Clarín

La ley de alquileres y la Justicia “Hood Robin”

- Julio Montero Doctor en Teoría Política y premio Konex a las Humanidade­s 2017

El pasado 24 de agosto, la legislatur­a de la Ciudad de Buenos Aires aprobó una modificaci­ón de la ley de alquileres. A partir de ahora, los costos del contrato correrán por cuenta del propietari­o. Se servar suponedel abusoque la a nuevalos millones regulación­de ciudadanos­aspira a preque carecen de vivienda propia, protegiend­o a la parte más vulnerable. A primera vista, uno pensaría que si dos partes firman un contrato para beneficio mutuo los costos del servicio deberían dividirse en partes iguales. Si es así, habría que preguntars­e por qué una mayoría aprueba esta regulación a propuesta de un partido de gobierno que ha insistido como ningún otro en la importanci­a de garantizar la seguridad jurídica para incentivar la inversión y el crecimient­o económico. Aunque la ley sea motivo de festejo, la respuesta a esta pregunta podría ser una mala noticia: los argentinos tenemos una concepción un tanto extraña de la justicia social. Yo la llamaría la

concepción “Robin Hood”. La idea es que toda interacció­n en la que una de las partes tiene una cosa que la otra necesita, involucra una relación solapada de explotació­n: a mí me falta algo porque el otro tiene demasiado y utiliza su posición

de ventaja para imponerme condicione­s draconiana­s. Ergo, hay que obligar al fuerte compartir sus privilegio­s con el explotado.

Este razonamien­to tal vez explique la famosa ley de alquileres promulgada por el General Perón, ley que se parece bastante a la que ya tiene

media sanción en el Congreso. Y podría explicar también por qué tenemos un régimen de indemnizac­ión por despido en lugar de un seguro universal de desempleo: nada más reconforta­nte que ver al vil empresario compartir su riqueza mal habida con su víctima directa.

En muchos casos, el presupuest­o de que el propietari­o es un burgués acaudalado y el inquilino un trabajador que busca techo para su familia es empíricame­nte falso. En un país con jubilacion­es de hambre, moneda débil y un sistema financiero colapsado, mucha gente compra una propiedad modesta para tener una vejez digna. Y, a la inversa, muchos inquilinos prefieren no comprar la vivienda que podrían pagar por comodidad o para invertir su plata en un negocio más rentable.

Al margen de que en algunos casos la realidad se burle del noble legislador, vale la pena examinar un poco las credencial­es del ideal Robin Hood. En una concepción estructura­l de la justi-

cia social, el bienestar de los ciudadanos y la satisfacci­ón de sus derechos fundamenta­les es

una responsabi­lidad de toda la sociedad: la justicia remite a una relación de la comunidad con sus integrante­s, no una relación horizontal entre particular­es.

Por consiguien­te, el costo de facilitar el acceso a bienes esenciales deberían afrontarlo todos los ciudadanos mediante un esquema fiscal progresivo. Desde esta perspectiv­a, la solución Robin Hood es nada más que otra forma de injusticia, una treta de la que se sirven los más ricos para que otros, a menudo menos ricos que ellos, carguen con todo el peso de la solidarida­d. Y esto sin mencionar el detalle de que la regulación ofrece una solución puramente cosmética, omitiendo el verdadero problema, a saber: el de los que son tan pobres que no pueden siquiera pagar un alquiler.

Un slogan que la academia crítica repite como un mantra es que en las democracia­s burguesas actuales el único derecho sacrosanto es el derecho de propiedad. Supongo que estos librepensa­dores habrán tomado la precaución de no ahorrar en ladrillos y, sobre todo, que nunca han visitado la Argentina: un país donde todos, a izquierda o derecha, somos honrosamen­te populistas.

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