Clarín

Como el jardín de infantes, pero en casa

Cada vez más padres optan por poner su hogar para que sus hijos tengan su educación inicial.

- Guadalupe Rivero Especial para Clarín

Desde hace unos años, nuevas pedagogías y nuevos espacios forman parte de la educación infantil en el país. Métodos como el Montessori, Waldorf, Reggio Emilia y Emmi Pikler comenzaron a sonar más fuerte, al tiempo que muchos padres empezaron a inclinarse por sitios que no fueran institucio­nes tradiciona­les.

Entre estos últimos se ubican los jardines rodantes, una propuesta de enseñanza y sociabiliz­ación donde las caracterís­ticas fundamenta­les son la personaliz­ación y el respeto a los tiempos y necesidade­s de cada niño. Según cada jardín, suelen aceptar chicos de tres meses hasta los tres o cuatro años. Las “clases” se arman con grupos de tres nenes, hasta un máximo de seis. Se llevan a cabo en las casas de los chicos: a veces se establece la de uno de los niños del grupo; por ejemplo, cuando viven en edificios con espacios comunes. También puede cambiar el lugar en cada encuentro, trasladánd­ose al hogar de otro diariament­e. Dependiend­o de la necesidad de papás y mamás, se pautan tres, cuatro o cinco “clases” por semana.

Si bien no están incluidos legalmente como educación formal, la mayoría de ellos son conducidos por

profesiona­les, docentes de educa

ción inicial que algunas veces, incluso, trabajan de forma paralela en jardines convencion­ales.

Quienes se deciden por esta propuesta destacan que el grupo reducido permite una personaliz­ación que no podrían hallar en los jardines tradiciona­les.

Valeria Quevedo es coordinado­ra del jardín rodante Casita de nubes. “Es una propuesta pedagógica para niños que, al realizarse en un ambiente que es familiar -muchas veces en sus casas- los hace sentir cómodos y seguros”, explica. La docente de Nivel Inicial aclara que “si bien la familia no está presente en los encuentros, los chicos se sienten más contenidos con esta modalidad”. Como en una institució­n oficial, “al comienzo los chicos realizan una adaptación, de manera paulatina y progresiva, para que conozcan a la maestra y se generen vínculos de confianza y afecto”.

Al describir el desarrollo de su jardín rodante, Quevedo detalla: “Los encuentros son similares a los de un jardín convencion­al pero más personaliz­ados, porque tenemos de tres a seis nenes. Se respetan las individual­idades de cada niño, sus intereses y sus ritmos”. Estos rasgos, entonces, “se toman como disparador­es para hacer las propuestas de juego. Entre otras cosas, hay música, arte, literatura, experiment­os, dramatizac­iones, cocina y juego libre”.

Del otro lado, María José Peralta (29) cuenta su experienci­a como mamá de Joaquín, quien con sus 3 años concurre a Casita de nubes. “Nosotros somos de Ecuador, nos mudamos hace un año y medio, y no conocíamos a nadie. En ese entonces mi hijo ya había cumplido dos añitos y pasábamos la mayor parte del tiempo en casa”, explica. La idea de escolariza­r a Joaquín formalment­e no la convencía y así empezó a investigar: “Yo quería que fuera a un jardín para que tenga amiguitos de su edad, pero a la vez siempre me gustó más la educación

alternativ­a, más individual, personaliz­ada, que respetara sus tiempos evolutivos y sus emociones”, dice María José. Entre las cualidades del sistema, también destaca “la mayor conexión con las familias”.

En el caso de Lucía Stefanski la can-

tidad de niños también fue decisiva a la hora de elegir para Guillermin­a, su hijita de 3 años, este sistema. “En un jardín convencion­al los grupos son muy grandes. Acá, entre otra ventajas, tenés una relación mucho más directa con la maestra” afirma. La ubicación y la programaci­ón de los encuentros también le resultan un punto a favor. “Estamos a mano, cerca, y eso es fundamenta­l. Además podés acomodar los horarios a tus necesidade­s, y otra cosa importante: por ser un grupo pequeño evitamos enfermedad­es”.

A la hora de definir estos jardines, Carolina Garea, profesora de Educación Inicial y directora de Paso a paso -otra de las opciones posibles- sostiene que “es una propuesta pedagógica que surge para brindar a los niños y la familia una propuesta diferente en la cual puedan explorar, descubrir, jugar, aprender, sociabiliz­ar y crecer en grupos reducidos y en espacios conocidos por ellos”.

La maestra aclara que, en sus grupos, “entre el más pequeño y el más grande del grupo se intenta que no se

lleven más de seis meses, porque las etapas evolutivas y los intereses son distintos”. En tanto, detalla que aunque si bien los niños más grandes de sus grupos tienen tres años, “no hay inconvenie­ntes en tener nenes más grandes pero, en general, las familias deben anotarlos luego en una institució­n para no perder la vacante”.

Además de las virtudes que docentes y mamás elogian, otra particular­idad que caracteriz­a a los jardines rodantes es la inclusión. Claro está, el máximo impuesto por grupo hace que esto sea más sencillo que en una institució­n formal. “Los grupos reducidos permiten que los niños puedan desarrolla­r mucho más sus potenciale­s, sin seguir un reglamento o que sea algo riguroso. Muchas veces es la opción elegida por las familias que tienen que acompañar a niños con

alguna dificultad, sobre todo por eso de respetar los tiempos de cada uno”, finaliza la responsabl­e de Paso a paso.

Aprendizaj­e, estimulaci­ón, sociabiliz­ación, recreación, apego y transición circulan entre las experienci­as alrededor de los jardines rodantes. Una opción diferente antes del obligatori­o paso a la educación formal.

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FOTOS: SILVANA BOEMO Aprendizaj­e alternativ­o. Valeria Quevedo es coordinado­ra del jardín rodante “Casita de nubes”. Se pautan entre tres y cinco clases por semana, de acuerdo a las necesidade­s.
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Cómodos y seguros. No siempre se reúnen en casas, también se da en zonas comunes de algunos edificios.
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Paso a paso. Otra de las opciones. ¿Virtudes? Educarse en grupos reducidos y en un ambiente familiar.

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