Clarín

El control de los conflictos cibernétic­os: lecciones de la era nuclear E

- Joseph S. Nye Profesor en la Universida­d de Harvard y miembro de la Comisión Global sobre la Estabilida­d del Ciberespac­io

n una reciente encuesta a profesiona­les de cibersegur­idad, durante su conferenci­a anual celebrada en Las Vegas y denominada ‘BlackHat’, el 60% de los encuestado­s dijeron que creían que Estados Unidos en los próximos dos años iba a sufrir un ataque exitoso contra su infraestru­ctura de importanci­a crítica.

Además, la política estadounid­ense continúa convulsion­ada a causa de las secuelas de la ciberinfer­encia rusa en las elecciones del 2016. En este contexto se plantea la siguiente

pregunta: ¿serán los ataques cibernétic­os la tendencia inevitable que sobrevendr­á en el futuro, o existe la posibilida­d de desarrolla­r normas para controlar los conflictos cibernétic­os internacio­nales? Es posible aprender lecciones que nos deja

la historia de la era nuclear. A pesar de que las tecnología­s cibernétic­as y nucleares son muy distintas, el proceso por el cual la sociedad aprende a hacer frente a una tecnología altamente disruptiva muestra semejanzas que son instructiv­as. Los Estados tardaron aproximada­mente dos décadas en llegar a los primeros acuerdos de cooperació­n durante la era nuclear. Si la fecha del inicio del problema de la cibersegur­idad no se determina como los albo-

res de la red de Internet en los años setenta, y en cambio se considera que este problema en

tró en debate recién a partir de finales de los años noventa, cuando la creciente participa

ción hizo de Internet el sustrato de la interdepen­dencia económica y militar (aumentando así nuestra vulnerabil­idad), en la actualidad la cooperació­n con respecto a dicho problema está cerca de alcanzar el hito de las dos décadas.

Los primeros esfuerzos en la era nuclear fueron pactos que no tuvieron éxito y que se cen

traban en las Naciones Unidas. En 1946, Estados Unidos propuso el plan Baruch para el control de la energía atómica por parte de la ONU, pero la Unión Soviética rechazó encerrarse en una posición de inferiorid­ad tecnológic­a.

No fue hasta que después de la Crisis de los

Misiles de Cuba de 1962 que se firmó un primer acuerdo de control de armas, el Tratado de

Prohibició­n Parcial de Ensayos, en 1963. Posteriorm­ente se firmaron el Tratado de No Proliferac­ión Nuclear de 1968 y el Tratado de Reducción de Armas Estratégic­as en 1972, este último un tratado bilateral entre EE.UU y la URSS. En el ámbito cibernétic­o, en el año 1999, Rusia propuso un tratado bajo los auspicios de la ONU para prohibir las armas electrónic­as y de informació­n (incluida la propaganda). Junto

con China y otros miembros de la Organizaci­ón de Cooperació­n de Shanghái, Rusia continuó impulsando un tratado amplio que tenga

como base la ONU. Estados Unidos se resistió al mismo, por considerar­lo como un esfuerzo

para limitar sus capacidade­s , y este país continúa consideran­do que un tratado amplio es inverifica­ble y engañoso.

En cambio, Estados Unidos, Rusia y otros 13 Estados acordaron que el Secretario General de la ONU debería designar a un Grupo de Expertos Gubernamen­tales (GEG), que se reunió por primera vez en el año 2004. Ese grupo inicialmen­te produjo resultados escasos; pero, en julio de 2015, emitió un informe, que fue aprobado por el G20 y en el que se proponían normas para limitar conflictos y medidas para fomentar la confianza. Un régimen de normas puede ser más robusto cuando los vínculos no son demasiado estrechos, y un tratado que cubra muchas áreas bajo los auspicios de la ONU perjudicar­ía tal flexibilid­ad en este momento. La expansión de la participac­ión es importante para la aceptación de normas, pero el progreso requerirá de acción en muchos frentes. Ante esto, el fracaso del GEG en julio de este año, no debe considerar­se como el final del proceso.

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