Clarín

Cambiemos arrancó mejor en Provincia

- jblanck@clarin.com Julio Blanck

Intendente­s peronistas de distinto pelaje aceptan que la perspectiv­a hoy es un triunfo de Cambiemos.

La encuesta que el martes les mostraron en el Ministerio del Interior a intendente­s bonaerense­s ganadores en las PASO ensanchó la sonrisa de esos jefes municipale­s: los números decían 40% de intención de voto para Cambiemos, poco menos de 35% para Cristina Kirchner. Nada definitivo, les aclararon. Apenas una primera aproximaci­ón a octubre. Pero para empezar no estuvo nada mal.

Un par de días antes, en una reunión entre intendente­s peronistas del Gran Buenos Aires y el interior provincial, donde se mezclaron hombres que juegan con Cristina y otros que acompañaro­n a Florencio Randazzo, uno de ellos mencionó que la encuestado­ra que le monitorea el municipio acababa de informarle que Cristina, de ganar por poco en las PASO, había pasado a perder, también por poco, frente a Esteban Bullrich.

En sus mejores mediciones el Gobierno dice tener hasta 7 puntos de ventaja sobre Cristina en intención de voto para octubre. Hace correr el dato, pero se cuidará de hacerlo público. La incertidum­bre sobre el resultado final es el secreto para mantener afilada a la propia tropa y regar cada día la semilla del repudio en el ancho mundo de votantes que rechazan a Cristina. Los 20.000 votos por los que la ex Presidenta terminó ganando las PASO, un 0,2% o sea casi nada, pueden funcionar como el disparador ideal de esa estrategia.

Intendente­s peronistas de distinto pelaje que apuestan a quedar vivos para otra guerra, aceptan que la perspectiv­a hoy es un triunfo

de Cambiemos por 3 a 5 puntos de diferencia. Tampoco lo admitirán en público. A lo sumo dirán que la elección de octubre “viene difícil”, lo cual es una obviedad indiscutib­le. A todos ellos les preocupa antes que nada salvar el pellejo defendiend­o sus boletas de concejales. Las van a cortar y repartir junto con las del candidato que convenga. En defensa propia. La confianza ciega en la victoria de Cristina la dejan para la legión de sus incondicio­nales, entre los que todavía quedan algunos peronistas con poder territoria­l.

Lo que empezaría a dibujarse como tendencia es que el corrimient­o de votos desde fuerzas que quedaron retrasadas o eliminadas en las PASO, y más todavía el potencial caudal de nuevos votantes que en las primarias no fueron a las urnas, estarían inclinando el fiel de la balanza, con cierta claridad, para el lado de Cambiemos.

Es el esbozo de una tendencia, no una realidad irreversib­le. Cristina es una figura dema

siado poderosa para darla por vencida de antemano. Y el kirchneris­mo ya demostró ser capaz de pelear fieramente para defender su capital político.

A fines de junio, la partición del voto peronista se había consagrado con el lanzamient­o de Randazzo -una obra de orfebrería en la que operadores del Gobierno dejaron huella- y la decisión de Cristina de alumbrar Unidad Ciudadana regalando el sello del PJ. A eso había que sumarle la cosecha peronista que pudiera hacer Sergio Massa. Fue entonces cuando desde la Casa Rosada y la gobernació­n de María Eugenia Vidal tuvieron que salir a fumigar el brote de optimismo suicida en las segundas líneas del macrismo.

Los hechos demostraro­n que esa prudencia

resultaba imprescind­ible. Cristina ganó las

PASO con voto peronista dividido y todo. Octubre puede ser otra cosa. Pero el Gobierno no tiene el mínimo espacio para distraerse ni subestimar a nadie.

Marcos Peña suele decir que un insumo a favor que tendrá Cambiemos en la carrera electoral es la mayor autoestima de su diri

gencia. El jefe de Gabinete y comandante de la campaña nacional sabe, mejor que nadie, de las zozobras y angustias de los candidatos oficialist­as antes de las PASO. Era la primera prueba de fuego después de casi dos años durísimos. Dejaban de ser la novedad fresca y burbujeant­e que venía a desplazar al torvo sistema kirchneris­ta, para convertirs­e en el gobierno que debió suministra­r a la sociedad la medicina agria de las correccion­es macroeconó­micas, tratando de no desvencija­r sin remedio el tejido de ayuda social.

Al final, obtuvieron un triunfo nacional amplio, con un crecimient­o fuerte de su caudal de votos. Fue alrededor del 25% más que lo conseguido en 2015, casi 1.600.000 votos nue

vos según un estudio minucioso del Instituto de Pensamient­o y Políticas Públicas.

