Clarín

Huracán pasó a Colón porque tuvo un penal y Wanchope no perdonó

Era un duelo parejo, pero cerca del final, Avila le dio la primera alegría a los de Alfaro. Ahora, Vélez o Aldosivi.

- Waldemar Iglesias wiglesias@clarin.com

A Huracán, parece, le sienta bien esta competició­n. Luce copero, como grita su gente desde la tribuna principal del Diego Maradona, en La Paternal. Con el 1-0 frente a Colón pasó de ronda en la Copa Argentina y resucitó respecto de sus derrotas recientes y de su pésimo registro frente a Los Sabaleros en tiempos cercanos. La lectura es inequìvoca: se trata de un buen modo de darle impulso al ciclo naciente de Gustavo Alfaro a cargo del Globo de Newbery. Nada más. Nada menos.

Queda una impresión: la Copa Argentina encanta y seduce. Lo sabían los dos, por experienci­a. A cinco partidos les quedaba el trofeo, la posibilida­d de jugar la Libertador­es y la Supercopa. Por eso, no hubo casualidad: Huracán y Colón ofrecieron anoche lo mejor que tenían a disposició­n.

Lo jugaron como lo que era: un encuentro decisivo. De esos que pueden marcar rumbos. Para el equipo, para el entrenador, para los protagonis­tas centrales de cada equipo.

El primer tiempo fue una demos- tración de que se conocían en detalle. De que el que se equivocaba perdía. Eduardo Domínguez, el entrenador de Colón, no es otro que el capitán que levantó los últimos dos trofeos de Huracán, ese entrenador que accedió a la final de la Copa Sudamerica­na. Actuó en consecuenc­ia. Sabía que debía anular a Ramón Abila, ese

Wanchope que lo impulsó en su mejores días recientes. Lo logró por momentos. Pero cuando el nueve de Hu-

racán encontró resquicio, Colón su

frió. Le dolió. Pero todo en el contexto de un partido muy parejo.

Hubo dos rasgos en el comienzo: Colón manejó mejor la pelota; Huracán fue más vertical y se asomó al gol. Pero poco. Poco de los dos. La prioridad compartida fue otra: limitar la ofensiva ajena, garantizar el cero.

El segundo tiempo no ofreció variantes en ese sentido. Colón y Huracán se dividieron casi todo. La pelo-

ta, los espacios, las aproximaci­ones (que poco se parecieron a llegadas). Nadie quiso arriesgar. Se miraron, se midieron, se observaron parecidos

de tamaño. Como en una pelea de boxeo en la que los dos saben que se dirimirá por puntos. O por detalles.

Y entonces, cuando quedaba un cuarto de hora, apareció Ignacio Pussetto por la derecha, encaró, generó un penal (clara mano de Guillermo Ortiz). Fue Wanchope. Miró, le di- jo a Romero Gamarra que lo dejara. Y se hizo cargo. Convirtió. Después de perder durante varias prácticas contra Marcos Díaz, aprendió. Fuerte, a la izquierda, sin vueltas. Uno a cero.

Lo que siguió fue un partido lógico: Colón yendo; Huracán tratando de resolver en defensa. Y el desenlace brindó lo mejor del equipo de Alfaro: esa capacidad para que el cero sea una garantía. No es poco, incluso más allá de la alegria de seguir...

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FOTOBAIRES Festejo en Paternal. Wanchope celebra su gol. Remate cruzado y violento para pasar a octavos.

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