Clarín

Enigmas y silencios por Maldonado

- Alberto Amato alberamato@gmail.com

Alguien sabe. Y calla. Las hipótesis sobre el destino de Santiago Maldonado parecen haberse reducido a dos: o lo apresó la Gendarmerí­a y está muerto, dado que es imposible que, de estar vivo, las autoridade­s no hayan admitido su detención, o está escondido y a buen resguardo (o muerto en misteriosa­s circunstan­cias y enterrado) en territorio y manos mapuches y todo el escándalo no es más que una mera especulaci­ón política. Como fuere,

alguien sabe. Y calla. Nadie se desvanece en el aire, como bien sabe el país dada su trágica historia contemporá­nea.

Hay una tercera posibilida­d, pero improbable: Maldonado anda errante, perdido, aislado, indiferent­e al caos de su ausencia. Pero no. Nadie en su sano juicio va a esfumarse para aparecer un tiempo después, como aquel tonto del pueblo en “El crimen de Cuenca”, por una simple especulaci­ón electoral y aún cuando persiga los más altos ideales sociales. Lo mejor que podría pasar es que Maldonado aparezca mañana a la vuelta de la esquina. Pe-

ro eso no va a suceder.

No hay evidencias firmes que apunten a la Gendarmerí­a. Hay sospechas. Hay testimonio­s tardíos que incriminan a la fuerza, algunos flojos de credibilid­ad, también sospechado­s, que ni siquiera hacen coincidir las prendas que según otros testimonio­s, vestía el artesano cuando desapareci­ó. La increíble demora en aportar esas declaracio­nes, aún las sospechada­s, se debió a la no menos increíble desconfian­za mapuche en el Poder Judicial, al que le exigen investigar mientras le vedan

el acceso a tierras supuestame­nte sacras. Todo el caso está rodeado además de una fuerte carga política, algo excepciona­l en más de tres décadas.

Por su lado, el Poder Judicial de Chubut dio ya muestras de indolencia, negligenci­a o im

pericia, en el mejor de los casos, o de temor y flaqueza en el peor, para llevar adelante la investigac­ión. Y así es como la confusión permanece clarísima. Maldonado, que no está, es omnipresen­te: Lo vieron en manos de gen- darmes, o cruzar un río, o herido por un puñal; lo curaron, o lo llevaron en auto a Comodoro Rivadavia, flaco y lastimado; su rastro está, o estuvo, se perdió a la vera de un río, pero fue detectado por perros cuando ya llevaba días desapareci­do. Todos, gendarme, mapuches, testigos, letrados, funcionari­os, parecen saber algo más que lo que admiten, algo que la Justicia no quiere o no sabe cómo investigar. Como en los grandes casos emblemátic­os, como en el caso Nisman, todo puede ser y nada es.

Como también sabe la Argentina por su historia, alguien vio por última vez a Maldonado, cualquiera haya sido su condición. Pero ya no el día de su desaparici­ón, ya no en la ruta o a orillas del río, sino en ese último segundo en el que dejó de ser quien es, y pasó a engrosar esa terrible condición de desapareci­do, que todavía envilece y limita treinta y cuatro años de democracia recuperada. Alguien sabe y calla. Saber quién y por qué lo hace, es la clave del enigma.

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