“La indiferencia de los mediocres no sólo honra, también fortalece”
Con sorpresa, gracias a la carta “Que la Corte despierte de su siesta y todos podamos congratularnos”, del lector Daniel Sallaberry, publicada en esta sección el jueves 3 , he comprobado que su autor, a pesar de los 22 años transcurridos desde el hecho que lo ubicó en varias tapas de Clarín, se mantiene con la misma nobleza y la misma valentía de aquel entonces.
Tal vez, sean pocos los que recuerden la denuncia de un joven abogado contra la muy joven magistrada que se atrevió a ofrecerle una retribución monetaria a cambio de la redacción de sentencias. Tamaña inmoralidad dejó crudamente a la vista cómo se actúa cuando la honorabilidad es un valor y cómo lo hacen los que negocian su dignidad para llegar cómodamente por izquierda los que otros ni con esfuerzo consiguen por derecha.
Desde el momento en que esa denuncia tomó estado público, muchas palabras, de las escritas y de las habladas, lucieron en los medios para describir y criticar a la protagonista y al sistema que rige las designaciones en la Justicia, pero ninguna de los voceros oficiales para dar una explicación. Fue en días en que el poder se llamaba Carlos Menem, días de estrategias ligadas a “servilletas” y otras de idéntica laya. También días en que algunos pocos se atrevieron a hacerle frente. A uno de ellos, al firmante de la carta, es a quien me dirijo y a quien le digo que mi memoria lo guarda con el perfil de los que desde la soledad cumplen con su deber arriesgando tranquilidad y futuro, la manera más genuina de hacer la patria que, en el decir de Arturo Capdevila, “no necesita discursos, sino labor buena y útil”.
Una ráfaga de frescura y esperanza movió mis recuerdos al comprobar que con el mismo compromiso profesional y el mismo coraje que supo poner aquella vez al servicio de su dignidad, sigue hoy y desde hace 10 años defendiendo los derechos del país en la llamada “causa Mendoza” o en términos coloquiales, la de la limpieza del Riachuelo.
Apropiado este momento para dejarle un mensaje a los políticos que vivieron de cerca el bochornoso acontecimiento y que actualmente están en actividad. A ellos les reprocho que no dieron prueba de sinceridad al hablar de excelencia y de decencia (incluida la frase célebre del “traje a rayas” de años después) porque no leí ni escuché una sola palabra de aliento ni un renglón de estímulo para el denunciante, palabra y renglón cuyos destinatarios tácitamente serían todos los que como él honran el ejercicio del Derecho.
No importa, la indiferencia de los mediocres honra, honra y fortalece. La prueba está en que el doctor Daniel Sallaberry sigue siendo como fue, allá por la década de los 90.