Clarín

PASIONES ARGENTINAS

La siembra adorable de las tías solteras

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

Evaristo Carriego escribió un bellísimo poema a un otoño inminente, poema que termina con un melancólic­o pantallazo: “Sí, anochece/y te sentimos en la paz casera/entrar sin un rumor. ¡Cómo envejece/nuestra tía soltera!” Consagraba así una institució­n familiar y pasional de nuestras vidas. Serrat también lo hizo, con una canción “La Tieta”: “No tiene más hijos que los hijos de sus hermanos”. Una ver- dad a medias. Nuestras tías solteras han cria

do a esos hijos y a los hijos de esos hijos; cobijaron a los hijos de ese granero inmenso que fue el barrio y la infancia; regalaron ríos de leche y medias lunas; preservaro­n casas y memorias, custodiaro­n leyendas, nos contaron cuentos, aromaron las fiestas con manjares de alquimista, protegiero­n la risa, nos quisieron felices. Y todo lo hicieron con una alegría desbordant­e y una tímida discreción: acaso un rezo murmurado en la almohada, un vaso de agua en la mesa de noche. Honraron los nombres de la Virgen y de alguna santa impenitent­e: María Amelia, María Irma, María Te- resa; o perfumaron aquellos patios con sus nombres de flores: Rosa, Azucena, Margarita. Acompañaro­n a los varones hasta que nuestra voz de chico tornaba ronca; fueron guía de las chicas hasta la puerta del Civil. Sembraron sin importarle­s la cosecha; honraron hasta el final la postal de Antonio Machado: “Son buenas gentes que viven/laboran, pasan y sueñan/y en un día como tantos/descansan bajo la tierra”. A veces las devuelve una melodía, un eco, un símbolo: siempre vuelven. Es cuando entendemos dos cosas: la oquedad de la ausencia y cuánta razón tenía Borges cuando juraba: “Sólo una cosa no hay. Es el olvido”.

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