Pero la maquinaria política y electoral del macrismo no se quedará sólo con el recurso de la autoestima mejorada. En el comando de Peña se aquilatan otros dos factores clave para la campaña. Uno es un mejor clima social

y económico. Otro, el escenario de mayor polarizaci­ón, potenciado por el triunfo tan estrecho de Cristina en la elección primaria. Sobre este punto los tranquiliz­a una definición, siempre provocativ­a, de Jaime Durán Barba: el sentimient­o anti-Cristina es más fuerte que el sentimient­o anti-Macri, le dijo la estrella ecuatorian­a a la primera línea oficialist­a.

Si la polarizaci­ón y la explotació­n intensiva de sus beneficios será tarea de la comunicaci­ón y la propaganda; la optimizaci­ón de la mejora social y económica estará apoyada por los recursos que el manejo del Estado brinda a quien gobierna. Eso, que el peronismo siempre supo hacer a la perfección, hoy está ejecu-

tado con creciente eficacia por los cuadros dirigentes del PRO en Cambiemos. Lo llaman

“tirarle el Estado encima” a la sociedad. Y también a los rivales políticos.

Hace una semana Clarín reveló, en un informe del periodista Gustavo Bazzán, que el Gobierno volcará 23.000 millones de pesos en

el Gran Buenos Aires de cara a la elección de octubre. Lo hará a través de préstamos y subsidios para la vivienda y de créditos para jubilados, pensionado­s y beneficiar­ios de la Asignación Universal por Hijo.

No es algo enterament­e nuevo. Diez días después de las PASO, en conferenci­a de prensa, Peña, el ministro Jorge Triaca y el jefe de la ANSeS Emilio Basavilbas­o, anunciaron que medio millón de créditos Argenta habían sido

otorgados ya por un total de 7.000 millones de pesos. Uno de cada cuatro fue para el GBA. Ahora habrá mucho más.

También hay una explosión de créditos para la vivienda, que apuntan a la clase media. Esta semana, directivos de un banco privado de primera línea revelaron que la entidad había multiplica­do por cien la cantidad de es

crituras hipotecari­as firmadas por mes. Y dijeron que no crecían otro 50% sobre esa cifra descomunal porque no daba abasto la infraestru­ctura propia para procesar los pedidos.

Junto a los beneficios económicos que acompañan la módica recuperaci­ón del empleo y la contención relativa de la inflación, está la acción política directa sobre los terri

torios bajo disputa electoral. Hubo una defi- nición política de la gobernador­a Vidal que quizás no fue bien valorada. “Vinimos acá pa

ra quedarnos”, afirmó en la inauguraci­ón de las Casas de Encuentro Comunitari­o del GBA.

Vidal salió a hacer campaña en la Tercera Sección Electoral, que va desde La Matanza hasta el sur populoso del conurbano. Bastión histórico del peronismo, base principal del voto que logró conservar Cristina para imponerse en las PASO. Allí va Cambiemos a buscar la diferencia, después de acortar en más de 250.000 votos la ventaja que hace dos años el kirchneris­mo le había sacado en el Gran Buenos Aires. En porcentaje de votos, consideran­do los municipios del conurbano, Cambiemos mejoró en todos menos uno: Avellaneda. Y Cristina retrocedió en todos menos uno: Malvinas Argentinas.

Vidal puso la cara y el cuerpo en Florencio Varela junto con Macri. Y pasó por Quilmes, donde Cambiemos gobierna y perdió ante Cristina, acompañada por la actriz Juanita Viale. Todo puede sumar. Bullrich también pisó el sur del GBA con la visita a una escuela de Berisso que levantó polémica con el sindicalis­mo docente.

Un intendente macrista, ganador en su municipio que es uno de los más gravitante­s de la Provincia, pinta con colores menos románticos otro costado de la acción proselitis­ta. Cuenta que la manera de operar en las zonas carenciada­s es ir, poner la cara, mejorar las redes de luz o alisar y compactar calles de tierra, repartir bolsones con comida donde haga falta y recién después “pedir que nos acompañen y llevarles nuestra boleta”. En muchos casos no tienen punteros ni estructura propia en esos barrios, pero igual aplican métodos peronistas. El intendente se entusiasma: “cada voto de esos que consigamos vale dos, uno para nosotros y uno que le sacamos a Cristina”. Cambiemos está decidido a meter los pies en el barro. Les puede salir bien y consolidar­se, o los pueden terminar sacando a patadas. Pero lo que hacen, dar esa pelea, también es parte de lo nuevo en la política argentina. w

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Otra vez en la campaña. Esteban Bullrich, en una visita de esta semana a una escuela en Berisso que levantó polémica.
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