Enigmas y silencios por Maldonado
Alguien sabe. Y calla. Las hipótesis sobre el destino de Santiago Maldonado parecen haberse reducido a dos: o lo apresó la Gendarmería y está muerto, dado que es imposible que, de estar vivo, las autoridades no hayan admitido su detención, o está escondido y a buen resguardo (o muerto en misteriosas circunstancias y enterrado) en territorio y manos mapuches y todo el escándalo no es más que una mera especulación política. Como fuere,
alguien sabe. Y calla. Nadie se desvanece en el aire, como bien sabe el país dada su trágica historia contemporánea.
Hay una tercera posibilidad, pero improbable: Maldonado anda errante, perdido, aislado, indiferente al caos de su ausencia. Pero no. Nadie en su sano juicio va a esfumarse para aparecer un tiempo después, como aquel tonto del pueblo en “El crimen de Cuenca”, por una simple especulación electoral y aún cuando persiga los más altos ideales sociales. Lo mejor que podría pasar es que Maldonado aparezca mañana a la vuelta de la esquina. Pe-
ro eso no va a suceder.
No hay evidencias firmes que apunten a la Gendarmería. Hay sospechas. Hay testimonios tardíos que incriminan a la fuerza, algunos flojos de credibilidad, también sospechados, que ni siquiera hacen coincidir las prendas que según otros testimonios, vestía el artesano cuando desapareció. La increíble demora en aportar esas declaraciones, aún las sospechadas, se debió a la no menos increíble desconfianza mapuche en el Poder Judicial, al que le exigen investigar mientras le vedan
el acceso a tierras supuestamente sacras. Todo el caso está rodeado además de una fuerte carga política, algo excepcional en más de tres décadas.
Por su lado, el Poder Judicial de Chubut dio ya muestras de indolencia, negligencia o im
pericia, en el mejor de los casos, o de temor y flaqueza en el peor, para llevar adelante la investigación. Y así es como la confusión permanece clarísima. Maldonado, que no está, es omnipresente: Lo vieron en manos de gen- darmes, o cruzar un río, o herido por un puñal; lo curaron, o lo llevaron en auto a Comodoro Rivadavia, flaco y lastimado; su rastro está, o estuvo, se perdió a la vera de un río, pero fue detectado por perros cuando ya llevaba días desaparecido. Todos, gendarme, mapuches, testigos, letrados, funcionarios, parecen saber algo más que lo que admiten, algo que la Justicia no quiere o no sabe cómo investigar. Como en los grandes casos emblemáticos, como en el caso Nisman, todo puede ser y nada es.
Como también sabe la Argentina por su historia, alguien vio por última vez a Maldonado, cualquiera haya sido su condición. Pero ya no el día de su desaparición, ya no en la ruta o a orillas del río, sino en ese último segundo en el que dejó de ser quien es, y pasó a engrosar esa terrible condición de desaparecido, que todavía envilece y limita treinta y cuatro años de democracia recuperada. Alguien sabe y calla. Saber quién y por qué lo hace, es la clave del enigma.