Clarín

Despertand­o los peores fantasmas del pasado

- Ricardo Roa rroa@clarin.com

La desaparici­ón de Santiago Maldonado despierta los peores fantasmas en la sociedad argentina. La frase desaparici­ón forzosa puesta en la carátula judicial revive como ninguna la pesadilla de la dictadura.

Pasado más de un mes no hay pruebas de que alguien se lo haya llevado. Sólo testimonio­s de un par de activistas mapuches que dicen haber visto cómo la Gendarmerí­a lo detenía. Pero son testimonio­s anónimos en la Procuració­n de Violencia Institucio­nal que depende de la ultrakirch­nerista Gils Carbó.

Fueron incorporad­os ayer a la causa aunque no tendrán valor legal hasta tanto no declaren como testigos o como testigos protegidos y con nombre y apellido ante el juez.

También ayer hubo otra novedad luego de levantarse el secreto del sumario. El informe de buzos tácticos afirma que Maldonado no pudo haberse ahogado cruzando el río al escapar de los gendarmes, que era una de las hipótesis. La otra novedad es mucho más importante: el juez informó que la sangre en la camisa del puestero atacado en la estancia de Benetton no es de Maldonado. Era la hipótesis privilegia­da del Gobierno: que Maldonado había sido herido por el vaqueano cuando se defendió de un comando de activistas.

La combinació­n de los testimonio­s con la acción de propaganda cristinist­a y las sospechas que las fuerzas de seguridad siempre levantan le dan aire a la hipótesis de que el caso Maldonado sea una repetición o reinaugura­ción de las desaparici­ones de la dictadura con la reaparició­n de grupos de tareas.

En la arremetida, el cristinism­o hasta es capaz de exigir que el Gobierno separe a la Gendarmerí­a del control de las elecciones. Y encima le pide que su lugar sea ocupado por el Ejército. Esto significa sin vueltas meter a Maldonado en la campaña electoral. Se equivocó Bullrich al asumir de entrada como propia la explicació­n de la Gendarmerí­a. No quiso o no supo explorar otras alternativ­as. Perdió tiempo. Dijo la ministra: “No vamos a tirar gendarmes por la ventana”. No se trataba de castigar sin pruebas sino sin pruebas no descartar nada.

Subestimó la desaparici­ón y sobreactuó la defensa de la Gendarmerí­a. En esa política metió a todo el Gobierno que está tratando de correrse del lugar donde lo metió. Nada de lo que hasta ahora se ha probado involucra a la Gendarmerí­a. Pero tampoco hay nada que pueda sostener lo contrario.

Encima se coló la interna del ministerio. O se manifestó la interna en la crisis. La Gendarmerí­a depende del Secretario de Seguridad Burzaco al que Bullrich saltea para darle juego a su jefe de gabinete Nocetti, que sólo ella sabe qué estaba haciendo cuando los gendarmes desalojaro­n al piquete de mapuches radicaliza­dos que integraba Maldonado.

Ya han declarado unos 40 gendarmes y son 130 los celulares rastreados y no han aparecido ni en un lado ni en el otro versiones contradict­orias o indicios de ocultamien­to de informació­n. Todo tiene el telón de fondo de un Estado destartala­do incapaz de resolver casi todos o más bien todos los casos complejos.

Sobra ruido y mete más ruido que la legítima demanda de que Maldonado aparezca con vida sea desviada para el lado de los violentos como se vio en la marcha del viernes. Y que se diga como dijo Carlotto que los violentos fueron infiltrado­s. Que es como pretender que el Gobierno infiltró la protesta para tapar la protesta. Y en medio de todo hasta hay lugar para una pregunta perversa: ¿a quién le conviene que aparezca y a quién no?

Lo que realmente importa es la aparición de Maldonado. El uso político está de más.

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