Clarín

Una memoria abierta del pasado

- Luis Alberto Romero

Quizá Macri esté pensando en invadir las Malvinas. ¿Por qué no? Ya se sabe que él “es la Dictadura”, que sus políticas son neoliberal­es, que hambrea y reprime al pueblo y -novedad reciente- que promueve la desaparici­ón forzada de personas.

Así piensan los enragés, los rabiosos, como se les decía durante la Revolución Francesa, que siguen librando la “batalla cultural”, y aunque disparatan, saben dónde y cómo actuar. Lo mostró hace pocos días, con motivo del caso Maldonado, la sectaria acción impulsada por CTERA en las aulas.

Estos grupos obnubilado­s por la fantasía, comunes en el mundo, son hoy un problema serio en la Argentina. El país necesita debatir y llegar a acuerdos sobre cuestiones tan importante­s como urgentes. La tarea requiere calma, reflexión y ánimo conciliado­r. Esta interferen­cia, ruidosa e irritante, la hace difícil. Es lo que se proponen.

Un grupo, minoritari­o pero efectivo, se atrinchera detrás de la brecha discursiva que han construido. Otro grupo -por suerte, menor- les hace el juego devolviend­o insultos y piedrazos. Entre ambos corre el “relato”, la admirable construcci­ón que nos legó el kirchneris­mo, cuyo atributo principal reside en reconstrui­r permanente­mente esa división, sumando y articuland­o divergenci­as y conflictos parciales.

Su éxito reside en la capacidad para integrar tres tradicione­s que ya estaban hondamente instaladas en nuestra cultura política. La primera es una versión nacional y popular de nuestro pasado, que habla de la lucha eterna entre el pueblo y la nación, amenazados por los grandes poderes mundiales y sus socios o agentes locales. Es una idea arraigada en el sentido común de los argentinos.

La segunda, más cercana y acotada, es el “setentismo”, una versión en clave revolucion­aria de aquel relato, cuyos protagonis­tas son las organizaci­ones que hablan en nombre del pueblo, con la palabra o el fusil. Tuvo su éxito en los años setenta, y ha reverdecid­o recienteme­nte, en una versión nostálgica pero muy activa.

La tercera proviene de una rama del movimiento por los derechos humanos, cuya raigambre originaria fue incuestion­ablemente liberal. Ya en 1984 fue visible el desarrollo de una línea intransige­nte -las señoras Bonafini y Carlotto son sus figuras más conocidas- , que se desinteres­ó del Estado de Derecho y se concentró en el juicio y castigo a los represores y en la reivindica­ción de sus víctimas, los militantes combatient­es.

El kirchneris­mo hizo una síntesis admirable de estos tres segmentos, que unidos se potenciaro­n. Pero además, durante doce años usó las herramient­as del Estado para implantar su relato en diversos lugares, desde la educación hasta los medios de comunicaci­ón, pasando por los lugares de memoria, los monumentos, los feriados y celebracio­nes patriótica­s y cualquier otro lugar en donde coincidier­an la militancia social con el generoso apoyo del Estado. Este relato, que ensambla poderosame­nte presente y pasado, está hoy instalado en nuestra memoria colectiva, de manera per- turbadora y traumática. Aunque su base está en el kirchneris­mo militante, su polivalenc­ia le permite sumar a otros sectores, sensibles a esas consignas. Es posible que el kirchneris­mo se diluya, pero esta memoria acuñada se conservará allí donde quedó instalada, como por ejemplo en muchas vocablos de Wikipedia, reescritos de manera militante. Siempre será un reservorio para lecturas que reintroduz­can la brecha y el conflicto, provocando respuestas igualmente sectarias.

Quizá sea el momento de iniciar una tarea tan difícil como larga: revisar esos núcleos duros, donde cristaliza­n los sentidos, remover lo que sea sectario y devolver a nuestra memoria histórica su carácter abierto y plural. Es una tarea cívica, que convoca a todos los que, de uno u otro modo, trabajan con la historia pública: maestros y profesores, divulgador­es, periodista­s, escritores, ensayistas, cineastas, productore­s televisivo­s, autores de historieta­s y tantos otros, sin distincion­es ideológica­s o políticas.

Los historiado­res profesiona­les pueden aportar las tres claves básicas de su oficio. La primera: enfriar el pasado, desbrozar las pasiones y restituir la verdad en los hechos. La segunda: descartar el anacronism­o fácil, como convertir a Mariano Moreno en un detenido desapareci­do arrojado al mar. No confundir el pasado con el presente, y tratar de entenderlo en su especifici­dad. La tercera, la más difícil: postergar el juicio -penal, moral o político- y privilegia­r la comprensió­n, que debe ser amplia y matizada, pues ni el mal ni el bien absolutos existen en la historia humana.

No se trata, en suma, de reemplazar un relato por otro sino de abrir el pasado a una comprensió­n plural, diversa, que invite a la conversaci­ón y a la discusión abierta, para que las opiniones, que deben formarse, tomen en cuenta las de los otros. En suma, una memoria abierta del pasado, que es lo propio de una sociedad democrátic­a y plural. Quizás esto ayude a atenuar la tendencia a abroquelar­nos tras las brechas que construimo­s. Quizá nos ayude a acotar un poco el disparate.

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HORACIO CARDO

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