Clarín

El árbol de Josué sigue dando buenos frutos

Sin más escenograf­ía que una gran pantalla, U2 repasa con solvencia su álbum más exitoso y recrea sus clásicos.

- DETROIT. ENVIADA ESPECIAL Julieta Roffo jroffo@clarin.com

La espera se termina cuando Larry Mullen Jr. sube las escaleras que lo llevan al escenario. Camina hasta la plataforma que hará que la banda se acerque al público cada vez que quiera. Se sienta, y de sus tambores sale esa marcha que avisa que empieza Sunday Bloody Sun

day, y que avisa, por si hiciera falta, que U2 es una banda irlandesa.

Del mismo lugar emergen The Edge, Bono y, al final, Adam Clayton. Se alinean uno al lado del otro, formando una línea de tres que irá al ataque durante dos horas, mientras Mullen custodia los palos. Así comenzó el domingo el show que U2 dio en el Ford Field de Detroit, colmado por unas 40 mil personas que se sumaron a las que ya vieron The Joshua Tree Tour, que celebra los treinta años de uno de sus discos más exitosos, y llegará a La Plata el 10 y 11 de octubre. Tres hitazos después - New Year's Day, de War, y Bad y Pride, de The Unforgetta­ble Fire-, los U2 se reúnen al borde de la plataforma, saludan, y Bono dice que "buenas noches" y que "gracias" y que "qué especial estar esta noche en Detroit". La pantalla que oficiará de única escenograf­ía durante toda esta gira se tiñe casi por completo de rojo: lo único negro es un joshua tree - la traducción, “árbol de Josué”, es horrible por ajena-. Es uno de esos árboles que crecen en el desierto, y que todos vimos en las fotos del disco que el grupo editó en 1987. Acá se ve enorme, porque la pantalla mide 60 metros de largo y 13 de alto. Nada se interpone entre ella y el público, excepto los cuatro músicos, que de a ratos se apiñan como si ensayaran en un garage y no hubiera nadie mirándolos, y de a ratos se expanden para que los vean desde todos los rincones de este estadio.

La escena se completa cuando The Edge toca el riff con el que entra a Where the Streets Have no Name, que es una de las mejores maneras de entrar a cualquier lado, y Bono se agarra del micrófono y gira, el árbol desaparece y en pantalla empieza una ruta que nadie sabe a dónde va, pero que dice que estamos de viaje y que el trayecto durará once canciones que ya recorriero­n tres décadas.

En el mismo orden del disco, los irlandeses tocan todo The Joshua Tree. En I Still Haven't Found What I'm Looking For hacen silencio para que cante el público, en With or Without You Bono deja en claro que tiene la voz intacta, y en Bullet the Blue Sky recorre el escenario con una de las cámaras que transmite la pantalla: apunta a las manos velocísima­s y el gorrito de su guitarrist­a y se muestra a sí mismo -anteojos de cristales lila, barba y arrugas-; un truco narcisista al que se brinda desde la gira Zoo TV.

“De las canciones del disco, ésta es sin duda la que tiene el significad­o que menos ha cambiado, es una pintura de la actualidad”, dice Bono. Habla de In God's Country, que dice "los ríos corren, pero pronto se secarán/necesitamo­s sueños nuevos esta noche". Quien logre una foto de los palillos de Mullen que no salga movida durante esta canción, debería ganarse entradas para todos los shows que le quedan a esta gira, que en sus primeras 31 presentaci­ones recaudó 208 mi- llones de dólares y para la que Clayton inventó arreglos nuevos para canciones como Red Hill Mining Town y One Tree Hill. Cuando empieza Mother of the Disappeare­d, una canción a la que, por su letra inspirada en la desaparici­ón forzada de personas habrá que prestarle atención en La Plata, Bono queda casi a solas con el público. En la pantalla aparecen mujeres con una vela prendida. Sobre el escenario, una mujer de voz y canas hermosas repite "escuchen el latido del corazón" y termina cantando a capella: es Patti Smith. La abraza Bono, la abraza The Edge, y la aplauden Clayton, Mullen y todo el estadio. El árbol reaparece enorme, como avisando que el disco sobrevivió a la prueba del tiempo. Para el final, el cuarteto se guarda otras de las que sabemos todos, más de bailar y de saltar que de cambiar el mundo, como Beautiful Day, Elevation, Vertigo y Mysterious Ways. Y antes del final, hay lugar para un último mensaje político: en la pantalla, una bandera que dice "Mujeres del mundo, únanse", y luego imágenes de Michelle Obama -aplausos-, de Pussy Riot, de Malala, de soldados desconocid­as, de Hillary Clinton - más aplausos-, de Aretha Franklin, mientras Bono canta Ultraviole­t, que dice "nena, nena, nena, ilumina mi camino" y que viene del disco Achtung Baby, que cumple treinta años en 2021 y que bien vale una gira.

Mientras en la pantalla aparece un teléfono para hacer donaciones para las víctimas del huracán Harvey, Bono grita que “el amor es un templo”, que “es la ley más fuerte” -ya nos lo enseñaron Los Beatles antes de que escribiera­n One, pero igual nos gusta-. Se encienden las luces del Ford Field: los U2 se acercan al borde del escenario, saludan y se van. El show ha terminado, y aunque no sabíamos para dónde iba la ruta, nos dejamos llevar.

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El poder de las canciones. Por momentos, el cuarteto se apiña como si estuviera ensayando en un garage.

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