Clarín

Una voz que construye pequeñas obras de arte

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La cantante portuguesa Misia brindó el fin de semana dos conciertos impecables, en los que abrió su abanico interpreta­tivo como nunca antes lo había hecho en Buenos Aires. El sábado rindió homenaje a Amalia Rodrigues, en tanto el domingo repasó sus 25 años de trayectori­a.

A través de su excelente voz, la intérprete delineó sobre el escenario del CCK un fino dramatismo, con esa permanente sombra de melancolía que la cubre como a toda genuina fadista. Y se permitió ciertas excentrici­dades, como una recorrida por el tango (interpretó Naranjo en flor y Yo soy

María, en su segunda noche), la canción francesa, la trova cubana, la música de Violeta Parra, un bolero y hasta el swing As Time Goes By. Desde el otro lado, la sala colmada ambas noches refrendó lo que la artista afirma sin rodeos: “Buenos Aires es misiana”.

En la noche de su “regalo” a Amalia, Misia dividió el repertorio en una primera parte con los fados de líricas más filosófica­s y de una mayor profundida­d existencia­l y una segunda dedicada a los que llamó tradiciona­les y de tono castizo. Ambos estilos enmarcados en un tono de cotidianid­ad en el que frustració­n, fatalismo, celos, abandono y pérdida se revelan como las emociones más comunes de la tradición fadista; emociones profundas que en la voz de Misia surgen como diminutas obras de arte. Flor de lua, Amor sem casa, Vagamundo, Romance (convertido en un madrigal por el arreglo del pianista Fabrizio Romano), Espelho quebrado, de carácter impresioni­sta, y Prece (“Que hace llorar hasta las piedras”, según la cantante) dejaron en evidencia el melodismo de la artista que sabe arropar esa melancolía en una voz

de fresca vitalidad. Para Misia, Amalia es “no sólo la más grande y la mejor, sino también eterna”. Toda una declaració­n de principios para quien se ha convertido en la mayor cantante de fado en la actualidad. Hubo cerca del final temas ajenos a Rodrigues, como Madrinha de nossas horas, Uma lagrima por engano, Amalia sempre e agora y Amalia que nao existo, además del clásico Lagrima, y Lisboa antiga, como bises. El segundo concierto, Del primer

fado hasta el último tango, la encontró fresca como la noche anterior y siempre vestida de negro. “Tengo algo gótico en el alma”, dijo. El repertorio reflejó su naturalida­d para abordar diferentes géneros, y es en esa diversidad en la que su calidad interpreta­tiva surge con claridad, sostenida por su faceta actoral, que Misia sabe explotar con prudencia. Comenzó con dos fados basados en poesías de José Saramago y de Fernando Pessoa, respectiva­mente, Fado adivinha y Danza das Mágoas. Vendrían luego O manto da Rainha, tema dedicado a esa línea de la mano que indica una protección superior, Presságio de Alfama y Garras dos sentidos, que transmiten en su voz un dolor atenuado, como si alguien hubiese llorado en su sangre. Naranjo en flor tuvo una hermosa versión, en la que la fadista nuevamente se alejó de los lugares comunes del efectismo y logró renovar la frescura de este tango tan interpreta­do. Siguieron Unicornio, de Silvio Rodríguez, bellamente cantado; Que he sacado con quererte, de Violeta Parra, la tristísima Chanson D’Helene y otro tango, María de Buenos Aires, como cierre. El bis fue con Cha cha cha em Lisboa.

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Alma fadista. El sello de Misia.

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