigen a las mujeres, que son mejores pagadoras que los hombres, se presentan como instrument­os para empoderarl­as en el hogar. Esta retórica busca juntar principios que parecían antagónico­s: filantropí­a con negocios, caridad con emprendimi­ento individual, renta financiera con inclusión social.

La experienci­a internacio­nal y local no convalida estas pretension­es y demuestra que los verdaderos beneficiar­ios en este mercado son los prestamist­as que logran incorporar una cartera masiva de clientes que, pese a sus magros ingresos, registran altas tasas de repago debido a diversos mecanismos de control económico y social. En muy pocos casos los deudores alcanzan los logros prometidos más allá de circunstan­ciales mejoras en sus ingresos vinculadas a emprendimi­entos más colectivos que individual­es.

Una variante son los micro-créditos operados desde el Estado, como parece ser el programa anunciado por la ANSES para beneficiar­ios de la Asignación por Hijo y de pensiones no contributi­vas. En este caso el propio Estado garantiza el pago porque lo deduce de los beneficios sociales que paga regularmen­te con pro

gramas de transferen­cias de ingresos a las personas. Así, en lugar de aumentar los beneficios o ampliar estos programas, con los micro-créditos se transforma a los ciudadanos en deudores y a los beneficios sociales en “garantías colaterale­s de pago” de préstamos. Mientras aumentan los ingresos corrientes de hoy, se reducen los beneficios que se cobrarían en el futuro.

Lo que se presenta como una política social en la práctica es una colocación financiera; de hecho, los préstamos son parte de la cartera de inversione­s del Fondo de Garantía de Sustentabi­lidad de la Anses. Así se activa un mecanismo de transferen­cia de ingresos al interior de la

propia clase trabajador­a: los recursos acumulados con aportes, contribuci­ones e impuestos pagados por quienes están formalment­e empleados, se “invierten” para extraer rentabilid­ad financiera de los grupos laborales más precarios y de bajos ingresos.

En síntesis, en lugar de pagar la abultada “deuda social” distribuye­ndo más y mejores beneficios pagados con impuestos progresivo­s (por ejemplo, garantizan­do un ingreso ciudadano universal e incondicio­nal), el Estado argentino promueve el endeudamie­nto ciudadano.

Esta supuesta “inclusión financiera” es un eufemismo que oculta el sostenido movimiento desde un Estado de Bienestar que buscaba proteger colectivam­ente a la población de los riesgos propios de la división del trabajo, hacia un Estado endeudado y que endeuda a la ciudadanía para que busque salidas individual­es a sus necesidade­s humanas.

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