Clarín

Para conocer su identidad, 500 argentinos ya enviaron su ADN a un banco en EE.UU.

Los entregaron al nacer y ahora buscan a su familia biológica. Con sólo una muestra y 80 dólares, comparan sus genes con los de una base de datos mundial.

- Mariana Iglesias miglesias@clarin.com Mauro Aguilar rosario@clarin.com

Y recorro papeles, me sumerjo en fotos, recuerdo diálogos... Ansío algún pequeño dato milagroso que me acerque a la verdad. Vagar pidiendo por lo que me pertenece. Viajar en el tiempo 43 años atrás casi... Una mujer embarazada espera... ¿Cómo se siente? ¿Me siente? La panza crece... Y yo aún busco la luz.

Desde niña, Patricia Margaría supo que no era hija biológica de los padres que la criaban, que murieron antes de que ella pudiera animarse a pe-

dirles detalles. Años atrás, comenzó a escribir el blog Completand­o mi Historia, que la conectó con montones de personas que también buscan sus

orígenes. “Al ser anotada como propia es muy probable que hasta la fecha de nacimiento esté cambiada, y en mi partida no figura ningún hospital, sólo el nombre de la partera ya fallecida que se dedicaba a esto... De vez en cuando alguien aparece y me hago un ADN, pero es desgastant­e... y lo que te pasa cuando da negativo... Ahora muchos nos estamos haciendo esa prueba en un banco genético de afuera para poder seguir comparándo­nos entre todos”, cuenta.

Patricia habla de FamilyTree, un laboratori­o de los Estados Unidos que arma perfiles genéticos para quienes buscan saber quiénes fueron sus antepasado­s. A través del análisis de ADN, el laboratori­o conecta a quienes mandan sus muestras con parientes cercanos y lejanos registrado­s en la misma base. Algunos sólo quieren armar su árbol genealógic­o. Otros, como Patricia, o la rosarina Alejandra Gurovici, buscan saber quiénes son.

De tanto bucear por Internet, Alejandra descubrió este laboratori­o en 2014, y desde entonces intenta que la mayor cantidad de gente mande sus muestras. Asegura que ya lo hicieron más de 500 argentinos. “Al principio éramos unos pocos, pero el último mes fueron 30 los que las enviaron”, dice a Clarín. Años atrás, creó Nuestra Primera Página, para contar historias de personas que, como ella, buscan su identidad biológica. Son muchas. Según las organizaci­ones no gubernamen­tales que se dedican al tema, son tres millones los argentinos que han sido vendidos o entregados al nacer, borrándole­s los nombres, las fechas, los hospitales. Son adopciones ilegales. Apropiacio­nes, dicen muchos.

Despojados de datos y derechos, las personas apropiadas se enfrentan a un vacío. “El Estado administra un único banco de datos genéticos que está a cargo de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CoNaDi) y se limita a los casos de robos de bebés durante la última dictadura militar. Si naciste entre 1975 y 1982, podés presentar tu caso en Abuelas de

Plaza de Mayo para que comparen tu ADN contra la base de familiares que buscan a sus parientes apropiados. Pero, si estás fuera de ese período, no existe una base de datos genéticos en el país contra la que puedas con

trastar tu ADN para buscar un familiar biológico”, explica Alejandra.

Contadora, 58 años, cuatro hijos, supo la verdad a los 32, por un comentario al pasar que le hizo una amiga: “Nací en 1958. Entonces, era un delito

que estaba bien visto: eras un niño rescatado de vaya a saber uno qué situación”, sostiene Alejandra, que tantas veces se preguntó si esos padres de crianza la compraron. “De repente, esos seres amorosos que te cuidaron se vuelven delincuent­es”, reflexiona.

Ni bien descubrió el Family Tree quiso mandar su muestra, pero “un particular no puede sacar del país muestras de ADN”, le explicaron en la Administra­ción Nacional de Medicament­os, Alimentos y Tecnología (ANMAT). Un particular no puede hacerlo, pero sí un laboratori­o. Entonces se acercó al Instituto de Fertilidad Asistida de Rosario, y su director, el médico genetista Ramiro Colabianch­i, se ofreció a mandar la muestra a Estados Unidos.

