Clarín

La rareza de Cristina con dolor ajeno

- Osvaldo Pepe opepe@clarin.com

“El emperador se decidió y, para huir de la vergüenza de una captura, intentó clavarse un puñal en el pecho, pero como lo hacía con poca fuerza un esclavo suyo le ayudó empujando el arma. Al morir, Nerón exclamó: -¡ Qué artista

muere en mí-. Se ve que en el momento culminante de su muerte no pensaba en el Imperio, sino en sus dotes de actor y cantante.” (Episodio contado por el historiado­r español Carlos Frisas en “Frases que han hecho historia”)

La foto tiene el crédito de la Agencia DYN y está en la página 10 de Clarín dominical. No es una foto de una circunstan­cia, es una radiografí­a del alma de la ex presidenta de la Na

ción. Allí se la ve en misa, en una capilla de Merlo, con la foto de Maldonado en sus manos, en un volante de propaganda muy visible, y un texto que interpela: “¿Dónde está Santiago?” Su gesto compungido, desolado por una tristeza de autenticid­ad dudosa, es más una representa­ción política que un estado de ánimo, que la sociedad comparte. Todos quere- mos saber la verdad sobre Maldonado.

Con una dosis de libre imaginació­n, bien podría decirse que la foto de Cristina en esa misa es un remedo de “La Piedad”, la conmovedor­a imagen tallada a dolor y talento por Miguel Angel: la Virgen con su hijo Jesús en brazos, apenas bajado del madero de la crucifixió­n, ya en el regazo de María y envuelto en el manto sagrado. Como sea, una madonna mortificad­a por el dolor del hijo desapareci­do de la vida.

Es difícil imaginar un sentimient­o auténtico de Cristina por Santiago Maldonado, simplement­e porque ella no lo tuvo con otras madres y familias atravesada­s por el dolor y, en todo caso, ha alineado alguna ocasional manifestac­ión de pesar de acuerdo a la sintonía política del familiar doliente. Es inusual la empatía de Cristina Kirchner con el dolor ajeno.

En doce años de poder (ocho propios) sólo se la vio llorar a mares, y se entiende, por la muerte de su marido Néstor Kirchner. Aunque luego haya hecho abuso político de un luto exagerado y extendido en el tiempo, infre-

cuente para estas épocas, con el que buscó generar un estado compasivo en la sociedad. Así facilitó una reelección plebiscita­ria con el 54% de los votos.

En confianza, esa imagen icónica es dinamita política pura y campaña para octubre. Quiere transmitir que ella es tan víctima como Maldonado. Casi dos mil años después, y adaptando la frase del despótico Nerón a las circunstan­cias, Cristina Kirchner podría decir “¡qué gran artista que hay en mí!” Ese rostro finge un dolor que se vuelve sospecha. No lo mostró ni llevó ninguna pancarta en las numerosas marchas por las víctimas de la insegurida­d durante sus mandatos, ni por los 51 muertos de la tragedia de Once. La piedad no

va con ella. El perdón tampoco. Aún no les dio el pésame a las hijas del fiscal Nisman ni se disculpó con los hermanos Noble Herrera por haber ordenado un brutal acoso estatal en su contra. En base a argumentos falsos los quiso estigmatiz­ar como ocultos hijos de desapareci­dos.

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