Clarín

Vamos hacia un nuevo sistema político

- Héctor Schamis Profesor de Ciencia Política en la Universida­d de Georgetown, EE.UU.

La noche del 22 de noviembre de 2015 escribí “Una nueva República en Argentina”. Era una metáfora por Francia y Brasil, donde así se identifica­n sus transforma­ciones institucio­nales en el tiempo. Aquella intuición de 2015 co

mienza a confirmars­e hoy, luego de las PASO. Dicha nota se basaba en varios hechos sin precedente­s en nuestra historia política y que hoy, a la luz de las PASO, presento en forma de proposicio­nes.

Primero, por primera vez en un siglo Argentina elegía un presidente que no fuera de origen radical ni peronista.

Segundo, llegaba al poder un partido nuevo, el PRO, con una nueva coalición, Cambiemos. Ello sugería la posibilida­d de un realineami­ento de largo plazo en las preferenci­as electorale­s de la sociedad. Esas nuevas preferenci­as se ven con mayor nitidez en 2017. Es decir, la de 2015 fue tal vez una “elección crítica”, parafrasea­ndo al politólogo norteameri­cano V.O. Key sobre el Sur americano; elección que marca el inicio de una nueva fase de desarrollo político.

Tercero, dicho partido surgió de la gran crisis de comienzo de siglo; de siglo XXI, esto es. Si la hipótesis sobre el realineami­ento se confirma, o sea, si el mismo es perdurable, significar­ía también la resolución definitiva de aquella crisis de representa­ción arrastrada desde 2001. Concluiría el “que se vayan todos” y sus perniciosa­s secuelas. Este nuevo liderazgo lo expresa cabalmente.

Cuarto, qua partido, el PRO se ha ido delineando como partido esencialme­nte urbano y hoy se consolida como tal, el centro de gravedad del sistema político. Ese voto de clase media, con aspiracion­es de movilidad y progresist­a, le pertenece. El votante medio -independie­nte, pragmático y sobre todo moderado, ese que decide elecciones- es suyo.

Para la UCR, ello representa un desafío, pero al mismo tiempo un incentivo para mantener la coalición intacta. Una parte de ese electorado también se identifica como radical. Ergo, si tuvieran que dividirlo pierden ambos. El centro del país, básicament­e urbano, hoy está pintado de amarillo.

Quinto, la consolidac­ión del PRO resuelve un cierto Talón de Aquiles histórico de

la democracia argentina. Para muchos, el origen de los recurrente­s golpes militares obedecía a que, a partir de la crisis de los treinta, la burguesía no tuvo un partido con chances concretas de ganar. Así, transformó a la institució­n militar en su partido político. Esto por aquello del PRO como partido liberal—en la jerga argentina, léase “de derecha”—según sus críticos. En realidad, errónea caracteriz­ación para un partido que recrea los temas del 83 de Alfonsín— la democracia y la constituci­ón republican­a— y los combina con los temas del 58 de Frondizi— el crecimient­o sustentado por la acción del Estado en infraestru­ctura y energía. Menos relato y mejor gestión; por cierto que no hay nada conservado­r en ello.

Sexto, con la entrada del PRO en escena se interrumpe el bipartidis­mo PJ-UCR. Son tendencias que irán definiéndo­se en el futuro, con el ciclo electoral completado en octubre de 2019. Si Cambiemos se institucio­naliza y se reproduce en el tiempo, piense el lector en la Concertaci­ón y la Nueva Mayoría chilenas, opción de gobernabil­idad democrátic­a desde 1988.

El desmantela­miento de Cambiemos, a su vez, significar­ía un cambio a la uruguaya, un sistema histórico de dos

partidos alterado por la llegada de un tercero, el Frente Amplio. Si tuviera que hacer un pronostico, sería que Cambiemos se proyectará en el futuro. Es la manera mas efectiva de gobernar en un presidenci­alismo de coa

lición, atributo ineludible de la democracia en América Latina.

Y por supuesto, la séptima proposició­n queda pendiente: el peronismo y sus dile

mas. Una opción que tiene es seguir como rehén de Cristina Kirchner, esperando otro súper ciclo de las commoditie­s para despilfarr­ar la abundancia en corrupción y clientelis­mo con el objetivo de perpetuars­e en el poder. Y además seguir recreando el mito de la hegemonía.

Nada de ello es viable hoy. En realidad nunca lo fue, de ahí el mito. El peronismo perdió tres elecciones nacionales y una cuarta en la provincia de Buenos Aires desde el retorno de la democracia en 1983. Los partidos hegemónico­s no pierden elecciones. La segunda opción que tiene es volver a Cafiero, quien luego de la derrota de 1983 propuso transforma­r aquel movimiento de inspiració­n corporativ­ista en un partido político normal, apto para una democracia con alternanci­a. Cafiero entendió que la sociedad castigó con el voto a ese partido que quemaba ataúdes, recordando a Herminio Iglesias. El kirchneris­mo insiste en quemar ataúdes. Si el peronismo opta por la segunda alternativ­a, será viable dentro de un sistema democrátic­o estable y robusto. Así es Argentina, siempre con los ciclos históricos cambiados. La democracia está débil en el mundo, jaqueada, de un lado, por los neofascism­os diversos y sus parientes, los nacionalis­mos xenófobos, y por el otro, por el resurgimie­nto de una izquierda stalinista. En Argentina, curiosamen­te, la democracia no tuvo un pronóstico más favorable en toda su historia.

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HORACIO CARDO

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