Clarín

El Dj de las milongas que les da clases sobre tango a los extranjero­s

Mario Orlando se hizo conocido pasando música en 2x4. Y reúne alumnos que llegan desde todo el mundo.

- Nahuel Gallotta Especial para Clarín

En la calle Castillo, esquina Thames, hay un nene de 5 años que escucha tango. Escucha y aprende, porque papá, mientras suena cada tema, le habla de los autores: de Troilo, Pugliese, D’Arienzo. A esa edad comienza a armar la que sería su discografí­a. Una vez a la semana el papá le da plata para que se compre cinco discos, que después escuchan en el comedor de la casa chorizo de Villa Crespo.

“Era algo mágico: me gustaba ese contacto con mi viejo, esa energía de la unión. Mamá nos traía la merienda y nos pasábamos la tarde juntos, los dos”. El que lo recuerda es ese mismo nene que ahora tiene 58 años y sigue viviendo en Villa Crespo. Y cuenta que aquellos tangos que quedaron en su mente fueron el principio de una carrera que lo llevaría a pasar música en más de cien milongas porteñas, a trabajar de lunes a lunes, a musicaliza­r en tanguerías y festivales inter-

nacionales, a dar clases de DJ para

extranjero­s y argentinos principian­tes y a musicaliza­r en el Mundial de Tango. En el ambiente se lo conoce como “Marito” Orlando. Y se dice que tras el fallecimie­nto del famoso Félix Picherna, se convirtió en el Dj milonguero más reconocido. “Mientras paso música bailo men- talmente con la gente. Si te relajás, el ambiente se cae. Pero las claves son muchas”, explica, y enumera en el comedor de su casa: “Saber bailar, leer la pista de baile, mantener la energía del lugar, organizar las tandas y que las cortinas peguen para arriba. Y sacarle el jugo a cada disco. Algunos colegas solo usan tres tangos. Lo mejor es escucharlo­s de punta a punta”.

Mario comenzó a pasar música a los 16 años en El Fulgor y Villa Malcolm, dos clubes de barrio. Los fines de semana se organizaba­n bailes y los Dj’s le dejaban pasar los últimos temas de la noche. Más adelante lo contratarí­an del hotel Savoy. Se encargaba de la música disco y romántica. Mientras tanto, durante la semana, seguía comprando discos en las “cuevas” a las que solo llegaban los Dj’s. Su colección seguía creciendo.

Años más tarde saldría con dos valijas repletas. Entraba a los pubs, pedía hablar con el encargado y le ofrecía música. Lo que no tenía, lo conseguía. Había bares que le hacían hasta

50 pedidos por semana. Los encargados también ganaban: compraban y se los revendían a los clientes.

Llegó a trabajar todos los días. Los lunes, en una milonga organizada por una americana. Los martes, en El Arranque; miércoles en una milonga gay. El jueves metía dos presentaci­ones: El Arranque y El niño bien. En La Ideal, El Beso y Maracaibo pasaba música los viernes. En Sunderland, de Villa Urquiza, estaba los sábados. Los domingos cerraba la semana en Salón Canning. A su vez, algunas milongas pasaban tandas de seis horas

de sus tangos. Orlando fue monopoliza­ndo el ambiente.

Algunos de sus seguidores lo contrataro­n para festejar cumpleaños o despedidas de año en sus casas. También le salieron shows en distintas provincias. A Estocolmo, Suecia, viajó durante cinco años seguidos. En Estados Unidos se presentó en un festival de San Francisco. También pasó música en cruceros de Brasil y Uruguay. Y en su casa de Villa Crespo recibió alumnos chinos, japoneses, coreanos, italianos, franceses, colombiano­s, brasileños, rusos, canadiense­s y estadounid­enses. “El Dj es fundamenta­l en cualquier milonga. Muchas veces no se le da importanci­a por la ignorancia de los organizado­res, que con tal de gastar menos llevan a cualquiera”, explica algo enojado. “A veces no hay códigos: los bailarines son contratado­s para una exhibición y también pasan música. Nos sacan el laburo. Lo hacen en Buenos Aires y en Europa. Yo ni si-

El Dj es fundamenta­l en cualquier milonga. Hay que estar atento todo el tiempo, porque si te relajás, el ambiente se cae”.

quiera tomo el micrófono; eso es trabajo del locutor. A ver si a los bailarines les gustaría que los musicaliza­dores demos clases de tango…”.

La situación económica hizo que en los últimos tiempos lo contraten mucho como “Dj invitado”. Fijo, solo está los viernes en El Beso y Rivadavia Club. “Al público le gusta verte siempre en el mismo lugar. Los DJ's tenemos que poner música según el nivel de la gente del lugar. Hay que acoplarse. Yo soy bien tradiciona­l, pero si tengo que salirme, estoy preparado. Sé qué tangos gustan”, dice “Marito”, que concluye con el recuerdo de la respuesta que le dio a una ex pareja que le sugirió trabajar de otra cosa. “Pasaré hambre... pero me voy a morir siendo Dj de tango…”. Su papá, desde el cielo, dice que le hubiese dicho lo mismo.

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A bailar. Mario desde su puesto de trabajo; dice que pasó por al menos 100 milongas porteñas.

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