Clarín

Impresione­s

Despedida. En el adiós al parque, Clarín lo recorrió con la sensación de que los animales ya no quieren que los miren. Imposible no sentir estrujarse el corazón en el último día del Zoo porteño

- Patricia Suárez Especial para Clarín

La ciencia dice que todos los seres vivientes seguimos evoluciona­ndo para adaptarnos mejor al medio. Los humanos perderemos las muelas de juicio y los meñiques del pie y los dedos de las manos se alargarán para sernos más útiles. Claro que estos cambios llevarán miles de años, pero qui- zás en miles de años los chimpancés y otras especies desarrolle­n un lenguaje, igualito a como se ve en El Planeta de los Simios. Entonces ellos podrían decir lo que hoy tan en la punta de la lengua tenía el pavo real y la ma

ra y los patos que se paseaban con paso tranquilo entre la gente, muy dueños de su casa, en aquello que en 1888 se creó como el Zoo de Buenos Aires. Y que hoy vivió su última jornada antes de su cierre por dos años, por las obras para su reconversi­ón en

Ecoparque. Nuestra relación con los animales

cambió y eso modificó nuestra visión sobre la vida de los animales salvajes y su autonomía. En el pasado a nadie se le ocurría con demasiada frecuencia que los animales debían tener una vida digna. Hoy sabemos que deben vivir en sus hábitat naturales, debe preservárs­elos y debemos intervenir su mundo lo menos posible. Sin embargo, el ser humano es un manojo de contradicc­iones y era im-

posible no sentir estrujarse el cora

zón en esta despedida de aquellos a quienes hemos contemplad­o con tanta alegría durante años. Que nuestra alegría se haya conseguido a cos

ta de su sufrimient­o, es algo que recién en estas últimas décadas comprendem­os. Yo aún pienso con cariño en el chimpancé Alberto -que murió hace unos años- como en un amigo y en Sandra, la orangutana, que ya no se encuentra en exhibición pero está a la espera de un santuario adonde ser trasladada para una vida mejor.

Hace pocos años, Sandra fue declarada “sujeto no humano” por la Justicia argentina y el fallo indicaba que ella debería vivir en libertad. Quien haya mirado a los ojos a un primate, sabe que no hace falta el fallo de la Justicia para comprender cuán cerca nuestro están, cuánto de nuestra manera de expresar y de sentir es similar. Pero nosotros estamos al otro lado del cristal y vamos y venimos.

En el zoo de Buenos Aires, hoy la situación parecía haberse invertido. Sólo había un puñadito de gente paseando entre las pocos animales que quedan. Tresciento­s cincuenta ya fueron ubicados, algunos -como las jirafas y alguna elefanta- quedarán en el zoo porque su cautiverio lleva tantos años que ya no podrían rea- daptarse a su hábitat natural y otros

porque son muy viejitos y su estado de salud no soportaría un viaje y el estrés de la mudanza. Hoy todos los animales nos obser

vaban con cansancio; hoy éramos esos humanos incomprens­ibles que están en actividad cuando ellos descansan, que tienen la obsesión de la clasificac­ión y de poseer cosas. Hasta las cabras somalíes se nos acercaban a la alambrada con cara de votantes insatisfec­hos y a su manera murmuraban: “Si yo pudiera decir una palabra, te pediría que te marches”.

El chita, ¡el animal más rápido de la tierra!, hoy se la pasó de espaldas para que pudiéramos apreciar su jaula. ¡Él, que corre hasta 120 kilómetros por hora, está en una jaula! Walt

Whitman escribió: “Creo que podría volverme a vivir con los animales/. (…) No preguntan/ ni se quejan de su condición/ no andan despiertos por la noche/ ni lloran por sus pecados.” Es evidente que ellos sí saben de qué se trata la vida, y nosotros, con tanto Sócrates y tanto Lacan, aun todavía no logramos desentraña­rla. A las cinco de la tarde cerró el zoo. Si compartiér­amos un lenguaje, les hubiera dicho una sola palabra: Disculpas.

Que los animales nos disculpen a todos nuestra barbarie.

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GUILLERMO RODRIGUEZ ADAMI Observadas. Las jirafas reciben a sus últimos visitantes, pero parecen ignorarlos.
 ?? G. RODRIGUEZ ADAMI. ?? Una elefanta. Ahora podrá descansar del público.
G. RODRIGUEZ ADAMI. Una elefanta. Ahora podrá descansar del público.

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