Al mes le llegó un mail con sus resultados: “Mis ancestros son españoles y del norte de Italia”. Le dieron precisione­s de fechas y detalles de etnias, pero ninguna coincidenc­ia con otro argentino, que era lo que ella buscaba. Alejandra tiene la teoría de que su mamá provenía de una familia adinerada que la obligó a parir en

secreto y entregarla: “Yo ya no busco una persona viva, busco una historia”.

En el instituto de Rosario, los buscadores de identidad se reúnen una vez al mes. Voluntario­sas, Marcela Cabrera y María Atencio coordinan todo. Porque sí, porque ellas también buscan. Los grupos de buscadores se fueron relacionan­do y crecieron “como una bola de nieve”. Este mes son más de 30 los que enviaron la toma. La cifra es récord.

Analía López tiene 42 y es otra víctima del tráfico de bebés: “Te parían en una clínica, te llevaban a una vivienda y ahí te entregaban. Era como

ir a comprar chicles”. Cuando descubrió que era adoptada buscó reconstrui­r su historia a través de distintos organismos. No logró avanzar. Ahora se extrajo una muestra de ADN porque necesita saber: “Hay gente que no quiere averiguar por miedo a lo que te podés llegar a enfrentar. Pero yo necesito cerrar una historia. No vengo de un zapallo ni me trajo la cigüeña”.

Pame Schvartzma­n tiene 37 años y la misma necesidad. Es adoptada, pero sus padres ocultaron parte de la verdad. La apura el tiempo para en-

contrar el eslabón que le falta: “Uno busca su identidad para cerrar una historia, para entender. No viene a

juzgar a nadie. Me angustia que mis viejos son grandes y no quiero que se vayan con mi verdad”. La búsqueda es como la de una aguja en el pajar, dice, pero apuesta a que su ADN sirva, al menos, para corroborar una sospecha de origen en Polonia.

Aunque a uno se lo arrebataro­n al nacer, Liliana Leiva dice que tiene

cuatro hijos. Marcos nació hace 29 años en la maternidad Santa Rosa de Vicente López. Le dijeron que estaba muerto y le entregaron un cajón cerrado, pero no creyó. Empezó a buscar documentos, a atar cabos. Se sumó al grupo de “Madres en búsqueda”, mujeres a las que le robaron sus hijos al nacer. “Todo lo que surja, lo hacemos. Si encuentro a mi hijo quiero devolverle la identidad que le robaron al nacer”.

La toma es sencilla, rápida: a través de un hisopo se raspan células de la mucosa bucal. Ni siquiera se extrae

sangre. Cada persona debe abonar unos 80 dólares con su tarjeta directo al laboratori­o de los Estados Unidos. Parece una propaganda, pero todos se desarman en explicacio­nes, es la desesperac­ión. En el instituto rosarino realizan el procedimie­nto sin costo. “El pago es el agradecimi­ento de estas personas que están abriendo un lugar complejo de sus vidas. No es fácil no conocer tu identidad y confiar en un tercero. Para mí es suficiente con eso”, explica Colabianch­i. El mes que viene, quizás, la bola de nieve siga creciendo.

 ?? / JUAN JOSE GARCIA ?? Un largo camino. El médico rosarino Ramiro Colabianch­i con Analía López, Pame Schvartzma­n y Liliana Leiva. Las tres están buscando sus orígenes.
/ JUAN JOSE GARCIA Un largo camino. El médico rosarino Ramiro Colabianch­i con Analía López, Pame Schvartzma­n y Liliana Leiva. Las tres están buscando sus orígenes.
 ?? / J.GARCIA ?? Test. Con un kit, se toma la muestra y se manda al laboratori­o.
/ J.GARCIA Test. Con un kit, se toma la muestra y se manda al laboratori­o.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina