Clarín

De este Árbol brota el primer retro del milenio

- José Bellas jbellas@clarin.com

Vuelve Árbol y el primer retro de este milenio está en marcha. Esta semana se anunció que, después de siete años, la banda de Haedo se reunirá para tocar en el ciclo Ciudad Emergente (del 20 al 24 de septiembre), como parte de una caracterís­tica de las varias del evento que se propone como celestino del reflote de bandas, como ya sucediera con Los Brujos y Avant Press.

Por un tiempo, hasta la noticia de su regreso, Árbol fue la banda que el tiempo olvidó. Por un lado, porque el rock argentino todavía está digiriendo el retro de los ‘90, tanto en bandas que eventualme­nte se puedan reunir (IKV, Los Caballeros de la Quema) como en la vigencia inamovible de La Renga y Ciro (Los Piojos), comandando a Los Persas. Y por el otro, por razones absolutame­nte ajenas a su voluntad, una temática muy ligada a la banda (lo infantil, lo adolescent­e, lo lúdico) devino en los últimos años en una escandalos­a secuela de condenas y denuncias a colegas que utilizaron la apología de la inocencia como plataforma para abu- sos de todo tipo.

Es como si los hechos recientes de corrupción de fans menores de edad (Christian Aldana de El Otro Yo, José Miguel Del Pópolo de La Ola que quería ser chau; Gustavo Cordera desde un exabrupto verbal) nos inhibieran de pensar que, promediand­o la primera década del milenio, bandas como Árbol y Miranda! llegaron a bajar la edad promedio para entrar al pop-rock argentino, en paralelo al ascenso de Bandana. El fenómeno no era nuevo (Sui Generis en los ‘70, Attaque 77 y Los Pericos a fines de los ‘80 alumbraron una audiencia mayormente quinceañer­a), pero además de sus méritos encontraro­n el pico de popularida­d a partir de la tragedia de Cromañón y su capacidad radial. Ergo: proponían una forma menos desbordada y bohemia de presentar sus shows. El humus ideal para una reformulac­ión de la escena.

De alguna manera, siempre tuvieron sus referentes bien precisos: dos cantante hiperkinét­icos en Eduardo Schmidt y Pablo Romero (como Los Brujos), mixtura de géneros (como Café Tacuba) y espíritu adolescent­e (como El Otro Yo). También, un padrino con ideas globales (Gustavo Santaolall­a), un lugar de pertenenci­a (Haedo) y un equipo de videastas vecinos de probado talento, como los Farsa, capaces de alumbrar el costumbris­mo del primer cordón del suburbano en video-hits como el notable

Cosacuosa y El fantasma, entre otros. Durante al menos un lustro, supieron imponer agenda y hacer que se hablara de ellos con un disco logrado ( Chapusongs, 2002), otro exitoso ( Guau!, 2004) pero, sobre todo, con una reivindica­ción de la inocencia y la frescura que optimizaba el post-Cromañón. Su versión a capella del Ji Ji Ji de Los Redondos, onda Cuarteto Zupay, podría haber musicaliza­do “el lodo más grande del mundo”, por el terreno pantanoso en el que se metieron. En cambio, se eternizaro­n en jardines de infantes y escuelas primarias de educación avanzada con Prejuicios ( Os

valdo), una didáctica sátira sobre la intoleranc­ia que Hugo Midón hubiera querido para su firma. Y claro, podían componer alguna que otra sinfonía pop como Trenes, camiones y tracto

res, uno de sus mejores temas. Aunque en su estructura de banda pudieron bancarse la salida (a sugerencia de Santaolall­a) de su baterista y fundador, Matías Méndez (luego en carrera con Nuca, como productor y compositor con el nombre de El Chávez) , la creativida­d mermó con la partida de Eduardo Schmidt (“No quería ser un infeliz con plata”, le dijo a Cla

rín) en 2007. En dos discos más ( Hormigas) y ( No me etiquetes) no pudieron sostener ni el listón creativo ni la popularida­d. En 2010 se desvanecie­ron y nos preguntamo­s si no era el precio de haber sembrado una audiencia tan joven y, por tanto, tan maleable. Quién sabe, quizás aquellos seguidores, entonces eyectados por amor, estudios o hastío, puedan darse la chance de conocer la nostalgia de primera mano.

Junto a Miranda!, Árbol le bajó la edad promedio al pop-rock con canciones de caracterís­ticas ATP.

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