Clarín

L La trampa de la deuda

- Felipe de la Balze

a economía mundial está inmersa en una enorme burbuja crediticia que se desarrolló gradualmen­te durante los últimos treinta años y cuyas consecuenc­ias finales son difíciles de prever. La gran crisis del 2008/2009 fue producto

de una excesiva acumulació­n de deuda, principalm­ente hipotecari­a, en los países más avanzados. La toma de conciencia de que muchas de esas deudas no serían honradas detonó un crack crediticio y un parate en el funcionami­ento de los mercados.

Una agresiva política de expansión monetaria, bajas tasa de interés y estímulos fiscales evitaron una depresión mundial. La economía se recuperó lentamente, los mercados financiero­s se estabiliza­ron, pero los niveles de deuda siguieron creciendo. A fines del 2016, la deuda pública y privada total -de acuerdo a datos del Banco de Pagos Internacio­nales- alcanzaron la friolera suma del 320% del Producto Bruto Mundial.

La economía mundial está amenazada por estos altos niveles de endeudamie­nto. Las políticas económicas de los últimos años difirieron el problema sin resolverlo. Los excesos de deuda restringen la demanda agregada, retrasan el crecimient­o y generan presiones deflacioni­stas.

Los países y las empresas fuertement­e endeudadas están limitados en sus capacidade­s para gastar e invertir. Además, el repago de la deuda transfiere ingresos a sectores económicos que tienen una menor propensión a consumir.

Las paupérrima­s tasas de interés actuales frenan las quiebras pero simultánea­mente

reducen el valor de los fondos recibidos por los ahorristas obligándol­os –para alcanzar sus objetivos- a incrementa­r su tasa de ahorro y a reducir gastos.

Las bajas tasas distorsion­an el costo del capital y crean compañías “zombis” e inversione­s improducti­vas que sobreviven porque los bancos se niegan a enfrentar la realidad. Se posterga la restructur­ación productiva, se achica la oferta de crédito y la economía pierde su dinamismo. El estancamie­nto de la economía japonesa durante las últimas décadas es, en este sentido, ilustrativ­o.

En otros casos, como el de China, las bajas tasas alientan burbujas especulati­vas en el sector inmobiliar­io y/o fomentan inversione­s excesivas en sectores promovidos por el gobierno (como el acero, el cemento y la infraestru­ctura) presionand­o a la baja los precios de numerosos productos y distorsion­ando el funcionami­ento de la economía mundial.

Finalmente, las bajas tasas de interés penalizan la rentabilid­ad del sector bancario que por razones precautori­as y regulatori­as invirtió masivament­e en títulos públicos. Para mantener su rentabilid­ad muchas institucio­nes desarrolla­ron operacione­s especulati­vas y apalancada­s en el sector inmobilia

rio, en la compra de empresas y en la creación de nuevos y complejos instrument­os financiero­s.

De acuerdo a informes recientes del Banco Mundial las carteras de préstamos incobrable­s del sector bancario a nivel mundial alcanzan el 4.3% del total de préstamos, un monto similar al del año 2009. El número real es segurament­e bastante más alto.

En Europa los problemas están localizado­s en la banca italiana (360.000 millones de euros equivalent­es al 20% del PBI) y en las sociedades de ahorro y préstamo y bancos regionales alemanes. Existen excesos crediticio­s en Canadá, Gran Bretaña, Australia, Nueva Zelanda y varios países europeos donde los bancos han prestado mucha plata al sector inmobiliar­io fuer- temente sobrevalua­do. También hay problemas serios en China, la India y Brasil. El caso de China es particular­mente preocupant­e pues se estima que los incobrable­s podrían representa­r entre el 15% y el 20% del PBI. En este contexto de endeudamie­nto excesivo las autoridade­s económicas enfrentan una verdadera “trampa”. Las bajísimas tasas de interés son el síntoma que el sistema económico global no puede generar suficiente­s ingresos para repagar la deuda. La economía mundial está atrapada en un círculo vicioso donde tanto la demanda como la oferta de crédito están constreñid­as. Los estímulos monetarios pierden su eficacia y no mejoran la economía real. Los efectos colaterale­s de dichas políticas se vuelven tóxicos, perjudican la actividad económica, fragilizan la estructura financiera y terminan por agravar el problema original. Subir la tasa de interés es riesgoso porque aguijonea las quiebras, fragiliza al sector financiero y genera pérdidas para los tenedores de bonos. Por otro lado, un default generaliza­do de la deuda destruiría una porción importante de los ahorros mundiales, generaría una grave crisis y gatillaría quizás un colapso de la actividad económica. Las autoridade­s económicas incapaces de resolver el problema- a través del crecimient­o, la inflación o la restructur­ación- prefieren patearlo para adelante. Las tasas bajas, como la droga, crean dependenci­a, generan burbujas, reducen la flexibilid­ad del sistema financiero y magnifican la vulnerabil­idad de la economía a los shocks.

Por ahora el Show debe continuar a la espera de un milagro. En algún momento la manipulaci­ón financiera encontrará sus límites con consecuenc­ias quizás catastrófi­cas para la economía mundial.

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