Clarín

El don de ser caballero no pasa de moda

- Magda Tagtachian mtagtachia­n@clarin.com

Que se ocupen de que camines del lado interno de la vereda, aunque sean unos metros nomás. Que te cedan el paso al entrar o descender del ascensor. Que te permitan subir primero al colectivo. Que no miren el piso del vagón cuando viajás de pie como los árboles que mueren de pie. Que todo fluya naturalmen­te. Que inviten el café (y lo paguen). Que inviten la comida (y asuman la cuenta). Sin superiorid­ad ni histrionis­mos ni (excesiva) galantería ni dudosas deudas de género.

Que el taxista, remisero, amigo o candidato espere a que entres a tu edificio. Que si aguarda a que también subas al ascensor, que ya es para casarse. Que jamás se ofrezcan a alcanzarte y te dejen “del otro lado de la avenida”.

Que te abran la puerta del auto. Que te acerquen la silla en el restorán o en la oficina. Que te concedan estacionar en el único lugar libre de la cuadra. Que no te reprochen que, aunque estabas allí detenida analizando cómo lograrlo, no habías encendido (aún) las valizas.

La igualdad también crece en pequeños ac- tos. Cuidarnos para que seamos más y mejor, para que la peleemos cabeza a cabeza. Cuidar a la señora a quien recién cediste el paso, la misma que ahora dirige una teleconfer­encia desde la cabecera de la mesa.

La cortesía, como decían las abuelas, empieza por casa. Con caballeros sin armadura o con desprolijo­s distraídos, seguiremos navegando las mismas asperezas cotidianas. Pero cuando alguien se levante para que te sientes (aunque no estés demasiado mayor ni demasiado buena ni demasiado embarazada) el aire y una sonrisa seguro se iluminará. Entre ellas. Entre ellos. Entre nosotros.

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