Una luz amarilla entre los brotes verdes F
estejaron en grande, poco menos que aplaudieron, quienes ven al agujero fiscal parecido a la madre de todos los problemas. Pasó que por primera vez en mucho tiempo apareció un mes, julio, donde el crecimiento de los ingresos primarios fue mayor al crecimiento de los gastos primarios. Piezas centrales en el funcionamiento del Estado, los registros del Ministerio de Hacienda fueron 28,3% contra 22,9%.
Festejaron menos, hasta resaltaron una luz amarilla, aquellos que giran el foco hacia el fuerte aumento del gasto por intereses de la deuda: 230% el mes pasado y 77,6% para el acumulado durante el año.
Actuar en base al déficit primario es un modelo que el Fondo Monetario instaló hace rato, por un motivo en los hechos asociado a su relación con los centros financieros internacionales. Traducido: los intereses deben quedar al margen de debates y si afrontarlos implica recortes éstos tienen que caer sobre
otros gastos. El famoso ajuste estilo FMI. Aunque sin ningún acuerdo con el Fondo de por medio, esa fórmula de cálculo utiliza el ministro Nicolás Dujovne y sirve al argumento de que el desequilibrio fiscal está encuadrándose dentro de sus metas.
El punto es que cuando la deuda pasa a ser, como es, la herramienta que cubre grandes desajustes ya no se trata de un gasto independiente sino de un gasto insostenible si se pro
longa demasiado. La alternativa, nada gratuita y alentada desde el fiscalismo a ultranza, significa profundizar los recortes ya lanzados con los subsidios y los aumentos de tarifas. Podas habrá pronto y se verán, a mediados de septiembre, en el Presupuesto Nacional.
La misma luz amarilla, ahora en datos de la consultora Ecolatina. Entre enero y julio el rojo medido según la medida de Dujovne equivale al 1,7% del PBI. Y el real, con los intereses adentro, al 3%, tendiendo a orillar el 6% anual y a quedar al nivel del año pasado.
Números siempre números, otros de Hacienda reflejan la prioridad que se le ha dado a
los gastos del tiempo electoral. Viviendas anotó un aumento del 149% en julio y del 76% en siete meses. Agua potable y alcantarillas, 124% y 64%, respectivamente. Y obras viales, 90% y 65%. Todo impresionante, distribuido entre provincias y municipios.
De las magnitudes mismas surge evidente el salto de julio, no por casualidad en la antesala de las PASO. Vale agregar que los gastos en obras viales equivalen a los de vivienda y agua potable juntos: hay allí mucha construcción, reparación y pavimento de caminos, rutas y enlaces, puentes y etcéteras.
Para mayor abundancia, el grueso de los fondos, todos de origen nacional, se concentran especialmente en la provincia de Buenos Aires y de seguido en la Ciudad Autónoma. Ninguna casualidad tampoco.
Ya rumbo a octubre, han asomado ciertas muestras de la recuperación industrial, como el 5,4% que la fundación FIEL estimó para julio. Un brote verde aunque no tan verde.
Es que simultáneamente informa sobre algo menos sonoro: en los siete primeros meses, comparados con el mismo período del año pasado, la suba apenas llega al 1,1%. Y también que se trata de una mejora todavía muy despareja: alcanza a cuatro sectores mientras cinco continúan en signo negativo.
Luce claro a esta altura que con una economía atascada, el riesgo electoral en el horizonte y tras un primer trimestre además pobre, el Gobierno resolvió virar hacia una política decididamente heterodoxa. Dicho de otra manera, empezó a meter plata en cantidad y mandó el recetario ortodoxo a cuarteles de invierno, al menos hasta pasado octubre.
Hay un menú amplio, diversificado y cierto aderezo sabor populista. Esto es: obras públicas y crédito abundantes, en parte a tasas subsidiadas, para sectores medios y medio bajos; viviendas de 30.000 dólares a largo plazo; Ahora 12, Procrear y planes y más planes. Mucho apuntado a la construcción y a levantar demanda y consumo, con el añadido de un dólar controlado.
Afirma un analista experimentado en lides semejantes: “No critico lo que están haciendo ahora, crítico lo que habían hecho antes. Tenían enfrente el peligro de perder las elecciones y al final hicieron lo que manda el manual electoral y manda la necesidad de ganar”.
Luego se anima con una descripción bien del momento, encima redonda: “La necesidad no tiene cara de hereje. Esta vez, la necesidad tiene la cara de Perón”.
Podría decirse que el punto de quiebre se produjo a partir del segundo trimestre cuando algunos sectores comenzaron a dar señales de vida, como la construcción empujada por la obra pública, o el agro que algo corría previamente y llevaba del brazo a las ventas de maquinaría agrícola.
La construcción venía de caer 14 meses consecutivos y en el envión arrastró a las actividades vinculadas, empezando por el asfalto atado a los trabajos viales, y de seguido hierro y cemento ya más conectados con edificaciones privadas.
Después de retroceder 15 meses sin pausa, la industria asomó la cabeza hacia mayo. Y la asomó al modo como cuenta FIEL.
Repaso general de un consultor sobre el estado de los brotes: “Crecimiento, lo que se dice crecimiento, lo vemos justamente en el agro y la construcción. Para el resto existe más bien repunte. Aún permanecen en zona roja petróleo y minería y el comercio pinta un escenario muy variado, hasta difuso”.
La seguidilla de noticias alentadoras prosiguió el jueves, cuando el INDEC informó que en junio la economía avanzó un 4%. Solo que al mismo tiempo informó que la suba del primer semestre arroja 1,6%.
Hay de todos modos un juego de contrastes dentro de la gestión oficial. Es entre quienes fogonean la actividad a pura política heterodoxa y la receta antiinflacionaria clásica del Banco Central, que la retiene a golpes de tasas de interés.
Parece claro, aunque jamás será admitido, que pasado octubre vienen los ajustes; en principio, nuevos incrementos en luz y gas y otros entrado el 2018. En el medio flotan el transporte y algo semejante a un acertijo.
Si el Gobierno decide aumentar el boleto antes de fin de año, la inflación puede terminar alrededor del 24%. Y si se inclina por enero o febrero, le pegará un golpe fuerte a la meta del 10% que el Central ha proyectado para 2018. “Jugado por jugado, yo sacudiría a mediados de noviembre”, dice un analista.
Del mismo juego forma parte la baja del déficit fiscal: según la medida de Dujovne, del 4,2% al 3,2% del PBI. Pero como desaparecen los ingresos del blanqueo, el año próximo arrancará cerca del 5% y la cuestión ya no será recortar un punto sino casi de dos. O unos US$ 11.000 millones.
De vuelta al comienzo. Y si el agujero total será cubierto nuevamente con deuda, revivirá la controversia déficit sin intereses versus déficit real incluidos intereses. O ninguna controversia: los intereses habrá que pagarlos de todos modos.