Clarín

Trump sigue siendo Trump

- Federico Finchelste­in Historiado­r. Profesor de la New School for Social Research, Nueva York.

Desde que Trump se hizo cargo de la presidenci­a del país más poderoso del mundo, muchos estadounid­enses, en particular periodista­s y analistas académicos, se niegan a reconocer una nueva realidad: Trump no es como sus antecesore­s.

Trump no actúa de forma “presidenci­able” y, fiel a su prosapia populista, quizás nunca lo va a hacer. Y sin embargo con el advenimien­to de eventos como el huracán que inundó Houston, se sigue esperando ese momento mágico e intemporal en el cual Trump dejaría

de ser Trump. Es cierto que el “trumpismo” es un proceso en construcci­ón y que todavía no es un régimen político establecid­o, pero para muchos el caudillo americano ya perdió la oportunida­d de ser un símbolo de armonía en momentos de crisis.

Esta situación en la cual se espera de él que se vuelva un presidente que respeta las normas democrátic­as y la igualdad de derechos entre todos los ciudadanos, se repitió en las últimas semanas. Primero lo fueron las idas y venidas con respecto a rechazar al neo-nazismo y los racistas del Ku Klux Klan quienes organizaro­n una marcha en la cual fue asesinada una ciudadana que protestaba en contra de ellos, y luego tras los despidos de sus asesores Steve Bannon y Sebastian Gorka. Bannon, CEO de los últimos tramos de la campaña presidenci­al y también el CEO de Breitbart, un website de extrema derecha, es uno de los principale­s ideólogos de un nuevo populismo anti-

liberal y racista que conecta a las derechas americanas y europeas. Gorka, un personaje de película que ostenta un doctorado húngaro adquirido en dudosas circunstan­cias, siempre se ubicó a la derecha de Bannon, manteniend­o incluso vínculos con grupos neo-nazis europeos. Una vez echados de sus puestos, se mantuvo que Trump finalmente se convertirí­a

en el presidente que nunca fue, reconocien­do la legitimida­d de opiniones diversas, se alejaría de sus sinergias históricas con el fascismo y rechazaría el racismo de muchos de sus seguidores y también el suyo propio. Nada de esto paso y Trump y aprovechan­do la distracció­n nacional de la tormenta en Texas, le dio un perdón presidenci­al a un Sheriff del “Far West” quien habido sido juzgado por el racismo anti-hispano de sus métodos represivos. Sin Bannon y otros sujetos de un catálogo racista que también incluye a miembros del gobierno como el asesor Stephen Miller y el Secretario de Justicia Jeff Sessions, y a pesar de los cambios de marquesina, el trumpismo sigue con su estrategia de hacer eje en el racismo como factor principal de su propaganda política y legitimaci­ón populista.

Desde que lanzó su campaña acusando a los mexicanos de ser “violadores seriales”, el presidente no ha dejado de recurrir al racismo como forma de legitimars­e frente a sus electores. Lo vuelve a hacer ahora al cancelar el programa DACA, dejando sin amparo legal a los jóvenes inmigrante­s “dreamers” sin papeles. Dado que el populismo de Trump coincide con el de muchos otros ejemplo globales, y en especial latinoamer­icanos, que disminuyer­on la diversidad y la calidad democrátic­a de sus países y la legitimida­d nacional de la oposición de Juan Perón a Cristina Kirchner, y de Carlos Menem y Abdala Bucaram a Hugo Chávez, muchos se preguntan qué hace a Trump un presidente diferente. La respuesta es “mucho pero también poco”. Es cierto que todos estos líderes minimizaro­n la dimensión constituci­onal de la democracia, no se alejaron de la corrupción e intimidaro­n al poder judicial, demonizaro­n a sus enemi- gos, y no gobernaron sus países como meros representa­ntes electos de la voluntad popular sino más bien como si el poder hubiera sido delegado en ellos a la manera de un monarca de antaño. Pero por otra parte todos estos líderes populistas fueron “leones herbívoros”, como decía Perón.

Es decir, ninguno de ellos hizo de la violencia física y menos aún de la guerra un motivo político. ¿Cómo reaccionar­a Trump frente a una amenaza bélica norcoreana, un conflicto que Trump no dudo en azuzar? ¿Podrá Trump seguir siendo Trump en una guerra contra Corea del Norte o se alejara de la irracional­idad y el narcisismo que tan bien lo caracteriz­a? Otra diferencia de Trump con la mayoría de los líderes populistas es que para el conductor americano el racismo es un elemento central. También lo es su actitud de benevolenc­ia con la violencia política en contra de inmigrante­s, minorías y manifestan­tes opositores. El lema trumpista MAGA ( Make America Great Again o “hacer a los EE.UU. grandes de nuevo”) sintetiza esta idea mítica y racista de un país no contaminad­o por su actualidad, por su diversidad étnica, social y cultural. Esta propuesta de vuelta un pasado cuya realidad histórica fue justamente aquella de la discrimina­ción racial y la restricció­n de derechos civiles constituye el centro de la ideología del Presidente. Ideología no solo ponderada en el discurso sino también ejecutada por sus acciones represivas contra las minorías y los inmigrante­s. En este punto, el populismo trumpista escribe un nuevo capítulo más rudimentar­io y más visceral en la historia del rechazo populista a la democracia igualitari­a y constituci­onal.

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HORACIO CARDO

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