Pasajes porteños, máquinas del tiempo
Cuesta poco evocar al autor de El Principito, Antoine de Saint-Exúpery, subiendo presuroso por estas escaleras en la década de 1930 para retirar cartas de la Compañía Aérea Nacional y llevarlas hasta la Patagonia en su monoplano. Es que el ajetreo de Avenida de Mayo al 500, en pleno Microcentro, se quedó afuera. Aquí, en el Pasaje Roverano, que conecta esa calle con Hipólito Irigoyen, uno puede (jugar a) manejar el tiempo. Frenar.
En realidad, los pasajes porteños más lindos, céntricos –como el Rue des artisans (calle de los artesanos, en francés), en Retiro, o el Arribeños, un rincón neocolonial prácticamente en el Barrio Chino de Belgrano, tienen hoy el mismo corazón de remanso. Quizás porque la mayoría resistió embates más directos que los del trajín cotidiano, embates como los de los boom inmobiliarios. Se parecen a viejos curtidos, viejos sabios.
Los más antiguos nacieron en la década de 1880, cuando había que hacer espacio para los inmigrantes y las manzanas de la clásica cuadrícula española se dividieron hasta en cuatro. Las casonas coloniales con varios patios fueron reemplazadas por casas chorizo que un par de décadas después serían reemplazadas, en parte, también por viviendas colectivas de unos pocos pisos y espacios de uso común: nuevos patios de antiguos estilos, como el andaluz – con plantas, plantas y cerámicas decoradas–, y pasillos en L,U y sin salida. Es decir, pasajes.
Fueron los mismos años en los que Buenos Aires se transformaba en metrópolis. El Roverano puede bocetar parte de ese cambio. En Casco Histórico cuentan que los hermanos Ángel y Pascual Roverano abrieron en 1878 un edificio de dos pisos para alquilar en Victoria, hoy Yrigoyen. Una década después, empezaron a trazar la Avenida de Mayo y a expropiar construcciones para demolerlas. Ellos cedieron 135 m2 y pidieron indemnizar a los inquilinos afectados, por lo que la municipalidad les dio una medalla. Y en 1912, el arquitecto Eugenio Gantner diseñó el espacio actual: 7 pisos, subsuelo y fachada neoclásica francesa. Entre columnas de ónix, mármoles y bronces y entre locales decorados con curvas elegantes y rectas graciosas, el Roverano se convierte también en un pasaje a la coqueta Buenos Aires de principios del siglo XX.
¿Se te acaba el tiempo? En el subsuelo, desde 1910, el Pasaje tiene además una salida al subte A. “Fue el tiempo que pasaste con tu rosa el que
la hizo tan importante”, dijo el Principito. En Turismo porteño apuntan un centenar de pasajes techados o a cielo abierto, residenciales o comerciales, enrejados o de libre acceso, que vale la pena considerar. Acá van cinco, diversos, para empezar.