Canciones de hielo y fuego
¿De qué hablamos cuando hablamos de Opeth? De una banda sueca con un cuarto de siglo de carrera, 14 discos publicados, cuatro visitas porteñas y un culto mundial a su capacidad instrumental.
Partiendo de las sinfonías de destrucción de sus primeros álbumes (que conjugaban la extremidad del death metal con la pericia del rock progresivo), Opeth fue reposando su furia y amalgamando un hard rock menos radical y más elaborado. La clave del cambio comenzó a vislumbrarse a partir del álbum Heritage (2011), donde la velocidad le dio paso a interludios instrumentales, cambios de acorde y la introducción de mellotron, piano Rhodes y órgano Hammond.
El líder, cantante y compositor Mikael Åkerfeldt es el faro ineludible de un quinteto a la que la palabra “versátil” no le queda chica y Sorceress es uno de esos discos que pueden disfrutar tanto los veteranos fundamentalistas progresivos que supieron ser tierna logia en las mañanas del Parque Rivadavia como las nuevas gene- raciones de las brigadas metálicas.
El registro vocal de Åkerfeldt (cálido, sinuoso, ideal) nunca juega de visitante en la miasma sonora de sus compañeros: conduce historias épicas y retorcidas. Fábulas de brumas y luz de luna que no evitan la mitología nórdica ni la literatura fantástica.
Suena a cliché, sí, pero la performance de los Opeth es de las que no admiten objeciones. Pueden hacer desperezar a la obra con una pieza de puro folk medieval ( Persephone), alunizar en un planeta que bien podría llamarse Pink Floyd ( Sorceress 2) o dar paso a un ejercicio que podría llamarse “Led Zeppelin regresa a Marruecos” ( The Seventh Sojourn) y que todo fluya con armonía y contundencia. Quienes opten por buscarlo en formato físico pueden hincarle el diente a la correcta edición local de Ultrapop, vía Nuclear Assault.