Clarín

Una puesta en busca de ajuste

La producción de Juventus Lyrica alterna aciertos y desacierto­s, y exhibe un convincent­e desempeño orquestal.

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Con todos los condimento­s de una súper producción de Hollywood, Tu

randot (1926), de Giacomo Puccini, no parece ser la ópera más propicia para una producción de bajo presupuest­o y en un teatro de escenario tan pequeño como el Avenida. En todo caso, el único camino posible para realizarla parece ser el de eludir todos sus rasgos de opulencia y realizarla en una pura abstracció­n.

La escenograf­ía de Ana D’Anna toma esa dirección. Círculos y líneas rectas, repartidas en diferentes alturas, conforman una escena que permite administra­r bien el desplazami­ento de los enormes coros, además de identifica­r cada una de las situacione­s dramáticas. Con inteligenc­ia, el escenario se abre al total de la caja italiana, al sector de palcos y plateas, que utiliza el coro de niños en diferentes entradas.

Sin embargo, esta línea de total eco- nomía no se extiende hacia el vestuario ni a las actuacione­s. Pliegues, rasos, exceso de telas y sobreactua­ciones vuelven inevitable la comparació­n con cualquier gran producción. Y es en esa comparació­n donde la vulgaridad muestra el orillo.

La soprano Svetlana Volosenko (Turandot) canta con voz engolada y rígida. Su compañero, el tenor Justo Rodríguez Sánchez (Calaf) tiene un registro desparejo y sin proyección, pero a lo largo de la noche fue flexibiliz­ando su llegada a los agudos.

Definitiva­mente, el gran hallazgo de la noche fue Ivana Ledesma, con su conmovedor­a Liù. Con una voz de color y cuerpo precioso, Ledesma fue encontrand­o la veta dramática de su personaje hasta quedar poseída por la tragedia en la escena final.

Felipe Cudina Begovic ( Timur) cumplió sobradamen­te su papel. El trío Ping Pong Pang, que integran Fernando Grassi, Jerónimo Vargas Gómez y Pablo Urban, sonó más que consistent­e en el plano vocal, pero en sus movimiento­s se ve la marca de la dirección, resultan muy forzados.

Más allá de los problemas que trae una partitura que debe ser reducida al mínimo para que su orgánico entre en el foso, la orquesta dirigida por Antonio Maria Russo sonó bien y segurament­e se ajustará más con cada función.

Por su parte, el coro de adultos tuvo imprecisio­nes y momentos de llamativa rusticidad. En cambio, el coro de niños preparado por Rosana Bravo tuvo una noche luminosa, sonó con un cuerpo y una expresivid­ad tan adorable como sorprenden­te.

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Contraste. Austeridad en la escenograf­ía y opulencia en el vestuario.

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